El ser humano siempre ha abrigado la fantasía de controlar el curso de la historia. Nunca lo ha conseguido, pero ha combatido la frustración que le ha producido su impotencia distorsionando los hechos o mintiendo abiertamente. La dialéctica de Hegel es un ejemplo de distorsión, pues describe el devenir histórico como un astuto despliegue del Espíritu que culmina con la perfección del estado prusiano.
En cambio, los Papeles del Pentágono solo son una burda mentira. Su objetivo fue ocultar a la opinión pública la imposibilidad de ganar la guerra de Vietnam y los bombardeos e incursiones terrestres que había lanzado Estados Unidos contra Laos y Vietnam del Norte. Sustraídos por el funcionario Daniel Ellsberg, los documentos comenzaron a ser publicados en 1971 en la primera página de The New York Times. Hannah Arendt reflexionó sobre los documentos del Pentágono en un breve ensayo titulado “La mentira en la política”, que más tarde aparecería con otros textos en el libro Crisis de la República.
Arendt señala que “la sinceridad nunca ha figurado entre las virtudes políticas”. El sigilo, el engaño y las mentiras siempre se han considerado medios legítimos para conseguir ciertos objetivos. Las mentiras siempre son más atractivas que la verdad, pues dicen al público lo que quiere oír y permiten ignorar los acontecimientos incómodos o inesperados. La mentira puede llegar a ser contraproducente, pero gracias a ella puedes adueñarte del pasado, alterando los hechos para que coincidan con una determinada perspectiva política.
[Heidegger y Hannah Arendt: cita en el Egeo]
Stalin ordenó que se borraran las imágenes de Trotski, especialmente cuando aparecía a su lado o en momentos de particular importancia histórica. Estas maniobras son eficaces a corto y medio plazo, pero a la larga están abocadas al fracaso. Ningún Estado puede controlar todas las bibliotecas y archivos del planeta. Asimismo, ningún Estado puede evitar filtraciones que saquen a la luz sus artimañas. Los Papeles del Pentágono no pretendían engañar al enemigo, sino manipular al Congreso y a la opinión pública para que retener su apoyo en la impopular intervención bélica en Vietnam.
El propio Robert S. McNamara, secretario de Defensa y artífice del engaño, reconoció: “No es agradable contemplar a la mayor superpotencia del mundo, matando o hiriendo gravemente cada semana a millares de personas no combatientes mientras trata de someter a una nación pequeña y atrasada en una pugna cuya justificación es ásperamente discutida”.
El sigilo, el engaño y las mentiras siempre se han considerado medios legítimos para conseguir ciertos objetivos
La farsa orquestada por McNamara no era una simple estrategia propagandística. Su intención última era demostrar que la intervención en Vietnam no constituía un error. Estados Unidos no podía permitirse renunciar a su imagen de omnipotencia frente a otras naciones. Además, necesitaba producir imágenes que garantizaran su hegemonía en el imaginario colectivo. El gobierno estadounidense luchaba contra el comunismo en Vietnam, pero su propósito de fondo no era ayudar a un gobierno amigo, sino contener a China en el tablero asiático, frenando la expansión de su área de influencia.
McNaughton, uno de los estrategas del Pentágono, admitía que habían adoptado un rumbo equivocado: “Sentimos que estamos intentando imponer una imagen de los Estados Unidos a lejanos pueblos que no podemos comprender […] y estamos llevando este asunto hasta extremos inconcebibles”. Las naciones luchan por los territorios y por los recursos, pero también por conservar su prestigio, la impronta que ha forjado a base de retórica y propaganda. El problema de ese empeño es que propicia “el desdén voluntario y deliberado” de “los hechos históricos, políticos y geográficos”.
[Poesía fieramente humana: la voz de la inmensa mayoría]
Hannah Arendt apunta que las mentiras organizadas por la Administración estadounidense obedecían a un propósito esencialmente psicológico: “crear un específico estado mental”. Los ingentes recursos materiales que se consumieron en la guerra y las cuantiosas pérdidas de vidas humanas se consideraron una inversión razonable para sostener la imagen de Estados Unidos como el principal baluarte de la democracia occidental frente a la amenaza comunista. Se descartó negociar con el adversario para no incurrir en un segundo Múnich, en un nuevo pacto de la vergüenza con el enemigo, semejante al que firmaron Chamberlain y Daladier con Hitler.
Derrotar a la guerrilla comunista en Vietnam era una forma de “romper la voluntad” del enemigo ideológico, pero el espíritu de los combatientes vietnamitas era mucho más firme que el de los jóvenes soldados estadounidenses. Los analistas de Washington no quisieron ver la realidad y no aprendieron de las sucesivas derrotas. El desprecio de los hechos suele ser una de las características de los ideólogos. Hannah Arendt menciona la hipótesis de que el presidente Truman arrojó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para ahuyentar a la Unión Soviética de la Europa Oriental.
La mentira puede llegar a ser contraproducente, pero gracias a ella puedes adueñarte del pasado
Consiguió exactamente lo opuesto, pues el Ejército Rojo llegó hasta el corazón de Alemania, dividiendo el continente en dos zonas cuya beligerancia alimentó durante décadas la posibilidad de un holocausto nuclear. Hannah Arendt concluye su análisis señalando que solo una prensa libre y no corrompida puede combatir los abusos de los gobiernos, sacando a la luz sus maniobras deshonestas.
La actual guerra de Ucrania confirma el análisis de Hannah Arendt. Vladimir Putin despreció los hechos, pensando que su “operación militar especial” sería un paseo que se resolvería en pocas semanas. Estados Unidos también despreció los hechos, mintiendo a la opinión pública. No se ha cansado de repetir que James Baker, secretario de Estado, nunca prometió a su homólogo Edvard Shevernadze que la OTAN no avanzaría una pulgada hacia el Este.
Por si alguien lo cuestiona, le remito a los documentos secretos que una organización no gubernamental logró desclasificar en 2017 y que hizo públicos con el título “Expansión de la NATO: Lo que Gorbachov escuchó”. Solo hay que observar las fronteras para comprobar que desde esa promesa, reiterada hasta tres veces, la OTAN no ha cesado de expandirse hacia el Este.
En los años ochenta, San Petersburgo se hallaba a casi dos mil kilómetros de las fuerzas de la OTAN. Esa distancia se ha reducido a 150 kilómetros. Si Ucrania se incorpora a la OTAN, se rompería el equilibrio del terror, pues Moscú no tendría tiempo de responder a un ataque nuclear. Al igual que en Vietnam, Estados Unidos intenta dejar muy claro que es la primera potencia mundial. La guerra de Ucrania solo es un instrumento para frenar la influencia de China y Rusia.
Vladimir Putin despreció los hechos, pensando que su “operación militar especial” sería un paseo
No parece casual que la expansión de la OTAN hacia el Este coincida con el auge de gobiernos de ultraderecha. Se ha dicho que el objetivo de la OTAN es defender la democracia, pero Polonia y Hungría, que pertenecen a su estructura militar y política, no cesan de aprobar leyes que recortan libertades y derechos. Todo sugiere que el objetivo final es “balcanizar” Rusia, tal como se hizo con la antigua Yugoslavia, que fue bombardeaba con uranio empobrecido por la OTAN, prescindiendo de la autorización de Naciones Unidas. No hay imágenes de esos bombardeos, que costaron la vida a 5.000 civiles.
Los bombardeos rusos sobre Ucrania no son menos inmorales, pero lo cierto es que unos muertos se exhiben y otros se ocultan. Sin embargo, no se ha logrado ocultar que ya hay fuerzas de élite de la OTAN, integradas sobre todo por británicos, operando en Ucrania. The New York Times informó en abril de 2023 que circulaban por las redes sociales documentos clasificados procedentes del Pentágono y que en ellos había información sobre los planes de EEUU y la OTAN para fortalecer la contraofensiva de Ucrania contra Rusia.
Hannah Arendt sostenía que solo una prensa libre y no corrompida podía neutralizar los abusos gubernamentales, pero lo cierto es que los medios occidentales se han alineado unánimemente con la versión de la OTAN, acusando de simpatizar con Putin a los que han planteado objeciones. Ningún demócrata puede sentir aprecio por la corrupta autocracia de Putin, pero lo que está en juego rebasa cualquier reparo a su forma de gobierno.
La guerra de Ucrania solo es un instrumento para frenar la influencia de China y Rusia
Estados Unidos sueña con la hegemonía mundial y ha adoptado una estrategia muy peligrosa, acorralando a su viejo adversario. Cuando Nikita Jrushchov instaló bases de misiles nucleares de alcance medio en Cuba, exigió su retirada inmediata, amenazando con una respuesta brutal si no se llevaba a cabo. Era previsible que Rusia actuara de forma parecida ante el creciente cerco de la OTAN.
El futuro es impredecible, pero no hay muchos motivos para ser optimista. El proyecto europeo se diluye o sucumbe a un déficit democrático por el ascenso de gobiernos de ultraderecha. Putin ha instalado una dictadura personal en Rusia que hostiga a las minorías y que ha institucionalizado la corrupción, la represión y la censura. Y Estados Unidos solo piensa en ampliar su poder e influencia, creando escenarios cada vez más inciertos y arriesgados.
Los pueblos son los que sufren con estas maniobras y pocas voces se atreven a reflexionar con independencia. Se echa de menos a figuras como Hannah Arendt, según la cual la libertad solo es posible cuando se practica el peligroso ejercicio de pensar. Ante la incertidumbre de la hora presente, solo cabe seguir el precepto que permitió a la filósofa alemana sobrevivir a los estragos del violento siglo XX: “Prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga”.