Bianca Castafiore es una mujer alta y con un perfil superlativo. Desprende autoestima y confianza en sí misma. Elegante y temperamental, nos ha concedido una entrevista aprovechando que hace una escala en el aeropuerto de Barajas. Vuelve de Estados Unidos donde ha realizado una pequeña gira. Su actuación en el Metropolitan Opera House ha sido celebrada por la crítica. Una vez más ha interpretado piezas de Gounod, Rossini, Bellini, Mozart, Donizetti, Vivaldi. Como siempre, le acompañan Igor Wagner, su pianista, e Irma, su asistente personal. Su vitalidad es francamente sorprendente. Ninguna soprano ha prolongado tanto su carrera. Su voz, lejos de haberse deteriorado, conserva su timbre inconfundible. Sus legendarios agudos constituyen un peligro para el cristal y la cerámica, pero despiertan el fervor de sus admiradores, que han comparado sus efectos con los de una carga de dinamita. El capitán Archibaldo Haddock, esposo de la Castafiore desde hace algo más de una década, nunca se separa de su lado. Aunque circula el rumor de que no le gusta la ópera, asiste a todos los conciertos de su mujer. Hace unos años, un fotógrafo lo sorprendió dormido. La imagen apareció en todos los periódicos, provocando una crisis matrimonial, pero la simpática pareja logró superarla y ahora parecen más enamorados que nunca. Haddock alegó que se había excedido con el Loch Lomond poco antes del concierto. Presidente de la Liga de Marinos Antialcohólicos, solo bebe para aplacar las molestias que le causa el reuma, una dolorosa secuela de sus años en alta mar. La Castafiore se mostró muy comprensiva, declarando que su marido era como un niño y a veces se dejaba llevar por las circunstancias. La reconciliación se selló con un guacamayo que el capitán le regaló a la diva. Actualmente convive con el loro Coco en Moulinsart, un viejo presente de la Castafiore a Haddock cuando aún no se habían comprometido oficialmente pero la prensa ya especulaba sobre su romance.
La diva nos ha citado en el bar. Nos hace esperar media hora. Durante ese rato, he recordado una de sus frases: “No me hables de reglas, querido. Esté donde esté, yo hago las malditas reglas”. Por fin aparece la Castafiore. Lleva un elegante abrigo de color lila, con el cuello de piel, un pañuelo de seda blanca y un sombrero a juego con el abrigo. Detrás caminan Igor Wagner, con una pajarita granate, e Irma, que lleva en brazos un caniche blanco con un lazo azul celeste en la frente. Algo retrasado, Haddock avanza con las manos en los bolsillos y con pasos irregulares. Por el movimiento de sus piernas se podría pensar que va propinando patadas a un objeto imaginario. Todos llevan las mascarillas preceptivas. La Castafiore parece francamente incómoda con ella.
Me levanto a saludarla y me indica con la mano que vuelva a sentarme. No menciona el retraso. Sus acompañantes, incluido Haddock, se sientan algo alejados, respetando la distancia de seguridad. El capitán alza la mano y llama al camarero. Le pide un whisky, pero insiste que sea Loch Lomond. Bianca le mira con ojos de reproche. Haddock se excusa:
- Hay mucha humedad y me duelen los huesos. Me ayudará a sentirme mejor.
Irma pide un cacharro de agua para el caniche, que –ya en el suelo- estira las patas delanteras y bosteza. Wagner se queda embobado, observando el vuelo de una mosca.
- Adelante, señor periodista –dice la diva-. Pregúnteme lo que sea. Tiene quince minutos.
- Perdone que empiece por algo trivial. ¿Cómo lleva la pandemia?
- Muy mal. Las mascarillas son horribles y no dejan respirar. Yo me ahogo con ellas. Pero hay que tener paciencia. Mi querido amigo Silvestre Tornasol está trabajando en una vacuna que serviría para todas los tipos de coronavirus. Sé que lo conseguirá. ¿Sabe que inventó una rosa y le puso mi nombre? Siempre tan galante. Gracias a su fino oído, aprecia mi talento mucho mejor que otras personas más cercanas.
La Castafiore vuelve la cabeza y mira a Haddock, que en ese momento bebe un vaso de Loch Lomond. La mirada de la diva le provoca un ataque de tos.
- ¡Mil rayos! –exclama-. Esta tos es por culpa del avión. Ese maldito cacharro me ha provocado jaqueca. Viajar en barco siempre es mucho más sensato.
La diva suspira y me mira a los ojos.
- Continúe, señor periodista.
- Tiene usted fama de ser una mujer valiente y con las ideas claras.
- Claro que sí. Para mí, lo primero son los amigos. Cuando alguno necesita mi ayuda, acudo sin dudarlo. ¿Acaso no ayudé a Tintín y a Haddock a huir de la República de Borduria con el profesor Tornasol, cuando aún gobernaba el mariscal Plekszy-Gladz? Eran los tiempos de la Guerra Fría y al otro lado del telón de acero la vida no valía gran cosa. No me dan miedo los fantoches con galones, como ese general Tapioca, que me acusó de espía y me encerró como si fuera una vulgar criminal. No me gustan los déspotas. El arte necesita libertad. No soy una gran pensadora, pero como usted dice tengo las ideas muy claras.
- Lleva un precioso vestido y unos zapatos exquisitos.
- Gracias, mon ami. Adoro el lila. Favorece mi estilizada figura. Un periodista infame dijo que me sobraban unos kilos. Está claro que necesita gafas o algo menos de malicia.
- Hablemos un poco de su vida y su obra.
- Puedo contarle algunas cosas que muy poca gente sabe. Nunca he necesitado un apuntador. Empecé a aprenderme los papeles desde niña. Ya sabe que nací en Milán. Algunos han dicho que en Sicilia, pero eso es mentira. Los incansables paparazzi. No saben qué inventarse. Desde muy pequeña cantaba acompañándome con el piano. Cuando mis padres me llevaron al conservatorio, los profesores se quedaron asombrados. Qué lejos parece todo aquello.
- Sólida formación musical.
- Algunas de mis rivales han cuestionado mi técnica, pero yo no soy rencorosa. El mundo de la ópera es muy competitivo. En mis inicios, me propusieron ser mezzosoprano, pero yo me negué en rotundo.
- Creo que le puso una cubitera como sombrero al empresario que se lo propuso.
- A veces pienso que toda mi vida está expuesta y que apenas puedo guardarme algún secreto. Sí, lo hice. Fue un insolente. No se merecía otra cosa.
- Algunos la acusan de autoritaria e intransigente.
- Sí, claro. Los que no soportan que yo me lleve todas las ovaciones. No soy un ángel, ni un demonio. Bueno, sí. Soy ambas cosas. Es el sino de un artista.
- Ha ganado mucho dinero. Parece enamorada del lujo.
- El lujo es una forma de rendir tributo a las cosas bellas de este mundo. ¿Qué tiene de malo rodearse de cosas bonitas?
- ¿No le gustaría que la criticaran menos?
- No, porque eso significaría que estoy perdiendo facultades. Mientras tenga enemigos, sabré que conservo mi talento.
- ¿Es feliz?
- Inmensamente. Mi vida consiste en hacer felices a los demás y eso me hace sentir muy bien. Si he logrado que un solo espectador haya abandonado la sala de conciertos sintiéndose contento y en paz, puedo decir que he logrado mi objetivo en la vida.
- Creo que es una gran aficionada a la lectura. ¿Qué está leyendo ahora?
- Las novelas de Ricardo Cupido, ese detective que ha inventado un compatriota suyo.
- Se refiere a Eugenio Fuentes.
- Exacto. Sus novelas me encantan. Están muy bien escritas y el suspense te atrapa desde el principio. Quizás alguien debería plantearse escribir una ópera con Cupido de protagonista. Si yo interpretara el papel femenino principal, el resultado sería sublime.
- ¿Qué representa para usted la música?
- La música es todo. Sin música, la vida sería un error. ¿No dijo eso un filósofo?
- Sí, Nietzsche.
- Un alemán. ¡Qué decepción! Esa frase es digna de un italiano o un francés. En cualquier caso, tenía la razón. La música ha convertido el mundo en un lugar más hermoso.
- ¿Le importaría responder al cuestionario Proust? Son treinta preguntas breves y las contestaciones también deberían ser cortas.
- Adelante, señor periodista.
- ¿Principal rasgo de su carácter?
- La sensibilidad.
- ¿Qué cualidad aprecias más en un hombre?
- La delicadeza. Un hombre delicado ama la música.
- ¿Y en una mujer?
- La lealtad.
- ¿Qué espera de sus amigos?
- Todo. No me gusta la tibieza.
- ¿Su principal defecto?
- Soy un poco mandona.
- ¿Su ocupación favorita?
- Escuchar música, cantar, ensayar.
- ¿Su ideal de felicidad?
- Un atardecer en París con la música de Gounod de fondo.
- ¿Cuál sería su mayor desgracia?
- Quedarme sin voz.
- ¿Qué le gustaría ser?
- Lo que soy. Una artista.
- ¿En qué país desearía vivir?
- Donde ya vivo: en la campiña valona. Moulinsart está allí y no concibo un lugar mejor. Si tuviera que escoger otro sitio, sería Italia y, más concretamente, Venecia.
- ¿Su color favorito?
- El lila.
- ¿La flor que más le gusta?
- La rosa. Por supuesto, blanca.
- ¿El pájaro que prefiere?
- El loro. Son tan simpáticos. En cambio, no soporto a las urracas.
- ¿Sus autores favoritos en prosa?
- Las hermanas Brontë y Jane Austen.
- ¿Sus poetas?
- Emily Dickinson y Leopardi. También me gusta Lorca. Pobre muchacho. Matar a un poeta es un crimen contra la humanidad.
- ¿Un héroe de ficción?
- Prefiero los héroes de la vida real y, entre estos, elijo sin dudar a mi marido: el capitán Haddock.
- ¿Una heroína?
- Yo misma.
- ¿Su músico favorito?
- Gounod. No se lo diga a nadie, pero a veces escucho a Pink Floyd y Deep Purple.
- ¿Su pintor preferido?
- Georges Remi. Faltaría más.
- ¿Su héroe de la vida real?
- Ya que he mencionado a Haddock, mi querido marido, le diré que siempre he admirado a Olof Palme.
- ¿Su nombre favorito?
- Archibaldo.
- ¿Qué hábito ajeno no soporta?
- La falta de sensibilidad para la música.
- ¿Qué es lo que más detesta?
- La vulgaridad.
- ¿Una figura histórica que le ponga mal cuerpo?
- Donald Trump. Por desgracia, ya es historia y no porque haya dejado de ser presidente.
- ¿Un hecho de armas que admire?
- Ninguno. Odio la violencia.
- ¿Qué virtud desearía poseer?
- La paciencia.
- ¿Cómo le gustaría morir?
- Cantando.
- ¿Cuál es el estado más común de su ánimo?
- La alegría, siempre la alegría.
- ¿Qué defectos le inspiran mayor indulgencia?
- La pereza y la timidez.
- ¿Tiene una máxima?
- Existir es algo maravilloso.
- Una última pregunta. ¿Cuál considera que fue su concierto más memorable?
- Sin duda cuando canté en el tribunal del infame general Tapioca. Me acusaban de un montón de falsedades y pedían cadena perpetua. Lejos de dejarme intimidar, me levanté y comencé a cantar. Todos se quedaron estupefactos. El arte es el arma más eficaz contra la tiranía.
- Con esto terminamos, admirada Bianca Castafiore. ¿Quiere añadir algo más?
- Sí, que la gente no deje de escuchar música. La música es un bálsamo para el alma y una inspiración permanente. Es la prueba de que el espíritu triunfa sobre la materia.
- Magnífica reflexión.
- Noto que es algo tímido, pero he sido precavida y le he traído una fotografía dedicada. No quiero despedirme sin hacerle otro regalito. Voy a cantar para usted el Aria de las Joyas. Sé que lo está deseando.
La Castafiore se levantó y se quitó la mascarilla. Extendiendo los brazos, cantó a capella, inundando con su voz la cafetería y el pasillo por el que se desplazaban los pasajeros. Todo el mundo se detuvo, sonriendo con nostalgia de tiempos mejores, cuando la pandemia no restringía los movimientos y obligaba a ocultar el rostro. En un segundo plano, Haddock llenaba una y otra vez su vaso, bebiendo whisky sin parar. El caniche, que había dormitado hasta entonces, se levantó y empezó a aullar.
Bianca finalizó el Aria de las Joyas entre ovaciones y aplausos. Haddock también aplaudió, pero su gesto no parecía celebrar la interpretación, sino que hubiera acabado.
Incapaz de contener su efusividad, la Castafiore me abrazó al despedirse, olvidándose de la distancia de seguridad. Mientras se alejaba con su comitiva, sentí algo parecido a lo que experimentó Schliemann al descubrir las ruinas de Troya. Los mitos parecen irreales, pero cuando irrumpen en nuestras vidas, nos revelan que la imaginación tal vez es la verdadera realidad.