Fotograma de ‘Breathtaking’.

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En plan serie

‘Breathtaking’: la serie definitiva sobre la Covid-19

La miniserie de Filmin es un reconocimiento a la labor del personal sanitario que se dejó la salud para que el mundo siguiese adelante. 

31 agosto, 2024 02:19

Las series basadas en hechos reales, ya tengan forma documental u opten por la dramatización, suelen incurrir en lo que podríamos denominar un defecto informativo. Es decir, prima la acumulación de datos, previa metabolización de ingentes cantidades de información para hacerlas accesibles a los espectadores, y se pierde de vista la noción de relato. Dicho de otro modo, importa más lo que se cuenta que cómo se cuenta.

Para que eso no ocurra, casi siempre suele ser beneficioso preguntarnos cuál es el tema que subyace a la historia que pretendemos desarrollar, qué es lo que queremos explicar con ella o sobre qué asuntos que, en mayor o menor medida, nos afectan, deseamos reflexionar. Todo ello puede venir sugerido por la historia misma, o bien los responsables pueden servirse del argumento para plantear cuestiones de su interés.

Si pensamos, por ejemplo, en El caso Asunta (Ramón Campos, Jon de la Cuesta, Gema R. Neira, David Orea Arribas, 2024) todo el discurso en torno a la paternidad/maternidad que podía deducirse de la relación de la malograda niña con sus padres, se amplía profundizando sobre los distintos tipos de relaciones paternofiliales que encarnan el resto de los personajes.

Sirva este pequeño preámbulo como introducción a Breathtaking, la miniserie de tres episodios estrenada por Filmin el pasado día 27 en la que se relatan, desde el punto de vista médico, las consecuencias de una pandemia que ahora nos parece tan lejana como la Primera Guerra Mundial.

La historia se asienta sobre la novela homónima firmada por Rachel Clarke en la que narra sus experiencias durante la primera ola de la COVID-19. Clarke, además, figura como una de los tres guionistas acreditados. Los otros dos son el normalmente actor Prasanna Puwanarajah y ni más ni menos que Jed Mercurio. Sí, el creador de Line of Duty.

Antes de entrar a analizar cómo influye la personalidad de Mercurio en el desarrollo del relato, volvamos a aquello en lo que incidíamos al inicio del presente texto. Breathtaking podría haberse limitado a contar lo que sucedió en ese hospital durante las distintas fases por las que atravesó la evolución del coronavirus, sin embargo, ya desde sus primeras imágenes, la toma de posición de los creadores y su interés reflexivo es muy otro. Una militancia que, por cierto, puede irritar a una parte de la audiencia, pero esto no es Médico de familia y los guionistas no han venido a hacer amigos.

Todo arranca con un montaje paralelo en el que se combinan imágenes de archivo en las que vemos y escuchamos las intervenciones de distintos responsables políticos a propósito del inicio de la pandemia, combinadas con la ficcionalización de la cruenta cotidianeidad a la que se tuvieron que enfrentar los agentes sanitarios desde marzo de 2020 hasta bien entrado 2021.

Esa estructura se mantendrá a lo largo de los tres episodios, cada uno de ellos centrado, más o menos, en cada una de las distintas olas víricas que sacudieron a la sociedad británica hace apenas cuatro años. Se establece así un discurso claro y contundente sobre la disociación entre la realidad y la acción política, esta última hija del cálculo, intoxicada por los indicadores económicos, total y absolutamente ajena a la verdad que ahogaba los centros sanitarios.

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Esa postura no solo supone una crítica frontal a la gestión tanto del gobierno de Boris Johnson como del Servicio Nacional de Salud (NHS), sino que abre un profundo debate sobre distintas cuestiones de suma relevancia. Quedémonos con un par:

1-El control de la información por parte del NHS, que no permitía a ningún médico hacer declaraciones, derivó en una práctica oscurantista que, de un lado, premió la desinformación y generó incertidumbre entre la población y, de otro, provocó que las redes sociales se llenarán de fake news difundidas a través de los social media (la pandemia no existe, los hospitales están vacíos, las vacunas y los médicos nos están matando) que cubrían el vacío informativo creado por las propias autoridades.

2-La aplicación de protocolos sanitarios diseñados desde los despachos en los que se almacena el poder, totalmente ajenos a la realidad hospitalaria. Protocolos inviolables que obligaron a los médicos a decidir quién vivía y quién moría, puesto que el colapso de los centros y la preferencia dada a los afectados por coronavirus provocó que, por ejemplo, un enfermo de cáncer no pudiera ser operado puesto que no había espacio en la UCI para él. Su cama la ocupaba, por decreto, un paciente de COVID no necesariamente grave.

Más allá del ritmo que Jed Mercurio imprime a todos sus trabajos, aquí acrecentado por la urgencia permanente en la que viven inmersos todos los protagonistas, Breathtaking acumula un sinnúmero de valiosos detalles para convertirse, por méritos propios, en la obra audiovisual definitiva sobre la pandemia.

Cuando a muchos directores se les preguntaba sobre la posibilidad de contar historias que narrasen los estragos causados por la COVID, la mayoría decía que el extendido uso de las mascarillas supondría un gran contratiempo, pues limitaba la expresividad de los actores, medio rostro oculto tras el tejido verde o blanco, según el modelo.

Para contrarrestar el efecto FFP3, Breathtaking utiliza con maestría el primer plano. La serie arranca señalando la importancia de las mascarillas, la doctora Abbey Henderson (Joanne Froggatt) probándose una que no le ajusta, y remarcará su ascendencia cuando, de verdad, se tornen imprescindibles. Por cierto, la elección de un personaje central sobre el que pivota la historia y que funciona como metonimia de la situación global evita la dispersión e imprime una mayor fuerza tanto al relato como al discurso.

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Más allá de explotar con acierto los recursos propios de cualquier ficción sanitaria contemporánea – cámara al hombro, proximidad a los personajes, colocación del espectador en el centro del drama, el meticuloso diseño de sonido-, esta producción para la ITV maneja con tino el concepto de distancia.

Sabe insertar primeros (y primerísimos) primeros planos cuando necesita transmitir emociones a través de los ojos de los médicos, pacientes o familiares, pero también sabe alejarse cuando ha de mostrar la imposición de esos ‘espacios de seguridad’ fijados por ley para evitar contagios. Verbigracia, el empleo de panorámicas en lugar de planos/contraplanos que fijan ese recorrido entre rostros delimitado por la llamada ‘distancia mínima de seguridad’ o el uso del plano general en la conversación entre Abbey y su residente Emma (Donna Banya) cuando se encuentran fuera del hospital.

Señalemos dos ejemplos a propósito del trabajo con los insertos. El primero tiene que ver con las ya citadas mascarillas. Además de insistir, ya en el inicio, en su importancia como instrumento preventivo, se las dota, también, de un potencial metafórico.

Si trazamos un paralelismo entre el arranque, con Abbey ‘tapándose’ la boca y el final, con esos primerísimos primeros planos de los labios de la doctora mientras destapa toda la verdad en la radio, leeremos las mascarillas como sinónimo de mordaza, como metáfora de esa (falsa) dicotomía que se estable entre seguridad (la mascarilla protectora) versus libertad (la mascarilla bozal), una rima construida a base de insertos.

El otro ejemplo lo encontramos en el segundo episodio, cuando el doctor Ozkul (Philip Arditti) lleva su violín al hospital para tocar delante de un enfermo muy grave que apenas puede valerse por sí mismo. Enfermos que, recordemos, no podían recibir visitas, condenados a enfrentarse a la muerte en soledad, sin ningún paliativo que mitigara el desamparo.

Con el rostro del médico cubierto por la consabida mascarilla, y con el paciente enmudecido por un virus que le ha devorado los pulmones, la comunicación de los afectos solo puede completarse a través del tacto, pues el hombre apenas puede abrir los ojos. Una combinación de primeros planos de las manos de ambos, y la gestualidad que las acompaña, servirá para abrir el grifo de las emociones.

Y ese es otro punto a favor de Breathtaking, su capacidad para que los sentimientos afloren sin necesidad de recargar la banda de sonido, evitando siempre mostrar el sufrimiento de las víctimas, los dolientes pudorosamente ocultos al otro lado del hilo telefónico o preservando su dignidad en la sala de espera del fuera de campo.

La serie es tremendamente respetuosa tanto con las víctimas como con sus familiares, pero, antes que nada, es un reconocimiento a la labor del personal sanitario que, paradójicamente, se dejó la salud para que el mundo siguiese adelante. Convendría recordarlo de vez de en cuando.

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