Se ha dicho que el fascismo subió al poder gracias a la crisis del 29, pero lo cierto es que su éxito no habría sido posible si sus ideas no hubieran gozado de cierta aceptación antes del cataclismo de Wall Street. El antisemitismo, el odio a la democracia, el anticomunismo, el desprecio a los intelectuales, el antirracionalismo, la hostilidad hacia los sindicatos, la aversión al feminismo, el racismo o la xenofobia no eran rasgos exclusivos de Hitler o Mussolini. Todos estos elementos formaban parte de la ideología derechista.
El fascismo solo añadió a esta perspectiva la legitimación de la violencia y cierto nihilismo, pues planteó que solo había dos alternativas: victoria o muerte. El empobrecimiento de las clases medias por culpa del hundimiento de la Bolsa de Nueva York venció la resistencia que hasta entonces habían mostrado hacia la acción directa. Lejos de responsabilizar a los especuladores de la crisis, echaron la culpa a los comerciantes judíos, los pacifistas y los izquierdistas. El enemigo se hallaba en el interior y había que exterminarlo con métodos industriales.
Ciertamente, no toda la sociedad alemana pensaba así. El 63 por ciento de los votantes no apoyó a Hitler en las elecciones de 1932, pero sí lo hizo el 33 por ciento. Sin el respaldo de las fuerzas conservadoras, los militares y las elites económicas, el partido nazi no habría conquistado la cancillería. Todos estos grupos albergaban el mismo objetivo: destruir la democracia, aplastar a la oposición, imponer un gobierno autoritario. El problema del paro que afligía a Alemania se resolvería mediante una militarización orientada a una guerra imperialista. El obrero sin empleo se convertiría en el soldado que colonizaría el espacio vital.
[Manuel Chaves Nogales: los desastres de la guerra]
La barbarie nazi no se habría propagado sin la complicidad del ejército, la banca, el sistema judicial, los terratenientes, los comerciantes, los profesionales de clase media, los obreros en paro y ciertos sectores de las distintas iglesias. El huevo de la serpiente no eclosiona si alguien no lo incuba. Un mes después de que Hitler se hiciera con el control del Estado, Manuel Chaves Nogales visitó Alemania como enviado especial del periódico Ahora. El periodista sevillano destacó en sus crónicas que el antisemitismo del régimen nazi había liberado a los comerciantes alemanes de la competencia ejercida por los negocios judíos. Esa medida incrementó la popularidad de un gobierno que explotaría las formas más burdas de demagogia.
Una dictadura no puede abastecerse solo de terror. Además, necesita cierto apoyo popular. Según Chaves Nogales, la base social del nazismo estaba formada por los maestros de artes y oficios que se reunían en tabernas de estilo tradicional para manifestar su descontento por la deriva de Alemania desde su derrota en la Gran Guerra.
Chaves Nogales ha sido reivindicado por sectores del centro-derecha, pero en realidad siempre se alineó con el centro-izquierda
Su malestar comenzó a aliviarse cuando el partido nazi empezó a propagar la idea de iniciar un nuevo conflicto bélico para instaurar una Gran Alemania, con protectorados en el Este de Europa, y con Francia y Gran Bretaña sometidas a sus designios. Hitler puso en práctica un doble juego para fortalecerse, reclutando a ejércitos de trabajadores en paro para construir autopistas y realizar tareas de reforestación a cambio salarios miserables. De este modo, los empresarios consiguieron mano de obra barata y los desempleados, además de cobrar una pequeña paga, recibieron instrucción militar, preparándose para ser soldados.
El gobierno nazi no intentó atraerse solo la simpatía de las elites económicas y los trabajadores. “Hitler fue directamente a captar a la juventud”, escribe Chaves Nogales. La estética radical, violenta y deportiva del nazismo sedujo a los más jóvenes, siempre desdeñosos con los discursos moderados. La peripecia personal de Hitler atraía a las nuevas generaciones, pues parecía una historia de superación. Excombatiente, vagabundo durante un tiempo y sin estudios superiores, había sorteado todos los obstáculos mediante la voluntad. Se ocultaba, claro, su oportunismo y su talento para la manipulación.
Chaves Nogales subraya la mediocridad de Hitler: “Cada vez se ve con más claridad que para esta faena de gobernar dictatorialmente a los pueblos no son precisas unas dotes excepcionales […] Las dictaduras favorecen el encumbramiento de las medianías, de los señores discretos con gabardina. [En una democracia], los periodistas fracasados y los pintores sin fortuna no tienen tantas posibilidades de convertirse en semidioses de la noche a la mañana”. El ascenso de figuras marcadas por el fracaso y el resentimiento contrasta con la marginación impuesta a la mujer, relegada por el régimen nazi al papel de ama de casa y madre de una prole que nutriría las filas del ejército.
Chaves Nogales entrevistó a Goebbels y le pareció un tipo grotesco y ridículo, pero no le pasó desapercibido el peligro que representaba: “Hay en él la misma capacidad de sugestión y dominio que en todos los grandes iluminados, en todos esos tipos nazarenoides de una sola idea encarnizada: Robespierre o Lenin […] Es de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres votados a un ideal con el cual fusilan a su padre si se les pone por delante. En España no ha habido así más que algunos curas carlistas, hace ya muchos años”. Goebbels, añade, es más peligroso que los curas carlistas porque ha comprendido la importancia de la propaganda y sabe aprovechar las nuevas tecnologías para difundir su mensaje de odio y exclusión.
Hoy no existen caudillos como Hitler o Mussolini, pero sí se ha formado un atmósfera propicia a su aparición
Chaves Nogales ha sido reivindicado por sectores del centro-derecha, pero en realidad él siempre se alineó con el centro-izquierda. Republicano, masón e identificado con el proyecto político de Manuel Azaña, nos dejó importantes lecciones de civismo democrático. Sus crónicas de la Alemania nazi nos ayudan a comprender mejor el presente. Hoy no existen caudillos como Hitler o Mussolini, pero sí se ha formado un atmósfera propicia a su aparición.
Ahora que el antisemitismo es un sentimiento marginal, el odio se dirige a los inmigrantes. Su presencia se percibe como una amenaza en el terreno laboral y cultural, como sucedía con los judíos. Además, se los acusa de estar protagonizando una invasión silenciosa promovida por la izquierda. La teoría del “gran reemplazo”, que ya ha impulsado masacres en Estados Unidos y Nueva Zelanda, es el equivalente al bulo de la conspiración judeo-masónica para dominar el mundo. El odio al inmigrante siempre está asociado al nacionalismo. El éxito de Donald Trump con su lema America First no es un fenómeno estadounidense. La ultraderecha europea utiliza expresiones similares.
El nacionalismo mantiene un estrecho vínculo con el tradicionalismo religioso. El cristianismo más intolerante ha proporcionado argumentos a la ultraderecha para luchar contra el feminismo, los derechos de la comunidad LGTBI, el aborto, la eutanasia y el ecologismo. En Estados Unidos, hay una firme alianza entre el rifle y la Biblia, y en Europa y América Latina los grupos integristas católicos y protestantes colaboran estrechamente con las opciones políticas más reaccionarias, como el “bolsonarismo”.
El comunismo sigue siendo el enemigo por antonomasia, pese a ser una ideología muy debilitada por sus fracasos histórico
El comunismo sigue siendo el enemigo por antonomasia, pese a ser una ideología muy debilitada por sus fracasos históricos. De hecho, se considera que es la matriz de todas los movimientos que luchan por un cambio social y el fin de las discriminaciones. El internacionalismo se interpreta como la primera versión de la globalización y uno de los promotores del multiculturalismo, un experimento que supuestamente podría destruir la civilización cristiana occidental.
Los artículos de Chaves Nogales sobre la Alemania nazi nos recuerdan que el totalitarismo —el periodista sevillano también visitó la Unión Soviética y sus impresiones no fueron positivas— no es una calamidad caída del cielo, sino una desgracia que se gesta poco a poco. Como advirtió Primo Levi, la Shoah no pertenece al pasado. Podría repetirse. Solo hace falta una sociedad sacudida por circunstancias históricas adversas y unos líderes sin escrúpulos.
No estamos en esa situación, pero el auge de ciertos prejuicios, que ya se han incorporado a los programas de algunos partidos, está creando ese ambiente enrarecido que Christopher Isherwood retrató magistralmente en Adiós a Berlín. Creo que Chaves Nogales debería ser lectura obligatoria en los centros de enseñanza secundaria, pues allí se gesta el porvenir.