Lev Tolstói fue un novelista extraordinario y un pensador mediocre. En el epílogo de Guerra y paz, reflexiona sobre las fuerzas que intervienen en la historia, determinando su curso. El escritor ruso afirma que las grandes personalidades como Napoleón desempeñen un papel marginal. El devenir histórico obedece a leyes ocultas. Aunque se resiste a negar la libertad, acaba sosteniendo que la necesidad es el verdadero motor de los hechos. Yo no creo que la historia sea fruto de la necesidad, sino de las acciones humanas y pienso que las grandes personalidades ejercen una influencia determinante.
Hay una gran diferencia entre Gorbachov, Boris Yeltsin y Vladímir Putin. Gorbachov se movía por consideraciones pragmáticas. Yeltsin era un oportunista. Putin es un ideólogo. Su visión política coincide en muchos aspectos con el mesianismo de Dostoievski. Al igual que el autor de Crimen y castigo, piensa que Occidente es una civilización decadente y que Rusia no debe dejarse contaminar por sus valores. No debe desviarse de la espiritualidad ortodoxa y ha de preservar un Estado fuerte y sólido, capaz de garantizar el orden y la estabilidad. La identidad de Rusia es inequívocamente cristina y no liberal. Sus pilares son la familia, la tierra y la tradición.
Se ha dicho que las predicciones de George Orwell en 1984 no se cumplieron, pero lo cierto es que el mundo está dividido en tres superpotencias enfrentadas: Estados Unidos, Rusia y China. Las tres manipulan la historia para conservar y extender su poder. Evidentemente, Rusia y China no son homologables a Estados Unidos, pues no son democracias, pero lo cierto es que la política exterior norteamericana no se guía por principios democráticos, sino por intereses geoestratégicos. No le ha importado derrocar gobiernos legítimos. En 1953, promovió un golpe de estado contra Mohammad Mosaddegh, el primer presidente elegido democráticamente en Irán. De ese modo evitó que nacionalizara el petróleo. En 1954 acabó con el gobierno de Jacobo Arbenz para frustrar su reforma agraria.
Mario Vargas Llosa relata la operación en Tiempos recios, mostrando la connivencia del gobierno estadounidense con la United Fruit Company, cuyos intereses resultaban perjudicados por las reformas de Arbenz. Tiempos recios no es la mejor novela de Vargas Llosa, pero es una obra que reflexiona certeramente sobre los problemas de América Latina para implantar y preservar la democracia. En 1973, EEUU volvió a organizar un golpe de Estado. Esta vez en Chile, pero con un resultado más trágico, pues Salvador Allende perdió la vida durante el asalto al Palacio de la Moneda. José Donoso publicó en 1978 Casa de campo, una novela magistral que narra de forma metafórica las iniquidades de la dictadura de Pinochet. Las grandes tragedias de la historia suelen inspirar obras maestras en el terreno de la ficción, quizás porque el dolor colectivo es una de las experiencias que deja una huella más perdurable en la posteridad.
Rusia y China han intervenido en países extranjeros siempre que lo han considerado conveniente para sus intereses. China invadió y anexionó el Tíbet en 1950 y nunca ha dejado de amenazar a Taiwán. La Unión Soviética envió sus tanques a Praga, Budapest, Afganistán. En el caso de Hungría, además torturó y asesinó al Primer Ministro Imre Nagy. John Le Carré nos contó la Guerra Fría con enorme elocuencia, recreando en novelas como El espía que surgió del frío (1963) la inhumanidad del otro lado del telón de acero. Le Carré no es un simple autor de novelas de espías, sino un escritor que destripó las entrañas del poder político, un monstruo que únicamente nos enseña parcialmente su faz.
Ya en la época de Putin, Rusia reprimió con dureza a los independentistas chechenos, instalando en el poder a Ajmat Kadýrov, que murió en un atentado y fue sustituido por su hijo Ramzán. Putin ha condecorado a Ramzán con la medalla de Héroe de la Federación Rusa, sin importarle las acusaciones de corrupción y violación sistemática de los derechos humanos. No debe causar extrañeza, pues la sombra de la corrupción también acompaña a Putin y nunca le ha quitado el sueño recurrir a métodos ilícitos para eliminar a sus adversarios. Se le acusa de estar involucrado en los asesinatos de la periodista Anna Politkóvskaya y ex oficial del KGB Aleksandr Litvinenko, si bien no ha podido probarse y, en el caso de Politkóvskaya, parece que la orden partió de Ramzán Kadýrov. En otras ocasiones, Putin ha encarcelado a sus oponentes, como el oligarca Mijaíl Jodorkovski y el abogado Alekséi Navalni, envenenado con un gas o agente nervioso y actualmente en prisión.
Putin podría ser el protagonista de ese fructífero género que es la novela de dictadores. Posee todos los rasgos del déspota: opaco, misterioso, frío, narcisista, despiadado. Vargas Llosa, García Márquez o Alejo Carpentier podrían haber compuesto un espléndido retrato de un personaje a medio camino entre Yago y Ricardo III. Al margen de eso, no me parece justo responsabilizarle de todo lo que está sucediendo. Rusia carece de fronteras naturales y ha sido invadida desde la vasta planicie ucraniana en dos ocasiones. En los años 90, Estados Unidos prometió a Gorbachov que la OTAN y la UE no se extenderían hasta las fronteras rusas. Algunos dicen que no es cierto, pero en un artículo valiente y clarificador Araceli Mangas Martín, catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y vicepresidenta de la Real Academia de Ciencias Morales y Públicas, escribe: “Esos acuerdos constan en numerosos documentos desclasificados por EEUU en 2017 y son accesibles por internet (National Security Archive, Universidad de Washington)”.
Desde el Euromaidán, promovido por Estados Unidos en 2013, Putin no ha dejado de estar alerta, sintiendo que la seguridad de Rusia se hallaba amenazada. Se ha especulado que pretende restaurar las antiguas fronteras de la URSS, pero no es probable, pues sabe que eso le costaría una guerra nuclear. Siguiendo la política de los zares, su propósito es controlar los territorios limítrofes mediante gobiernos títeres como el de Chechenia, Bielorrusia o Kazajistán. Su ideología está perfectamente definida, pero no incluye una guerra contra la OTAN y la UE. Su actitud es similar a la de Estados Unidos cuando invadió Granada en 1983 o durante la crisis de los misiles en Cuba en 1962. Ambos eran países soberanos con derecho a elegir sus a aliados, pero la presencia militar rusa comprometía la seguridad estadounidense y no se consintió.
Algunos analistas han apuntado la necesidad de “finlandización” de Ucrania. En 1948, Finlandia se comprometió con la URSS a no ingresar en la OTAN y a practicar la neutralidad. Es cierto que en 1991 Ucrania entregó su arsenal (1.9000 ojivas, silos estratégicos y aviones) a Rusia a cambio de que se comprometiera a respetar sus fronteras, pero el acuerdo se convirtió en el papel mojado con el Euromaidán, los disturbios protagonizados por nacionalistas ucranianos a favor del ingreso en la UE. A estas alturas, no se me ocurre otra alternativa que negociar. Me resisto a creer que Putin pretenda atacar otros países. Si invadiera las repúblicas bálticas, que pertenecen a la OTAN, desataría la tercera guerra mundial. Se cumpliría la famosa profecía de Einstein: la próxima guerra sería con piedras y palos. Negociar y garantizar la seguridad de Rusia parece la única salida razonable. No es realista comparar Ucrania con los Sudetes, señalando que su cesión a Alemania no aplacó a Hitler. Putin no pretende invadir Europa y crear un Nuevo Orden. Solo quiere controlar los países limítrofes para crear un perímetro de seguridad.
Emmanuel Macron ha afirmado que la guerra de Ucrania durará. Aparentemente, Putin había planeado una Blitzkrieg (guerra relámpago), pero la resistencia de los ucranianos lo ha impedido. ¿Se convertirá Kiev en un nuevo Sarajevo? Es inevitable pensar en Vida y destino, de Vasili Grossman, donde se recrea el sufrimiento de los civiles atrapados en la batalla de Stalingrado. ¿Kiev será una nueva ciudad mártir, como Alepo o Grozni? No creo que una fatalidad ineluctable gobierne la historia, llámese necesidad o destino. Por eso espero que prevalezca la razón y se abran vías para la paz. La humanidad se está paseando por el filo de un abismo. Ya solo le queda retroceder. Según la paradoja de Fermi, las civilizaciones con un alto desarrollo tecnológico acaban autodestruyéndose. Espero que nuestra especie no avance en esa dirección.