'El último espartano', la obra maestra de Jacques Martin
- Las aventuras de Alix, un joven héroe galo-romano, son un clásico del cómic francobelga y un alegato contra los abusos de las élites.
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Alix, la serie de cómics creada por Jacques Martin, triunfó en el ámbito francófono, pero nunca fue muy popular en España. Aún recuerdo la época en que sus álbumes se cotizaban a precios desorbitados en el mercado de segunda mano. En 1969, Oikos-Tau publicó cinco títulos (La garra negra, Las legiones perdidas, La tumba etrusca, La tiara de Oribal y El último espartano), pero se agotaron enseguida y localizar algún ejemplar se convirtió en una tarea tan descomunal como la búsqueda del Santo Grial.
Ya entrado el siglo XXI, Netcom2 publicó la colección completa en volúmenes independientes. Desgraciadamente, también se agotaron al cabo de un tiempo y, en la actualidad, solo puede comprarse la edición integral, que agrupa varias aventuras en un solo tomo, lo cual resta —desde mi punto de vista— cierto encanto a la colección. Siempre he preferido los álbumes individuales, con sus portadas y contraportadas originales.
Muchos lectores, especialmente si son jóvenes, nunca han oído hablar de Alix. Por eso no está de más explicar que Alix Graccus es un adolescente, casi un niño, como el Tintín de sus inicios. Hasta bien entrado el siglo XX, el público infantil y juvenil aún demandaba niños de temperamento heroico, alentado por la fantasía de que los más jóvenes podían superar a los adultos en carisma, destreza e inteligencia.
Hijo del caudillo galo Astorix, Alix es adoptado por Honorus Galla, el gobernador romano que destruyó su aldea durante la campaña de Julio César en las Galias. Enak, un egipcio algo más joven, será su fiel compañero. Aunque ha sido un esclavo, se especula que tal vez procede de un linaje aristocrático. Silencioso, leal, noble, Enak desempeña las tareas de escudero y confidente. Vulnerable y tímido, nunca se separa de Alix, que le salva la vida en incontables ocasiones.
Se ha especulado que Alix y Enak son amantes, pero no hay ninguna imagen o gesto que lo acredite. En la antigua Roma, se toleraban las relaciones sexuales entre varones, salvo en los orígenes de la república y en su etapa final, cuando Constantino convirtió el cristianismo en la religión oficial del imperio. Alix y Enak pertenecen a la época en que Julio César y Pompeyo se disputan el poder, y, en esas fechas, el comercio carnal entre hombres se consideraba una conducta tolerable, si bien se ridiculizaba al que desempeñaba el papel pasivo. Sin embargo, el afecto que une a ambos jóvenes parece más bien un ejemplo de camaradería.
Las especulaciones sobre posibles relaciones eróticas entre personajes masculinos del cómic ya habían aparecido con Tintín y el capitán Haddock, dos solteros que conviven en Moulinsart, un viejo castillo rehabilitado. Hergé reaccionaba con indignación cuando llegaba a él ese rumor y aclaraba que Tintín no residía en Moulinsart sino en su apartamento de Bruselas, lo cual no le impedía pasar temporadas con su amigo como invitado.
En cambio, Martin no se ofendía con las hipótesis de homosexualidad y defendía el derecho del lector a interpretar la situación conforme a su punto de vista: “Alix y Enak son, en mi opinión, arquetipos del mundo antiguo. En mis viñetas no hay ningún indicio de que mantengan relaciones íntimas, pero entiendo que su amistad puede prestarse a todo tipo de interpretaciones, especialmente si tenemos en cuenta la mentalidad de la época en que discurren sus peripecias”. Sería absurdo negar que los torsos desnudos de Alix y Enak son compatibles con la estética gay, pero ese aspecto no es suficiente para afirmar que mantienen un romance. Más bien sugieren cierta fascinación por el arte escultórico de la Antigüedad.
Jacques Martin nació en Estrasburgo el 25 de septiembre de 1921. Hijo de un piloto francés de línea aérea y de una mujer belga, mostró desde niño una gran pasión por el arte clásico, el cómic y la historia. Tras la prematura muerte de su padre en un accidente de aviación, Jacques pasó por varios internados y se matriculó en ingeniería. Al finalizar sus estudios, trabajó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Erquelinnes, Bélgica.
Durante la ocupación nazi, fue enrolado en el Servicio de Trabajo Obligatorio y enviado a Alemania, donde trabajó para la empresa Messerschmitt. Al regresar, empezó su carrera como dibujante independiente. En 1948, creó a Alix y en 1952 a Guy Lefranc, un periodista insobornable. Entre 1954 y 1972, Martin colaboró con los Estudios Hergé, participando en la elaboración de los guiones y los decorados de El asunto Tornasol, Stock de coque, Tintín en el Tíbet y Las joyas de la Castafiore.
Al evocar esos años, Martin ha comentado: “Al final, Hergé solo hacía pequeños croquis, un montón de borradores, pero la realización de los dibujos definitivos era mía en un 70 %. Hergé tenía el arte de brillar sobre las ideas de otros”.
En 1992, Martin interrumpió su trayectoria como dibujante por problemas de visión. Siguió escribiendo los guiones de sus series, pero sus numerosos colaboradores asumieron la tarea de dibujar. Martin falleció el 21 de enero de 2010 con 88 años.
Alix se inscribe en la gran tradición francobelga de la línea clara, un estilo que en realidad surgió en Estados Unidos con George McManus, el creador de Bringing Up Father (Educando a papá), una de las tiras diarias más célebres de la prensa americana de comienzos del siglo XX. Alain de Saint-Ogan exportó a Europa el estilo de McManus: trazo limpio, colores planos, narración lineal, bocadillos. Surgió de este modo una fructífera comunicación entre el tebeo clásico americano y el cómic francobelga.
Hergé fue uno de los discípulos de Saint-Ogan. Asumió sus enseñanzas y las pulió en sus álbumes. Martin heredó esa tradición, pero desarrolló un estilo personal. Siempre cuidó los detalles y, en el caso de Alix, cultivó la fidelidad histórica, lo cual no excluyó ciertas licencias que no menoscabaron el realismo de las tramas.
Si tuviéramos que destacar el rasgo que singulariza a Martin, sería sin duda su amor por la Antigüedad, que inspiró las aventuras de Alix. Algunos críticos consideran que La garra negra es la obra maestra de la serie, pero yo prefiero El último espartano, que en algunos momentos evoca el sitio de Troya y las hazañas de los grandes héroes de esa epopeya.
Al comienzo de El último espartano, los rayos de sol se abren paso entre las nubes para bañar la costa de la antigua Jonia. El mar Egeo recupera la calma después de una tempestad que ha provocado el naufragio del Mercurio, el barco en el que viajan Alix y Enak. Aturdido, Alix camina por la playa buscando a su amigo. Tras descubrir los restos del Mercurio y recordar las luces que guiaron al piloto, intenta localizar el puerto del que supuestamente procedían, pero solo encuentra unas misteriosas huellas. Después de seguirlas, se topa con un pueblo y unos campesinos que aran la tierra, pero cuando intenta hablar con ellos, le increpan y le exigen que se marche.
Más comprensivo, Myron, otro campesino, le ofrece agua y comida, y le cuenta que el Mercurio ha sido víctima de una trampa. Unos piratas griegos encienden antorchas en la costa cuando hay tempestades para atraer a los barcos romanos. Cuando tocan la costa, apresan a sus viajeros y los trasladan a una fortaleza escondida para convertirlos en esclavos. Alix manifiesta su intención de rescatar a sus compañeros y Myron, tras indicarle el emplazamiento de la fortaleza, le entrega provisiones y armas, advirtiéndole que su empresa es muy arriesgada.
Durante el viaje, Alix se enfrenta con distintos tipos de alimañas y, por las noches, sufre pesadillas. En sus sueños, aparece Palas Atenea intentado aplastarlo. Por fin, Alix divisa la fortaleza escondida. En una magnífica viñeta, podemos contemplar que es una auténtica ciudadela, con muros inexpugnables, altas torres, palacios, templos y un río que dificulta el asedio. En su interior, no hay piratas, sino un ejército de espartanos a las órdenes de Andrea, una reina descendiente de Agamenón. Su intención es incrementar su fuerza hasta iniciar la reconquista de Grecia y sacudirse la ocupación romana.
Sus ambiciones no se acaban ahí. Andrea y Alcidas, comandante en jefe, acarician el sueño de crear un imperio semejante al de Alejandro Magno. Andrea anhela que las riquezas y el arte de Esparta se extiendan por todo el orbe, borrando el sufrimiento y la fealdad: “Hubiese querido que las mentes más brillantes y los rostros más hermosos me rodeasen y me amasen, y yo a ellos…”. En realidad, esa mentalidad expresa más bien el ideal ateniense que los valores espartanos.
En Esparta imperaban las leyes de Licurgo, según las cuales solo poseían derechos los espartiatas u homoioi (pares, iguales), una minoría que desde su nacimiento gozaba de una parcela con animales e ilotas. Los espartiatas o ciudadanos ejercían el poder político y militar. Despreciaban los trabajos manuales y a los periecos o habitantes de la periferia, que no podían participar en el gobierno de la ciudad. Los ilotas se hallaban aún más abajo en la escala social. Trabajaban la tierra y pertenecían al Estado. Aunque podían casarse libremente y obtenían una pequeña renta por su trabajo, soportaban toda clase de abusos y vejaciones. Con ese trato, se pretendía extirpar de raíz cualquier anhelo de sublevación.
Los jóvenes espartanos se sometían a una estricta educación obligatoria. A partir de los siete años se les separaba de sus padres y se les inculcaba la obediencia ciega, la tolerancia al dolor y la disposición de luchar hasta la muerte. “Vuelve con el escudo o sin él”, se les advertía durante la instrucción, dejando claro que la opción de rendirse siempre era inaceptable. Los recién nacidos con defectos físicos eran arrojados al vacío desde el pico más alto del Monte Taigeto.
Durante la época clásica, Esparta no mostró ningún interés por el arte y se generalizó el analfabetismo entre los ciudadanos. Solo los generales y gobernantes conocían y utilizaban la escritura. En cuanto a la arquitectura, era tan mediocre que Tucídides escribió: “Si fueran destruidas sus ciudades, los hombres del mañana tendrían muchas dudas respecto a que la fuerza de los lacedemonios correspondiera a su fama”. Tras la dominación romana, Esparta fue saqueada y arrasada por Alarico I, rey de los visigodos. Cerca de sus ruinas se edificaría la ciudad bizantina de Mistra.
La Esparta real apenas coincide con la soñada por Andrea, pero se parece bastante a la que desea reconstruir el brutal y arrogante Alcidas. Aunque la Roma clásica compartía los sueños imperialistas del general espartano, poseía unos valores más humanistas, como la dignidad, la tenacidad, la templanza, la prudencia y la honradez. Ambas civilizaciones se apoyaban en la esclavitud, fuente de prosperidad para una minoría de ciudadanos, pero al menos en Roma surgieron figuras como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto o Cicerón. No hay nada semejante en Esparta.
La amistad entre Alix y Enak recuerda las reflexiones de Séneca sobre la amistad. Cuando las circunstancias ponen a prueba su afecto y su lealtad, nunca se defraudan. “Quien comenzó a ser amigo porque le convenía, también dejará de serlo cuando le convenga”, escribe Séneca. No es el caso de Alix y Enak, altruistas y desinteresados. De hecho, Alix no descansa hasta acceder a la fortaleza espartana donde Enak vive esclavizado, y cuando consiguen fugarse juntos, no le deja atrás, pese a que su amigo apenas puede caminar por culpa de una herida en el pie. Cuando finalmente son apresados y Alcides ordena que le corten las manos a Enak, la audaz intervención de Alix frustra el castigo. “Si quieres que te quieran, quiere tú primero”, aconseja Séneca, reproduciendo la reflexión del filósofo estoico Hecatón. Es el caso de Alix y Enak, que simpatizan desde el principio, sin demandar esa reciprocidad que suele exigirse para abrir el corazón.
La compleja relación entre la reina espartana Andrea y Alix es quizás el aspecto más interesante del álbum. Andrea admira el coraje de Alix y desea que su hijo Heraklión se parezca a él. Tras salvarle de la ira de Alcidas, le pide que sea el preceptor de su heredero y Alix, no sin vacilaciones, acepta, pero cuando descubre que los espartanos piensan ejecutar a los esclavos después de avistar a un soldado romano, decide organizar un motín y combatir con las legiones que asaltarán la fortaleza.
La reina Andrea ha soñado que estaba a punto de aplastar al joven romano, pero se apiadaba de él y Alix aprovechaba su indecisión para levantarse y arrojarla al fuego. Es un sueño similar al de Alix con Palas Atenea. Todo sugiere que el destino, más fuerte que la voluntad de los dioses, había dispuesto que ambos se encontraran y se enfrentaran, pese a cierta simpatía mutua. Cuando la derrota ya es inevitable, Andrea confía a Alix el cuidado de Heraklión, pidiéndole que sea magnánimo y el joven romano contesta que lo protegerá con su vida hasta que sea adulto.
Se ha criticado que Alix, al igual que Tintín, no envejeciera. Dado que sus lectores iniciales eran niños y jóvenes, se entiende que se escamoteara el proceso de maduración y envejecimiento. A diferencia de Hergé, Martin no prohibió que otros dibujantes y guionistas publicaran nuevos álbumes tras su muerte. Gracias a eso, disponemos de la saga de Alix Senator, hasta ahora casi veinte álbumes. Se mantiene la línea clara, pero los dibujos y el color son más modernos. En esta nueva etapa, Alix ha cumplido cincuenta años y ha adquirido la condición de senador. Desde su posición, asesora al emperador Octavio Augusto, sobrino de César, Emperador y Gran Pontífice. Con el pelo blanco, Alix muestra un semblante más grave y su conducta se ha vuelto menos impulsiva, pero conserva sus virtudes: coraje, lealtad, honradez.
El último espartano es una de las obras maestras del cómic francobelga. Por sus dibujos, elegantes y precisos. Por su comprensión de la Antigüedad, con independencia de las licencias adoptadas. Por la consistencia de sus personajes, complejos y muy humanos. Por su trama, bien urdida y con un desenlace impactante. Por su sabiduría existencial y moral. Mientras arde la fortaleza de los rebeldes espartanos, el general Horatius deplora la crueldad de la guerra. Su desolación parece un eco de una famosa frase de Cicerón: “La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil es ya de por sí inmoral”.
Jacques Martin no se limitó a hacer entretenimiento. Alix es un alegato contra la corrupción política, los abusos de las elites, la desigualdad, la codicia y la tiranía. Ese mensaje, lejos de haber caducado, conserva intacta su vigencia y parece más necesario que nunca.