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Las novelas del Oeste nacieron bajo el signo de la nostalgia. Comenzaron a publicarse en los años veinte del pasado siglo, cuando la épica de la frontera ya había declinado por culpa del progreso. Sin embargo, las historias de cowboys, forajidos y pieles rojas aún vibraban en la memoria colectiva, componiendo una mitología que exaltaba los mismos rasgos que los clásicos griegos y latinos: el heroísmo, el coraje, la lealtad, el autodominio, la fortaleza de espíritu, la entereza ante a la muerte. Las generaciones que crecían entre rascacielos, edificios y autopistas soñaban con llanuras infinitas, románticos duelos, largas galopadas hacia el ocaso y noches al raso, observando las estrellas. Un mundo duro y violento, pero con belleza y grandeza. El cowboy, con su vida errante y sin ataduras, encarnaba el ideal de hombre libre frente a una civilización llena de prosaicas servidumbres. No se trataba de un fenómeno estrictamente norteamericano. El western gozó de una extraordinaria popularidad en la Europa de los años cuarenta y cincuenta. Las novelas breves encuadernadas en rústica y con llamativas portadas de colores circularon por todo el mundo, y, en algunas ocasiones, invirtieron su recorrido natural, surgiendo en los rincones más inesperados. En la España de la posguerra, un general de la artillería republicana empezó a escribir desde prisión novelas del Oeste, ignorando que daba los primeros pasos de una obra que cautivaría a miles de lectores de España, Hispanoamérica y Estados Unidos. Hablo de Marcial Lafuente Estefanía, que escribió 2.600 novelas cortas donde los personajes del teatro del Siglo de Oro español se transformaban en figuras del Far West. No era una mezcla disparatada, sino una combinación perfectamente lógica, pues el hidalgo y el cowboy comparten los mismos rasgos: orgullo, estoicismo, sentido del honor y un valor temerario.
Shane ocupa un lugar privilegiado entre las novelas del Oeste. En 1946, apareció dividida en tres entregas en la revista Argosy con el sugestivo título Rider from Nowhere. Tres años más tarde, se convirtió en novela, con el texto revisado y extendido. Enseguida adquirió la condición de clásico indiscutible. En 1995, la Asociación de Escritores de Western de América eligió Shane como la mejor novela del género. Su juicio no fue menos generoso con su adaptación cinematográfica, Shane (en España, Raíces profundas), dirigida por George Stevens en 1953. Desde su punto de vista, no se había rodado otro western capaz de igualar su calidad dramática y su aliento poético. Pienso que es una opinión de un valor relativo, pues ignora los grandes logros de John Ford, el cineasta que aconsejó imprimir la leyenda y olvidar los hechos objetivos cuando se habla de la historia del Oeste. Sin embargo, evidencia la importancia de Shane, un mito pero también un símbolo de los cambios sociales experimentados por Estados Unidos en las postrimerías del siglo XIX. Ambientada en Wyoming hacia 1889, Shane brotó de la prolífica pluma de Jack Schaefer. Schaefer nació en Ohio, Cleveland, en 1907, lejos de esa frontera legendaria donde los hombres comerciaban a diario con la muerte para sobrevivir en un entorno hostil. Desde muy temprano, su familia le inculcó el amor a la literatura. Su padre era un abogado de origen alemán que mantenía una estrecha amistad con el poeta y novelista Carl Sandburg. Ya en la adolescencia, Schaefer leyó con fervor a Alexandre Dumas, Dickens, Edgar Rice Burroughs y Zane Grey, mostrando preferencia por los autores que concebían la existencia como una aventura y no como una triste rutina. Durante su estancia en el Oberlin College, se familiarizó con los clásicos griegos y latinos, lo cual insinúa que los clásicos populares casi siempre se forjan al calor de los viejos héroes de la Antigüedad. En la Universidad de Columbia, mostró interés por la literatura inglesa del siglo XVIII (Daniel Defoe, Jonathan Swift) e inició un idilio con el cine que nunca se interrumpió, fantaseando con las posibilidades artísticas de un lenguaje con el poder de sintetizar palabra, imagen, movimiento, espacio y tiempo.
El ambiente académico no le agradó y decidió dedicarse al periodismo, donde realizó una brillante labor como articulista y editor. Gracias al éxito de Shane, Schaefer pudo comprarse una casa en Santa Fe, Nuevo México, y continuar escribiendo novelas del Oeste. En 1963, publicó Monte Walsh, otra de las cumbres del género. Murió en 1991 de una insuficiencia cardíaca. Nunca viajó al Oeste, tal vez porque temía la decepción que suele producir la realidad al ser contrastada con los mitos. Su amplia obra no siempre alcanza la excelencia, pero nunca incurre en la mediocridad. Su estilo es directo, poético y reflexivo. Sus tramas exploran la naturaleza humana ante retos como el compromiso, el desarraigo y la responsabilidad. Shane narra la historia de un pistolero que huye de su pasado, sin tener muy claro qué hacer con su vida. El azar lo lleva a la granja de la familia Starret, compuesta por Joe, su esposa Marian y su pequeño hijo Bob. Los Starret sufren el acoso de Luke Fletcher, un poderoso ganadero que intenta expulsar a los colonos del valle, alegando que sus reses necesitan todo el pasto. La Homestead Act, una ley de 1862, permitía reclamar la propiedad de un terreno cuando se había trabajado en él durante al menos cinco años. De ese modo, el legislador pretendía promover la colonización de unas regiones escasamente pobladas. El principal problema de esta iniciativa residía en que aún no se había constituido un Estado con las instituciones necesarias para hacer cumplir la ley. Wyoming simplemente era un Territorio donde la civilización intentaba abrirse paso a duras penas.
Jack Schaefer cede la voz principal al pequeño Bob, que relata los hechos con la perspectiva de un niño incapaz de deslindar el mito y lo extraordinario de lo real y cotidiano. Sus ojos contemplan asombrados la llegada de un misterioso jinete a un pueblo con una sola calle y escasos edificios. Su aspecto es verdaderamente singular: pantalones negros, botas altas, cinturón ancho, camisa marrón oscura, pañuelo de seda negra atado al cuello y un sombrero negro de ala ancha que oculta parcialmente el rostro. Un abrigo negro completa el atuendo, pero aún no ha llegado el invierno y descansa cuidadosamente doblado en la silla de montar. Su indumentaria no se parece en nada a la del Shane interpretado en la pantalla por Alan Ladd, sino a la de Wilson, su rival, un pistolero encarnado por Jack Palance. El Shane de George Stevens viste un traje de trampero de color crema y un sombrero a juego con el ala corta. El Shane de Schaefer es delgado, de estatura media y de constitución casi pequeña. Tiene el rostro quemado por el sol, una melena negra y unas facciones que parecen esculpidas a hachazos. Alan Ladd era delgado y menudo, pero su rostro destaca luminoso desde el principio. Su pelo es corto y rubio. Afectuoso y cortés, cuesta trabajo creer que haya hecho algo reprobable. Parece un héroe en estado puro. Quizás André Bazin se excedió al afirmar que “era un caballero andante en busca de su Grial”, pero es cierto que parece un paladín y no un pistolero que anhela la redención de sus pecados. Bazin señala que Shane viste de blanco y viaja en un caballo blanco, lo cual no es cierto. El caballo es de color rojizo. Shane no es Tom Mix, ni Galahad, pero tampoco parece un asesino que intenta reescribir su historia. Schaefer define mejor a su personaje, señalando que en la apariencia de Shane no se aprecia “ningún rastro de frescura”. El “polvo de la distancia” se ha pegado a su piel, a sus ropas, pero esa fatiga no logra ocultar una extraña grandeza. Su mirada refleja “algún tipo de dolor que se hallaba muy dentro de él”. Bob aclara que su impresión está condicionada por su corta edad y reconoce que en el jinete se atisba un mundo que hasta entonces había permanecido oculto para su mente infantil. Sin embargo, alberga la certeza de que lo que queda más allá de su comprensión es “limpio, coherente y justo”.
Shane se detiene en la casa de los Starret para pedir agua. Joe le contesta afablemente que puede utilizar toda la que necesite. Shane bebe y se lava, tomándose la libertad de arrancar una petunia y colocarla en la banda de su sombrero. Es un gesto delicado y algo afectado, casi de dandi, pero que no le resta dureza. Joe le ofrece su hospitalidad, invitándole a comer. Cuando ya en la mesa le preguntan su nombre, responde escuetamente: "Llamadme Shane". Shane sólo necesita unos instantes para sentir afecto por el chico e intentar enseñarle cosas, basándose en su experiencia. Ese cariño se extenderá a sus padres, que no logran averiguar nada sobre su pasado, pero que de inmediato advierten su carácter fuera de lo común. Marian comenta: "Es tan amable, y en cierta manera, delicado. No es como la mayoría de los hombres que he conocido aquí. Pero hay algo en él. Algo bajo esa gentileza… Algo". Joe añade: "Sin duda es peligroso, pero no para nosotros, cielo".
Schaefer convierte el tocón de un roble en un símbolo de múltiples y profundos significados. Desde hace años, Joe lucha contra él, cortando sus raíces, pero aún no ha lograrlo desarraigarlo. Su resistencia evoca la oposición de la naturaleza a la civilización, pero también la necesidad de echar raíces. “Llevo peleándome con esta cosa tanto tiempo que ya he empezado a tomarle afecto –reconoce Joe-. Soy capaz de admirar la dureza. La clase de dureza apropiada”. Espontáneamente, Shane toma un hacha y empieza a luchar contra el tocón, atacando sus raíces. “Un hombre tiene que pagar sus deudas”, afirma en un descanso. “No nos debe nada. Muchas veces invitamos aquí a gente para comer y…”, objeta Bob, pero su padre le ataja con un gesto, explicándole que no se refiere a la comida. Shane sabe que ha encontrado una familia de acogida y la oportunidad de cambiar su destino. Durante días, Joe y Shane pelearán con el tronco, creando lazos de complicidad y afecto que no podrían explicarse con palabras. Shane ha decidido probar suerte como granjero. Trabajará duramente y se integrará en la rutina de la familia. Nunca será percibido como un extraño o como un simple peón, sino como una cálida presencia que transmite fuerza y determinación. El resto de los granjeros no tardarán en descubrir que no se trata de un hombre corriente. Un viejo trabajador del campo lo describe con elocuencia: “Es como una de esas mechas de combustión lenta. Silencioso y sin soltar chispas. Tan silencioso que uno se olvida de que está ardiendo. Y, entonces, se prende en una tremenda explosión de problemas cuando toca la pólvora. Así es él”.
Shane se compra un peto de granjero y trabaja con ahínco. Cuando apareció en la granja, no llevaba ningún arma a la vista, pero el joven Bob descubre que su escaso equipaje incluye un revólver Colt negro de acción simple, de un negro casi azulado, con la culata de marfil y una pistolera repujada. Bob habla con su padre y éste le explica que es un asunto privado, algo que no les incumbe. Sólo le advierte que no le coja demasiado afecto, pues algún día se marchará y lo sentirá mucho. Shane accede a enseñar a Bob cómo manejar un revólver, utilizando un viejo Colt con el cañón roto. Su destreza se pone de manifiesto de inmediato: “En sus manos, aquella vieja pistola parecía un ser vivo, no un objeto de metal oxidado inanimado, sino un miembro más del propio hombre”. Shane explica a Bob que una pistola sólo es una herramienta. Puede ser buena o mala, según quien la empuñe. La nueva vida de Shane se malogra cuando Fletcher recrudece su hostigamiento a los granjeros. Chris, uno de sus cowboys, le provoca en público, pero Shane rehúye la pelea, quedando como un cobarde. El señor Grafton, dueño del almacén y la cantina, descubre que Shane no tiene miedo a Chris, sino a sí mismo. Chris es muy joven. No es adversario para Shane.
El incidente correrá de boca en boca y los granjeros expresarán su malestar, asegurando que la conducta de Shane daña su reputación colectiva. Shane entiende que no se trata de algo personal, sino de una batalla que no puede aplazarse indefinidamente. Volverá a enfrentarse con Chris, rompiéndole un brazo con facilidad. No le agradará hacerlo, pues admite que su joven rival “tiene los mimbres para ser un buen hombre”. Al emplear la violencia, Shane perderá la paz interior que había adquirido como granjero. Además, se siente atraído por Marian y ésta experimenta lo mismo. Es un romance condenado a no consumarse, pues ninguno de los dos atentaría contra la felicidad de Joe y Bob. Joe descubre los sentimientos de ambos, pero no se siente dolido. Piensa que si le sucedería algo malo, su familia no quedaría desprotegida. Su miedo no es infundado. Fletcher contrata a Stark Wilson, un pistolero de Cheyenne, con el propósito de resolver su disputa con los granjeros a tiros. Finalmente, Shane tendrá que abandonar el arado, recuperar sus ropas originales y empuñar su Colt para acabar con Fletcher y Wilson. No lo hace sólo por Marian, sino porque ha experimentado lo que significa tener un hogar, un trabajo, una familia y hacerse cargo de la educación de un niño. Sabe cuál es el precio: perder ese hogar, volver a errar por los caminos, vivir como una sombra.
Aparentemente, Shane lo pierde todo, pero no es cierto. Aunque queda malherido tras abatir a Wilson y Fletcher en un trágico duelo, ya no es la misma persona. Sus errores del pasado han quedado redimidos por su sacrificio. Ha ayudado a fundar una comunidad libre y pacífica, y ha contribuido a educar a un niño, mostrándole que el trabajo, la honradez y la familia siempre son preferibles a la aventura. Sin violencia, no habría sido posible, pero después de lo sucedido ya no hay espacio para él. Al igual que el tocón de roble, encarna un mundo salvaje abocado a la extinción. La ley del revólver será reemplazada por jueces y tribunales. Su tiempo pasado y ya sólo le queda vagabundear sin rumbo. La versión cinematográfica de George Stevens transmite el mismo mensaje. Shane es el pionero que desbroza el camino. La violencia casi siempre está en el origen de las naciones, pero cuando el camino ha quedado libre de obstáculos llega la hora de la convivencia. Los héroes son los artífices de una sociedad con raíces profundas, pero se convierten en parias y marginados cuando finalizan su misión.
Shane, la novela de Jack Schaefer, rebate los prejuicios contra las novelas del Oeste, revelando que se han menospreciado injustamente. No puedo acabar sin manifestar mi gratitud a Valdemar Frontera, que está publicando en castellano los clásicos del género en unas ediciones de enorme belleza. Yo he disfrutado de la traducción de Marta Lila Murillo, que me ha permitido adentrarme en una historia fundida con mi juventud, pues aún recuerdo la conmoción que me produjo la película cuando la vi por primera vez en los años ochenta. Las nuevas generaciones apenas muestran interés por el western. Creo que se equivocan. El Oeste es la última frontera, la épica de una época sin épica, el sueño de una libertad ilimitada que no deja de escaparse de nuestras manos.