Ben Whishaw y Keira Knightley en ‘Palomas negras’. Foto: Ludovic Robert/Netflix

Ben Whishaw y Keira Knightley en ‘Palomas negras’. Foto: Ludovic Robert/Netflix

En plan serie

‘Palomas negras’, ‘Nightsleeper’ y ‘Tripulación perdida’: mucha acción y poca chicha

  • Llegan tres nuevas propuestas de entretenimiento a nuestra televisión: 'Love Actually' a tiros, el tren del pánico y 'Los Goonies' en el espacio.
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Palomas negras: Love Actually… a tiros

Joe Barton, 2024 / Netflix

La mayor parte del tiempo, Helen Webb (Keira Knightley) es la esposa del secretario de defensa británico, ejemplar madre de gemelos y aspirante a portada del catálogo de invierno de Harrods. Pero, en sus ratos libres, que son muchos, ejerce como espía para una organización denominada ‘Palomas negras’ cuyas riendas maneja con maquiavélica inteligencia y ningún escrúpulo la Reed, interpretada por Sarah Lancashire.

Esa doble vida laboral se expande al campo sentimental en el momento en el que Helen inicia una tórrida liason con Jason (Andrew Koji). Aunque ese romance únicamente nos sea revelado mediante varios flashbacks, será el asesinato del amante, el primero de un trío de cadáveres íntimamente relacionados y recolectados simultáneamente, el que despierte las ansias de venganza de la, hasta ese día, acomodada protagonista.

Ese triple homicidio está conectado, a su vez, con la muerte del embajador chino en el Reino Unido y con la desaparición de su hija, primer paso en la escalada de un conflicto geopolítico que amenaza con envenenar las relaciones entre británicos, chinos y estadounidenses (la CIA siempre anda por ahí).

Mientras tanto, es Navidad en Londres.

La trama criminal sobre la que se sostiene Palomas negras tiene la misma consistencia que el mito de Papa Noel para cualquier persona que haya rebasado la frontera de los diez años. La sobreexposición de Helen, quien se pasa por el arco del triunfo su obligada necesidad de ocultar su verdadera profesión, es solo la punta de un iceberg de sinsentidos contra el que la lógica interna del relato impacta como el Titanic. Sí, aquí tampoco falta la orquesta, solo que esta vez su repertorio solo incluye villancicos.

Los desatinos son numerosos, pero pondremos solo un ejemplo. Trent Clark (Angus Cooper), hijo de la líder de un clan mafioso que es descrito como una mezcla entre el Mossad, el HSBC y McDonald’s, y pieza codiciada en esta sangrienta partida de ajedrez, carece de toda vigilancia y es apresado como si nada por Helen y su improvisado equipo de asalto, encabezado por su viejo amigo Sam (Ben Wishaw), un trigger man que regresa a Londres para echarle un cable a su compañera.

La construcción argumental no es el único punto débil del último trabajo de Joe Barton. Tampoco funciona la mezcla de tonos, con esa violencia trufada de comedia a lo Guy Ritchie. O lo mal que casan la conciliación familiar en plena Navidad con la resolución de crisis internacionales. Es como si el clímax de Love Actually en lugar de escribirlo Richard Curtis se lo hubiesen encargado a Peter Cheyney. No falta la consabida estructura fragmentaria, que permite alargar la serie con numerosos flashbacks para contarnos el pasado de nuestros héroes, ni los epatantes giros de guion en busca de la sorpresa continua.

La serie se sostiene en virtud del carisma y de la química que desprenden Knightley y Wishaw, bien secundados por Lancashire y Andrew Buchan, y por un intercambio de réplicas a propósito de sus modos de vida que aúnan ingenio y ritmo. De todos modos, Palomas negras es como poner a interpretar la Marcha Radetzky a una orquesta de tanques.

Nightsleeper: pánico en el tren

Nick Leather, 2024 / Movistar Plus +

Una imagen de 'Nightsleeper'

Una imagen de 'Nightsleeper'

Si uno desconecta el firewall mental, los seis episodios de Nightsleeper (Nick Leather, 2024) pasan a la velocidad del tren bala japonés. Su planteamiento es atractivo, una suerte de versión high-tech de Speed (Jan de Bont, 1994), en la que doce personas se quedan encerradas en el tren que va de Glasgow a Londres después de que este haya sido hackeado. El autor del secuestro, que se hace llamar de ‘The Driver’, amenaza con estrellarlo en algún lugar de la capital británica si el gobierno no atiende a sus demandas.

Una cuenta atrás. Una directora del centro de ciberseguridad que intenta detener la amenaza. Un policía de pasado turbio que trata de tomar las riendas en el interior del tren. Y un montón de peripecias.

Su montaje entrecortado, la música de Tommy Reilly y el uso de la cámara al hombro sirven para construir un ritmo vibrante y si uno deja que su mente viaje a la misma velocidad que la locomotora, se tragará el vagón de casualidades que se van encadenando para que el tren llegue a destino. A pesar de contar solo con 12 pasajeros, si se requiere un enfermero, tengan por seguro que uno de ellos será un fiel seguidor de Florence Nightingale. ¿Que se necesita alguien que sepa conducir un tren? No se preocupen, también tenemos a un viejo operario. Siempre que hace falta algo, ya sea una persona o un objeto, aparecerá de inmediato.

Otro tanto sucede con los inputs dramáticos necesarios para que la historia avance. Dado que entre los pasajeros habrá un infiltrado de la organización criminal, todos se convertirán en posibles sospechosos. Para sembrar la duda valdrá cualquier licencia. ¿Que una de las retenidas lanza un bolso por la ventana? Justo en ese momento, Joe (Joe Cole), el policía, estará mirando por las cámaras de seguridad.

Si el andamiaje narrativo es tan sólido como la web de Renfe, otro tanto sucede con el diseño de personajes. Sus problemas personales, que van siendo explicados puntualmente, nos interesan tanto como leer códigos de barras, y algunas interpretaciones, en especial la de Cole, hacen que te den ganas de invitarlos a pasar la nochebuena con la familia Manson.

El discurso sobre el desmantelamiento de los servicios públicos -atención: la ministra de transportes también está en el tren- llega tan tarde y viene envuelto entre tantos clichés, desde la política que tiene como primer punto de su programa salvar su culo hasta la periodista dispuesta a entregarle su alma y sus datos a Elon Musk con tal de conseguir su scoop, que da un poco lo mismo. Uno sigue viéndola para saber quién es The Driver, pero lo hace por inercia, sin pensar. Es como coger el Euromed: asumes que, en algún momento, llegarás a Barcelona, aunque no sepas nunca a qué hora.

Star Wars: Tripulación Perdida

Jon Watts & Christopher Ford, 2024 / Disney +

'Tripulación perdida'

'Tripulación perdida'

En los primeros compases de Tripulación Perdida vemos a Wim (Ravi Cabot-Conyers) simulando una pelea entre dos muñecos Jedi. Si asumimos, por una parte, que la trilogía inaugural de Star Wars se dirige a una audiencia fundamentalmente adolescente y, por otra, que la explotación de su merchandising supuso uno de los pilares que ayudaron a levantar una de las franquicias más rentables de todos los tiempos, entenderemos la presentación de Wim como un doble guiño: aquí venimos a divertirnos y a ganar dinero.

Jon Watts ya demostró su inteligencia en The Old Man (Robert Levine & Jonathan E. Steinberg, 2022-?), en especial en su brillantísimo primer episodio, y aquí regresa, de la mano de Christopher Ford, al mundillo de las sagas después de haber dirigido tres películas de Spider-Man. Esa aparentemente inocua secuencia inicial inscribe Tripulación Perdida en la tradición de ficciones preadolescentes ochenteras como Los Goonies (Richard Donner, 1985) o Exploradores (Joe Dante, 1985), no solo por el desarrollo posterior de la trama sino también por sus reminiscencias estéticas.

Esta aventura infantil, en la que un grupo de niños se pierde en la galaxia tras encontrar una nave espacial oculta, podría verse como una versión espacial de Viento en las velas (Alexander Mackendrick, 1965) producida por la Amblin; es decir, carente de la perversa profundidad de la obra maestra de Mackendrick, y más cercana a la felicidad familiar de un clásico de Disney como Los robinsones de los mares del sur (Ken Annakin, 1960)

En cualquier caso, ni Watts ni Ford engañan a nadie. Aquí no se trata de disfrazar el divertimento (insistimos, infantil) de presunta indagación metafísica, sino de dejarse llevar arrastrado por las peripecias de los críos y por el carisma de ese socarrón pirata intergaláctico al que le presta su rostro un estupendo Jude Law. Hasta el regreso de Andor, mucho mejor esto que aguantar turras como El libro de Boba Fett, insulseces como Obi-Wan Kenobi o producciones que ya se nos han olvidado como The Acolyte.