'The Fate of Atlantis', dioses y monstruos
El derroche esteticista del videojuego nos sumerge por completo en la mitología griega pero no le acompaña un elemento narrativo a la altura
Assassin’s Creed Odyssey ha tenido un recorrido bastante prolongado, pero con el tercer episodio de la segunda expansión podemos decir que ya está todo el pescado vendido. Al juego le afectó mucho los once meses de diferencia que le separaron de Origins, porque muchos dieron por supuesto que se trataba de un trabajo apresurado, que Ubisoft volvía a las andadas de las entregas anuales para sobreexplotar la franquicia con meros cambios cosméticos. Las ventas iniciales no fueron las esperadas, y el juego rápidamente bajó de precio para poder extenderse entre la población de jugadores con más facilidad. Desde el lanzamiento a principios de octubre del año pasado, la compañía gala ha sido bastante prudente a la hora de compartir datos comerciales, por lo que resulta fácil sospechar que no son tan positivos como le gustaría hacernos creer. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo y la fiebre de Red Dead Redemption 2 iba bajando, se empezó a correr la voz de que el juego iba más allá de un simple refrito, y que por el contrario era la entrega más ambiciosa de la saga, convirtiéndose en un juego de rol de pleno derecho con muchas opciones de personalización, una historia muy bien llevada y, valga el retruécano, una extensión ciclópea.
Si la primera expansión, Legacy of the First Blade, se centraba en una historia personal del protagonista, sus relaciones y su progenie a lo largo de las provincias menos visitadas del juego base, la segunda nos sumerge por completo en la mitología griega. Gracias a la simulaciones de Alethia y los Isu (la civilización pretérita que maneja los hilos desde el principio de la saga), Kassandra visita los campos Elíseos, el inframundo regentado por Hades y, por último, la majestuosa Atlántida, sede del dios de los mares. Al dejar a un lado el historicismo de la Grecia de la guerra del Peloponeso, los artistas de Ubisoft Quebec han dado rienda suelta a su creatividad para diseñar las localizaciones más fascinantes del juego.
Los campos Elíseos, donde Perséfone, Hécate y Hermes tratan de sofocar una rebelión iniciada por Adonis, es un enclave de una belleza espectacular, irreal, donde han favorecido la verticalidad directa de grandes acantilados, majestuosas ciudades colgadas sobre riscos y extensos campos de flores. Es un lugar de una belleza impactante, que recoge las sensibilidades del mundo antiguo para recrear una visión beatífica del más allá. El inframundo de Hades, custodiado por Cerbero, sí que se asemeja a un infierno de tradición cristiana más obvio, con sus volcanes y sus lagos sulfurosos. Es el contrapunto estético absoluto, y se presenta como un lugar repleto de misterios, aunque también asfixiante y opresivo. Por última, la mítica ciudad de la Atlántida, que referenció Platón en su día, es una ciudad que abraza el componente de ciencia ficción que subyace en el centro neurálgico de la trama y lleva a las últimas consecuencias el matiz futurista de los Isu.
Los tres episodios de Fate of Atlantis (nombre que comparte con la aventura de Indiana Jones de Hal Barwood en la antigua LucasArts del rancho Skywalker) funcionan como una verdadera expansión de contenidos, con unas 25 horas de juego adicional en localizaciones completamente nuevas, con habilidades todavía más potentes que desbloquear, enemigos, equipo y toda la demás parafernalia. Es un añadido gigante, que supera en contenido a muchos otros juegos de la saga, pero que no termina de provocar las mismas reacciones que la expansión anterior, más moderada en su ambición formal pero mucho más valiente en la narrativa. Este arco mitológico de Assassin’s Creed Odyssey es un derroche esteticista, un espectáculo visual sin parangón, pero al que no acompaña un elemento narrativo a la altura.
Ni siquiera en el tercer episodio, el que está centrado en la Atlántida, y donde hacen acto de presencia muchos de los elementos que vertebran la franquicia, consigue ofrecer respuestas interesantes o personajes memorables. De hecho, el final es profundamente anticlimático, con una batalla contra el Hecatónquiros tan tediosa como farragosa, que no conduce más que a una previsible resolución que deja todo en un limbo injustificado. Es un final que parece apresurado, recortado, sin ningún tipo de impacto emocional, y que palidece en comparación con el final del arco del juego base (esa confrontación con Deimos en la cúspide del monte Taygetos) como con el de Legacy of The First Blade (ese time-lapse de más de cuatrocientos años de historia egipcia que conecta los linajes de Kassandra y Aya, pilar de Origins).
Este año 2019 Ubisoft también se lo ha tomado de descanso, y la saga no volverá hasta finales de 2020, probablemente con una versión que pueda salir también en las consolas de nueva generación. Se rumorea una ambientación vikinga. Pero más allá de eso, el tiempo extra de desarrollo tiene que ser empleado en volver a replantear conceptualmente la saga. Quizá no hubiera sido necesaria tanta renovación si Odyssey hubiera optado por una extensión más normal, pero el formato de juego como servicio que los galos han querido adoptar con él le ha supuesto una cantidad absurda de contenido. Con una duración total que se acerca peligrosamente a las 110 horas, y sabiendo la cantidad de cosas que todavía quedan pendientes, es imposible no terminar saturado. Es tan absurdo como estúpido. Entiendo el razonamiento de los ejecutivos de Ubisoft, y la necesidad de cuadrar las cuentas en un mercado de entretenimiento cada vez más competitivo, pero a partir de cierto punto las cosas se empiezan a volver en tu contra.
El compromiso que exigen es demasiado amplio, y lo lógico es que muchos potenciales jugadores se abstengan de experimentar este viaje en el tiempo por la estúpida cantidad de tiempo que necesita. El tema de la duración de los videojuegos ha sido uno de los puntos más contenciosos de los últimos años, pero no podemos seguir con esta carrera armamentística sin sentido. Dentro de unos parámetros, necesitamos estudios que estén dispuestos a arriesgar más en otras áreas, innovando y siendo valientes a la hora de plantear nuevos diseños. Assassin’s Creed Odyssey es un juego sobresaliente con dos expansiones que se complementan bien, que a pesar de sus carencias redondean un notable sin mucho esfuerzo, pero que se vuelve a la postre muy repetitivo, y que solo se salva por lo bien depurada que está su fórmula a estas alturas. Sin duda alguna es una fórmula ganadora, muy maleable, pero que hay que seguir cuidando para seguir disfrutándola durante años.