Vivien Leigh y Marlon Brando en 'un tranvía llamado deseo'.

Vivien Leigh y Marlon Brando en 'un tranvía llamado deseo'.

Entreclásicos

Blanche DuBois cancelada

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¿Habría sufrido Blanche DuBois la cultura de la cancelación? El personaje de Tennessee Williams trabaja como profesora en un instituto de Laurel, Mississippi. Romántica, inestable y soñadora, ha cumplido treinta y cinco años, y siempre busca la forma de evadirse de la rutina de una ciudad de provincias, donde imperan la intolerancia y el puritanismo.

El romance con uno de sus alumnos le acarrea la pérdida de su empleo y el vacío social. Blanche se refugia en la casa de su hermana Stella en Nueva Orleans, sin saber que le esperan la violencia y la zafiedad de su cuñado, un obrero de origen polaco llamado Stanley Kowalski. Mitch, amigo de Kowalski, se enamora de ella y le propone matrimonio, pero Stanley, que descubre el pasado de Blanche, le revela por qué abandono su ciudad natal, lo cual arruina el idilio.

Mitch acusa a Blanche de haberle engañado, fingiendo rectitud y ella le contesta que solo las líneas son rectas. Efectivamente, las personas no son líneas, sino laberintos con giros inesperados, zonas en penumbra y secretos que anhelan no conocer la luz.

¿Qué diría el #MeToo de la historia de Blanche, una mujer frágil, promiscua y atormentada? No sé si sería tratada con menos severidad por ser mujer, pero si se le aplicara el baremo habitual, sería cancelada y proscrita. Suele olvidarse que casi todos los países fijan la edad de consentimiento sexual a los dieciséis años y no se pueden criminalizar conductas que no se consideran delictivas.

Incapaz de asimilar el suicidio de su marido, que se quitó la vida después de que lo descubriera en el lecho con otro hombre, amar a un muchacho de diecisiete años, casi la edad de su joven esposo, representa para Blanche una forma de reescribir el pasado, espantar la muerte y aplacar el sufrimiento. Esa es la idea que intenta transmitir Tennessee Williams, pero, al parecer, esta interpretación ya no vale para nuestros días.

Desde la perspectiva impulsada por el #MeToo, Blanche ya no es una mujer rota y caída, una víctima de la intransigencia del Sur profundo, sino una pérfida abusadora y merece ser arrojada a la hoguera. Al parecer, Vivien Leigh, la actriz que la encarnó en pantalla, también era aficionada a los amantes jóvenes a raíz de que el alcohol y el tabaco precipitaran un envejecimiento prematuro, marchitando su extraordinaria belleza. ¿Hay que cancelar su legado? ¿Debemos incluir a Vivien Leigh en la galería de los perversos incurables?

Acaba de hacerse público que Cormac McCarthy mantuvo a los cuarenta y tres años un idilio con Augusta Britt, una joven de diecisiete. En una entrevista en Vanity Fair, Britt aclara que se trató de una relación consentida y que se conocieron en una época caótica de su vida. Cuando se acercó al motel donde se alojaba McCarthy para que le firmara su primera novela, El guardián del vergel, llevaba un revólver en la cintura y el escritor, por entonces poco conocido, le preguntó en broma si pensaba disparar contra él. "Él fue mi salvación", comenta Britt. "Realmente siento que si no lo hubiera conocido, habría muerto joven".

Lo que le dolió fue que utilizara su historia en sus novelas. Desde que se conocen estos hechos, McCarthy ha comenzado a ser cuestionado como autor y como ser humano. ¿Es inmoral una relación consentida entre personas con tanta diferencia de edad? ¿Se puede presuponer que estos casos siempre constituyen una forma de abuso? Si es así, ¿qué juicio merece la relación entre Antonio Machado y Leonor Izquierdo?

Cuando se casaron, el poeta tenía treinta y cuatro años, y ella, quince. La tuberculosis acabó con la vida de Leonor a los dieciocho. Machado escribió unos bellísimos poemas para expresar su dolor y su nostalgia. Durante mucho tiempo, se consideraron un ejemplo de genuino amor. A partir de ahora, ¿deberían ser interpretados como el lamento de un pederasta? ¿Es Antonio Machado la versión española de Humbert, el personaje de Nabokov, un mero embaucador a la caza de "lolitas"?

¿Se podría realizar el mismo juicio de Edgar Allan Poe, que a los veintiséis años se casó con su prima Virginia, de trece? Se calcula que María de Nazaret tenía catorce o quince años cuando nació Jesús. ¿Hay que cancelar también al Espíritu Santo? Marcela, la bella pastora del Quijote, tenía catorce años. ¿Cervantes era otro degenerado?

Hace unos años, comenzó a airearse que María Schneider había sido sometida a vejaciones durante el rodaje de El último tango en París. Se dijo que la actriz había sido violada en el set, pero todos los implicados han negado ese hecho. Al parecer, la escena en que Marlon Brando la sodomiza utilizando mantequilla no se contemplaba en el guion y Bertolucci la introdujo sin contar con la aprobación de la actriz.

Años después, el director se excusó, alegando que pretendía lograr el máximo realismo con esa forma de proceder. Brando, que no sabía nada, intentó tranquilizar a la actriz durante la escena, comentándole que solo era una película. Cuando descubrió lo que había hecho Bertolucci, se indignó con él y le retiró la palabra. Schneider afirmó que se había sentido violada y que había llorado de verdad, pero no se mostró resentida con Brando. Al enterarse de su fallecimiento, le dedicó unas palabras afectuosas y le agradeció todo lo que había aprendido a su lado.

No creo que se pueda atribuir a esa escena la deriva autodestructiva de Schneider, víctima de las drogas y afectada por crisis depresivas recurrentes. Por lo general, estas espirales autodestructivas suelen ser el fruto de una desdichada combinación de fatalidades y no de un trauma aislado. No voy a justificar la canallesca argucia de Bertolucci, pero sí quiero manifestar mi preocupación por este nuevo macartismo que ha llevado a la picota hasta a Tintín y Lucky Luke, cuyos álbumes ardieron en Canadá por su carácter presuntamente colonialista.

¿Qué será lo siguiente? ¿Cancelar a Bogart porque se hizo amante de Lauren Bacall cuando ella tenía diecinueve años y él cuarenta y cuatro? ¿Afirmar que su boda un año después fue una forma de abuso? ¿Cancelar a Luis Cernuda, Thomas Mann y Juan Gil-Albert porque se sentían atraídos por adolescentes de su sexo? ¿Escupir sobre Centauros del desierto, una de las obras maestras de John Ford, por el racismo de Ethan Edwards, el personaje interpretado por John Wayne?

En 2018, cien personalidades de la cultura francesa firmaron una carta contra el Movimiento #MeToo. Encabezado por la actriz Catherine Deneuve, la cantante Ingrid Caven, la editora Joëlle Losfeld y la escritora y galerista Catherine Millet, el texto recordaba que la violación es un delito, pero no la seducción insistente y señalaba que la galantería no constituye una agresión machista. La carta, publicada en el diario francés Le Monde, advertía que "la protesta legítima por la violencia sexual a la que están sometidas las mujeres, en particular en su vida profesional" se había transformado en una "caza de brujas".

Lo que había comenzado como un movimiento liberador había adquirido un carácter autoritario que no toleraba críticas ni matices

Se habían puesto en marcha "campañas de delaciones y acusaciones públicas hacia individuos a quienes no se deja la posibilidad de responder o de defenderse". Se había abierto una veda que había provocado el escarnio público y la destrucción de las carreras profesionales de hombres cuyo único delito había sido "tocar la rodilla de alguien o intentar robarse un beso". Lo que había comenzado como un movimiento liberador había adquirido un carácter autoritario que no toleraba críticas ni matices.

"Se intimida a la gente para que hable 'correctamente', se acalla a quienes no coinciden y aquellas mujeres que se niegan de doblegarse son vistas como cómplices o traidoras". Las firmantes criticaba la victimización radical de la mujer: "Como mujeres no nos reconocemos en este feminismo, que más allá de denunciar el abuso del poder se transforma en odio a los hombres y a la sexualidad. Pensamos que la libertad de decir no a una proposición sexual corre pareja a la libertad de importunar, sin encerrarse en el papel de víctimas". La carta de las cien artistas e intelectuales francesas provocó una reacción muy violenta entre las partidarias del #MeToo.

Alarmada, Catherine Deneuve dio un paso atrás y se disculpó, pero Catherine Millet se mantuvo en su postura: "Hay que meterse en la piel de quienes han padecido violencia sexual, pero también pensar en los hombres que han sido víctimas de acusaciones muy rápidas y con consecuencias graves en sus vidas profesionales. Me parece muy grave que se borre a un actor de una película. Son métodos que me recuerdan a los del estalinismo… Veo aparecer un clima de inquisición, en el que cada uno vigila a su vecino, como sucedía en los regímenes soviéticos, y luego lo denuncia en las redes sociales. Todos los rincones de la sociedad están bajo vigilancia, incluida nuestra esfera íntima".

En noviembre de 2024, Santiago Alba Rico, Itziar Ziga, Raque Ogando y otras firmas publicaron en El País un artículo titulado "Linchamiento", a propósito del "caso Errejón", deplorando la forma en que se había abordado el escándalo: "Quien no dispare hoy contra Errejón y no se sume a su linchamiento, quien no participe en su asesinato civil, quien evoque la presunción de inocencia o el derecho a la reinserción —dinamitado ya para siempre— deberán ser señalados, atacados y acusados de mancillar a las víctimas. ¿Es esa la sociedad que queremos? ¿Se trata de una gran victoria sobre el machismo?".

Y continuaba: "Ninguna victoria feminista puede pasar por la destrucción de un ser humano y menos aún por la activación de tribunales populares al margen de la justicia y basados en dos principios peligrosos: la victimización radical de la mujer y la confusión entre pecado y delito".

El arte y el moralismo nunca han hecho buenas migas. La creatividad siempre nace del inconformismo y la vocación transgresora. Si le arrebatamos ese impulso, perderá la inspiración. Espero que la cultura de la cancelación pase y sea reemplazada por una mirada más inteligente y compasiva. Mientras tanto, yo seguiré leyendo a Antonio Machado, Poe y Cormac McCarthy, y no dejaré de disfrutar de las interpretaciones de Vivien Leigh, una mujer que cometió el mismo pecado que Blanche DuBois: amar la fantasía y la belleza por encima de todas las cosas.