Si todo va bien, en poco más de un mes saldrá al mercado Final Fantasy VII Remake, veintitrés años después del juego original de PlayStation. Hace unos días pude probar unas cuantas horas del juego en un evento al que acudí invitado por Square Enix. El estatus de este juego es casi mítico. Su existencia se estuvo rumoreando desde al menos el año 2005, cuando la empresa presentó una demo técnica de su por aquel entonces nuevo y flamante motor gráfico, el Crystal Tools, en el E3. Los japoneses lo negaron una y otra vez durante diez años, hasta que por fin, en el 2015, presentaron por todo lo alto un tráiler que lo confirmaba, con la palabra Remake muy visible en el título que no dejaba lugar a dudas. No iba a ser una mera remasterización, una capa de pintura, sino una vuelta al taller de diseño para rehacerlo desde cero.
Final Fantasy es la saga japonesa de videojuegos por excelencia, y aunque cuenta con más de quince entregas principales y docenas de títulos secundarios, el VII es el que goza de un mayor reconocimiento porque para la gran mayoría del público occidental fue el punto de entrada en el rol japonés. Una historia compleja, llena de personajes icónicos y un mundo tan extraño como fascinante se escondían en 3 CD-ROMS en el año 1997. Eran los primeros pasos de los juegos en tres dimensiones, y la industria entera estaba en plena efervescencia, apuntalando clásicos que ampliaban los horizontes del medio. Pero en 2020 el panorama es muy diferente. No solo por el salto tecnológico, que es evidente, sino por la evolución del propio medio y la preferencia actual del gran público por juegos de acción.
Los diferentes capítulos que pude probar durante el evento tenían como objetivo mostrar los cambios en el sistema de combate. El original del año 97 se limitaba a un tradicional sistema por turnos, demasiado estático y lento para sobrellevar una superproducción de este calibre en el panorama actual. En el Remake, Square Enix ha optado por un acercamiento más directo, un esquema de control que se asemeja más al de un juego de acción, pero que retiene el componente estratégico al poder ralentizar el tiempo para utilizar habilidades especiales. Solo se puede manejar un personaje al mismo tiempo (los demás son controlados de forma autónoma por la competente inteligencia artificial), pero se puede bascular entre uno y otro a voluntad, sacando partido de las fortalezas de cada uno para superar unos combates que se plantean como puzles.
Una de las cosas que más llama la atención es cómo el equipo de desarrollo se ha obsesionado con ampliar cada elemento del original, que ya de por sí era un juego bastante grande. Es importante recalcar que el juego que saldrá el 10 de abril solo va a cubrir los eventos que transcurren en la ciudad de Midgar, más o menos el primer acto de la trama. Square Enix no quiere dar datos sobre cómo van a lanzar los próximos episodios, ni siquiera cuántos han planeado, pero todo parece indicar que la adaptación completa llevará años. Es difícil de saber si todo responde a un plan cínico para sacarle el mayor rédito comercial posible o si la empresa, ya que se disponía a invertir cientos de millones de dólares en una producción de este calibre, ha optado por dejar a los desarrolladores un cheque en blanco para detallar un mundo que en el original, por las limitaciones de la época, tan solo se intuía; algo que daría una razón de peso y una motivación creativa para volver a una trama casi un cuarto de siglo después.
Sin embargo, por todos los estratosféricos valores de producción de los que hace el gala, el juego termina incurriendo en muchos de los problemas que aquejan a los juegos de rol japonés. En un mundo donde los grandes estudios occidentales han perfeccionado la presentación cinematográfica, con interpretaciones de alta calidad y unos guiones muy literarios, Final Fantasy VII Remake parece contentarse con asemejarse a un anime de garrafón. El diálogo se antoja exagerado, con personajes histriónicos, toscos, que resultan meras caricaturas, estereotipos andantes. Los primeros compases del guion parecen una reliquia de otro tiempo, al nivel de una serie de dibujos del sábado por la mañana, y después de ser testigo del nivel estelar al que ha llegado la narrativa de Final Fantasy XIV, un juego online, no hay ninguna excusa para no haber pulido un aspecto tan fundamental. Es posible que les haya podido la reverencia que sienten por el texto original, o las constricciones que les suponía trabajar con una obra de los años noventa (y todo lo que eso supone), pero parece que no hay espacio para la sutileza en esta historia. La cosa puede que mejore cuando tenga oportunidad de examinarla en su conjunto, pero la primera impresión no es positiva. Es evidente que hay cosas que se pierden en la localización, pero, sinceramente, creo que el problema subyace en una presentación que se mira en el reflejo de la poderosa industria del anime en vez de formas narrativas más ambiciosas.
Final Fantasy VII Remake es la bala de plata de Square Enix, el proyecto que siempre ha estado destinado a sacar a la compañía de un apuro si se daba la situación. La verdad es que la franquicia tuvo su época de esplendor en los años noventa, y que lleva veinte años en una profunda crisis existencial, donde todos los juegos se han convertido en una pesadilla de producción, con procesos interminables plagados de problemas y contratiempos. Pero los desarrolladores siempre, de la manera más insospechada, han conseguido darle la vuelta, siendo el XIV el caso más inspirador. Este remake lleva cinco años en producción, y ni siquiera es la historia completa, pero demuestra a una empresa determinada a soportar la carga de su legado mientras tantea posibilidades de futuro. No queda mucho para poder evaluar si esta excursión nostálgica ha merecido la pena.