Creadores y consumidores con el iPad al fondo
La televisión ha sido el medio de comunicación revolucionario de la segunda mitad del siglo XX. Ha sido, sin duda, el medio que ha cambiado el mundo del entretenimiento en las últimas décadas, pero casi siempre tuvo poco predicamento en las élites intelectuales. Se ha ganado diversos apelativos pero el que más éxito ha tenido ha sido el de “caja tonta” aunque nunca he llegado a saber si el calificativo se refería a los que producían y emitían los programas o a los que los que consumían.
Mucho se ha criticado a la televisión por la baja calidad de sus programas pero durante años casi nadie dijo lo evidente: la televisión es un medio unidireccional: unos pocos crean y producen y la inmensa mayoría consumen las emisiones. Además, las inversiones necesarias y las regulaciones administrativas hacen inviable otro escenario.
En este escenario, irrumpe Internet en los años 90 del pasado siglo como un medio de amplia audiencia. Es el primer medio de comunicación masivo realmente bidireccional o, mejor dicho, multidireccional. Es la primera oportunidad real de que cualquiera se convierta en creador y pueda llegar a un universo millonario de consumidores que, a su vez, también pueden ser creadores. Es el paraíso soñado por cualquier creador: un mercado millonario al que se puede llegar de forma directa, sin intermediarios. Sin embargo, este hecho evidente, por desgracia parece que no ha sido bien recibido, o al menos no ha sido bien entendido por muchos creadores.
La profusión de blogs y herramientas como twitter, así como las redes sociales, han convertido a todos los usuarios de Internet en creadores de contenido y no sólo en consumidores: esa es la verdadera democratización que nos ha traído Internet. Se ha pasado de la “dictadura” de los ejecutivos de televisión a la democracia de las redes sociales y los blogs.
En esta situación, muy esperanzadora pero todavía confusa en su evolución, surge el iPad, un dispositivo (difícil calificarlo de ordenador o netbook) realmente espectacular en su diseño, capaz probablemente de marcar un antes y un después en la interfaz de usuario pero irritante a veces en sus opciones de diseño, como por ejemplo no disponer de puerto USB. Ha sido visto por los grandes medios de prensa escrita como el salvador que les permitirá vender millones de suscripciones digitales a sus medios y mantener así la estructura del negocio en términos parecidos a los del siglo pasado. Para bien o para mal eso no va a suceder y, si piensan que el iPad es el santo grial que buscaban, están muy lejos de la realidad, y quizá sólo les perjudique distrayéndolos de lo que verdad importa: adaptar su modelo de negocio a los nuevos tiempos o más bien revolucionarlo.
Personalmente, me gusta mucho el iPad. A pesar de algunas decisiones de diseño incomprensibles, como no añadir puerto USB o no disponer de una cámara Web, es un dispositivo elegante, de “belleza electrónica” indiscutible. Tiene una interfaz, heredada del iPhone, pero en una pantalla mucho mayor, que permitirá acercar el mundo digital a muchas personas de cierta edad que han sido incapaces de acercarse a los ordenadores con sus interfaces clásicas. Mi problema con el iPad es fundamentalmente de concepto: nos ha costado mucho llegar a una sociedad conectada, donde cualquiera puede ser a la vez creador y consumidor y el iPad es un dispositivo diseñado exclusivamente para consumidores. Me rebelo ante una tendencia de fondo para convertir otra vez a los usuarios en meros consumidores de lo que otros crean.