Después de la Shoah, Theodor W. Adorno escribió: “Hitler ha impuesto a los hombres un nuevo imperativo categórico para su actual estado de esclavitud: el de orientar su pensamiento y acción de modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a ocurrir nada semejante”. Desgraciadamente, ese imperativo se ha incumplido de forma reiterada desde la derrota de la Alemania nazi.
La lista de genocidios perpetrados durante la segunda mitad del siglo XX y las dos décadas que llevamos de siglo XXI es tan abultada como desoladora: Argelia, Vietnam, Camboya, Guatemala, Argentina, Chile, Ruanda, Chechenia, Srebrenica, Mariúpol y ahora Gaza. Podríamos añadir a esta lista la Revolución Cultural china y las distintas guerras en Oriente Medio, siempre disfrazadas de iniciativas justas y humanitarias. La Shoah no es el primer genocidio de la historia.
En el siglo XIX, Leopoldo II explotó brutalmente el Congo. La corona belga obligó a los nativos a trabajar hasta la muerte en las plantaciones de caucho. Los actos de rebeldía se castigaron con mutilaciones y aldeas arrasadas. Se estima que esta forma de proceder costó entre diez y quince millones de vidas entre 1885 y 1908. El Imperio Otomano rivalizó en crueldad, pues entre 1915 y 1923 asesinó a dos millones de armenios mediante deportaciones forzosas y grandes masacres.
Podemos viajar hacia el pasado y descubriremos otros genocidios, como el exterminio de la población nativa de América del Norte y del Sur por colonizadores europeos, la destrucción de Cartago al final de la tercera Guerra Púnica, la cruzada albigense ordenada por el Papa Inocencio III o las matanzas ejecutadas por el Imperio Romano. Una enumeración exhaustiva incluiría otros genocidios que han caído en el olvido, pero que evidencian que las políticas de exterminio no son una anomalía en la historia humana.
¿Qué es lo que diferencia a Auschwitz de otros genocidios? La utilización de medios industriales y el hecho de que aconteciera en el continente que había alumbrado el humanismo, la Ilustración, la democracia liberal y el concepto de derechos humanos. Parecía que la civilización europea había neutralizado la barbarie del Antiguo Régimen y las viejas culturas de la Antigüedad, pero solo era un espejismo. En Auschwitz, las cámaras de gas y los hornos crematorios llegaron a destruir 5.000 vidas al día.
Parecía que la civilización europea había neutralizado la barbarie del Antiguo Régimen, pero solo era un espejismo
¿Por qué el régimen nazi asesinó a casi seis millones de judíos? En la Europa cristiana, los judíos soportaban el estigma de ser el pueblo deicida y, de vez en cuando, sufrían pogromos, acusados de crímenes imaginarios, como secuestrar a niños cristianos para inmolarlos ritualmente. Ya en el siglo XIX, lo “judío” dejó de considerarse una noción racial o religiosa para simbolizar el profundo cambio que había experimentado la sociedad con el liberalismo, el socialismo, la democracia, el comercio internacional y los grandes espacios urbanos.
Se decía que lo “judío” fomentaba la abstracción, la tolerancia, el desarraigo, el relativismo y la diversidad. Lo “judío” era el bacilo que destruía a las naciones. Frente a la civilización, que reivindicaba los derechos individuales, el ideal de cultura promovido por el nazismo restauraría la noción de comunidad, donde lo subjetivo se disolvía en la mística de lo colectivo. Con el totalitarismo hitleriano, la sociedad se transformó en masa amorfa y se adoptaron medias para reprimir cualquier forma de alteridad. La diferencia pasó a ser un crimen contra el Estado.
En el análisis de la Shoah, se ha tendido a menospreciar los aspectos materiales. Alemania había sido la gran perdedora del reparto colonial. Hitler se planteó rivalizar con el Imperio Británico, expandiéndose hacia el Este de Europa. El Reich aplicaría a esa región los procedimientos del colonialismo decimonónico: saqueo de los recursos naturales, explotación de la población nativa, desplazamientos forzosos, repoblación mediante colonias, grandes matanzas.
La Alemania nazi no se limitó a exterminar a los judíos. Además, se apropió de sus bienes: fábricas, comercios, propiedades inmobiliarias, obras de arte. Gracias a la mano de obra esclava, grandes empresas como Bayer, Hugo Boss, BMW, Mercedes Benz e IBM incrementaron sus beneficios. Los genocidios siempre esconden intereses económicos.
Gracias a la mano de obra esclava, empresas como Bayer, Hugo Boss, BMW, Mercedes Benz e IBM incrementaron sus beneficios
Desgraciadamente, el imperativo de Adorno no cambió nada, pues las matanzas continuaron. Francia cometió toda clase de atrocidades en Indochina y Argelia. Y la Unión Soviética, con su archipiélago Gulag, se puso a la altura de la Alemania nazi. Ahora asistimos a una nuevo genocidio: la guerra de Israel contra los habitantes de la Franja de Gaza.
Aunque el objetivo es Hamás, la mayoría de las víctimas son civiles, principalmente mujeres y niños. De los 23.000 palestinos asesinados hasta ahora por las Fuerzas de Defensa de Israel, se estima que solo el 10 o 15% pertenecía a la milicia islamista. Se calcula que 8.000 niños palestinos han muerto bajo las bombas y las balas israelíes.
No se puede hablar de una guerra o de una represalia proporcionada, sino de una brutal agresión contra la población civil. Hay miles de desaparecidos y dos millones de desplazados. La destrucción de edificios y tierras de cultivo ha sido tan feroz que la Franja de Gaza se ha convertido en un lugar inhabitable, según Naciones Unidas. Es imposible no pensar en el gueto de Varsovia, reducido a escombros por los nazis.
Hamás es una organización terrorista, sí, pero desde 1967 Israel ha ocupado territorios de forma ilegal, tal como apunta la resolución 242 de Naciones Unidas, y no se puede negar a los palestinos a ejercer el derecho de resistencia, reconocido en el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Eso sí, ese derecho no incluye las masacres de civiles, una táctica habitual de Hamás, que boicoteó los acuerdos de paz de Oslo con una brutal campaña de atentados suicidas y que en su incursión del 7 de octubre de 2023 acabó con la vida de centenares de jóvenes que asistían a un festival de música.
Aunque el objetivo de Israel es Hamás, la mayoría de las víctimas son civiles, principalmente mujeres y niños
Además, Hamás ha cometido gravísimos abusos contra la población civil de Gaza desde 2007, cuando se hizo con el control de la Franja y expulsó a los partidarios de Fatah. Amnistía Internacional ha denunciado torturas, asesinatos extrajudiciales y detenciones ilegales.
Adorno creía que la barbarie podría erradicarse mediante una educación basada en el respeto a los derechos humanos, la solidaridad y la memoria histórica, pero esa idea ha sido escarnecida por la posteridad. Israel presume de ser una democracia y eso no ha impedido que se deshumanice a los palestinos y se justifique su segregación. Al igual que los nazis, la ultraderecha israelí sueña con crear un Estado homogéneo.
Los palestinos son abiertamente despreciados y demonizados. “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, declaró el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, para justificar el bloqueo de la Franja de Gaza, que ha cerrado el paso al agua, los alimentos y las medicinas. Aunque se trata de un crimen de guerra, casi el 60% de la sociedad israelí elogia la iniciativa y considera que se deberían aplicar medidas aún más duras. Solo una minoría de justos se opone a esta violencia, entre ellos, los objetores de conciencia que se niegan a realizar el servicio militar en los territorios ocupados.
Gracias al apoyo de Estados Unidos, que vetó un alto el fuego impulsado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Benjamin Netanyahu se ha atrevido a desafiar al Tribunal de la Haya, asegurando que la denuncia de genocidio presentada por Sudáfrica no interrumpirá la guerra en Gaza. Se responsabiliza al sionismo de esta actitud intransigente, pero no se incide con el mismo énfasis en la responsabilidad de Occidente. Israel es una herramienta de Estados Unidos para controlar Oriente Medio, y la UE y el Reino Unido apoyan esta política, pues la región posee grandes recursos naturales y es una importante ruta comercial.
Mientras mueran inocentes, existirá la obligación de alzar la voz, pidiendo el fin de la violencia
Detrás de la guerra de Gaza, hay un propósito similar al de las campañas del ejército estadounidense contra los pueblos nativos de América: pacificar la zona mediante la violencia para proteger intereses económicos. Las tesis del materialismo histórico han sido corroboradas una y otra vez por los acontecimientos. El proyecto de un corredor comercial internacional que compita con la nueva ruta de la seda china, la explotación del yacimiento de gas Leviatán, situado frente a las costas de Gaza, y la creación del Canal Ben Gurion, que restaría tráfico marítimo al Canal de Suez, no prosperarán hasta que el conflicto palestino se resuelva.
Netanyahu afirmó que la situación de Cisjordania y Gaza no constituiría un problema para materializar estos planes. No sabemos qué pasaba por su cabeza, pero no es descabellado pensar que abrigaba ideas similares a las de sus ministros más ultras, partidarios de forzar la emigración masiva de los palestinos a otros países o incluso de arrojar una bomba nuclear sobre Gaza, como pidió Amichai Eliyahu, ministro de Patrimonio, que escribió en la red social Facebook: “El norte de Gaza está más bonito que nunca. Volar y aplastar todo. Es un regalo para los ojos”.
¿Se cumplirá algún día el sueño kantiano de una paz perpetua? Nada indica que avancemos en esa dirección. Sin embargo, mientras mueran inocentes, existirá la obligación de alzar la voz, pidiendo el fin de la violencia. No sé si es un gesto inútil, pero sí estoy convencido de que es algo muy necesario. El silencio conspira contra la salud moral de la humanidad y, en el caso de los intelectuales, es un pecado imperdonable.