La crónica del 2020 quedará para siempre unida a la realidad ineludible de la pandemia, pero mientras que el coronavirus ha impactado gravemente la producción cultural a nivel mundial, el sector del videojuego ha podido capear el temporal de mejor manera que muchos. No solo los confinamientos han hecho que mucha gente que no había probado antes uno se haya atrevido a ponerse con ellos por primera vez para que les ayudaran a pasar las largas horas de ocio restringido, sino que todo ha coincidido con el último año de una generación y el comienzo de otra, y todo lo que eso supone. Según datos de IDC, el mercado de los videojuegos en 2020 se prevé que roce los 180.000 millones de dólares, un crecimiento de en torno al 20% respecto al año anterior. Son números estratosféricos que demuestran el empuje global de la industria y la aceptación masiva de la gente, pero que no nos tienen que distraer de lo importante: los méritos de las creaciones videolúdicas.
A pesar del descalabro final de Cyberpunk 2077, la añada ha sido de una enorme calidad, y reducir a diez el número de juegos a destacar es un ejercicio ya de por sí injusto. Además, aunque me dedique a esto, incluso para mí ha sido imposible jugar a todos los grandes títulos que han ido saliendo estos meses, ya sea por falta de tiempo o falta de la tecnología necesaria para poder disfrutarlos. Así que si en esta lista no están ni Half-Life Alyx, ni Animal Crossing: New Horizons o 13 Sentinels: Aegis Rim entre otros es, más que nada, porque no he podido jugarlos. Ojalá pueda subsanar estas carencias en el próximo año, aunque visto cómo viene el calendario se antoja difícil. Sin más dilación, empezamos la cuenta atrás de los diez juegos que considero imprescindibles este año.
10 -. Ghost of Tsushima: El sacrificio de los defensores japoneses ante la invasión mongola de 1274 es uno de los grandes portentos gráficos del año, con un escenario colorido que recuerda a los pintorescos encuadres de las wuxias de Zhang Yimou y unos duelos vibrantes al más puro estilo Kurosawa. El juego brilla con luz propia en momentos como el asedio de Yarikawa y el quebrantador epílogo, pero un tercer acto apagado y unas misiones secundarias bastante prescindibles deslucen el resultado final y le impiden escalar más puestos en la lista.
9 -. Ori and the Will of the Wisps: Un cuadro en movimiento con mimbres de los juegos de antaño, con su ajustada dificultad, posibilidades expansivas y un brío inspirador gracias a la impresionante banda sonora de Gareth Cooker que sabe como nadie alternar entre el lirismo más introspectivo y la épica más violenta y arrebatadora. Una historia sencilla pero muy poderosa capaz de revestir de significado la desesperada confrontación final entre Ori y Shriek, y una anagnórisis última garantizan la devastación emocional cuando llegan los títulos de crédito. Todavía se me ponen los pelos como escarpias al recordar el clímax de esta fábula magistral.
8 -. Kentucky Route Zero: El juego episódico de estos alumni del Art Institute of Chicago ha tardado siete años en completarse. En enero del ya lejano 2013 publicaron el primer episodio, pero no ha sido hasta este 2020 cuando han terminado el periplo de estos personajes perdidos entre los intersticios de las rutas que atraviesan el ingente continente americano. Es, sin duda alguna, la interpretación más puramente artística del medio, con un tratamiento literario enraizado en el realismo mágico que pone su atención en los perdedores de la Gran Recesión. Un juego pausado, experimental, único en su especie y el argumento definitivo con el que rebatir a todos los popes de la cultura escépticos que todavía pululan por ahí.
7-. Marvel’s Spider-Man: Miles Morales: A pesar de sus reducidas dimensiones, el juego centrado en el adolescente de Harlem es, en mi opinión, una experiencia superior a la que nos llegó hace un par de años y un fantástico título de salida para la PlayStation 5, donde, gracias al raytracing, luce espectacular. Un juego conciso, que va al grano, con unos personajes entrañables y una acción fluida y dinámica con más poderes que barajar a la hora de afrontar los desafíos.
6-. Wasteland 3: El exponente del rol más tradicional de este año, con sus turnos y su perspectiva cenital. Es innegable que el juego salió en un estado bastante áspero, pero debajo de toda la morralla técnica se escondía un título con una personalidad incuestionable que salía a relucir en los momentos donde soltaba, sin previo aviso, himnos icónicos como ese America the Beautiful. Si la odisea de los Rangers en Colorado es un adelanto de lo que está por venir de las oficinas de InXile Entertainment, ahora que han sido comprados por Microsoft y tienen acceso a un presupuesto gigante, habrá que estar muy pendientes.
5 -. Doom Eternal: Este año ha vuelto el padrino de los juegos de disparos en primera persona, y lo ha hecho con la mejor entrega en 27 años. Doom Eternal mejora en todo el reboot de 2016: más y mejores mecánicas, unos escenarios mucho más imaginativos y variados, un movimiento más ágil y frenético y, por fin, una historia a la altura que, sin entrometerse en la acción, consigue aportar esa gravitas bíblica que tanto le hacía falta a la saga. Y cómo no, la banda sonora de Mick Gordon, un heavy metal industrial que casa a la perfección con toda la casquería e imaginería ochentera. Mucho más inteligente de lo que podría parecer a primera vista.
4-. Hades: Perfección mecánica y narrativa recurrente en el que probablemente sea el mejor roguelike de la historia, destilado con paciencia durante el par de años que ha pasado en el taller del acceso anticipado, mejorando de manera exponencial gracias al feedback de los jugadores. La obra de Supergiant Games ha conseguido coger un género de nicho y refinarlo para una audiencia masiva, sin renegar de las esencias que lo conforman. La determinación de Zagreus para escapar del inframundo es una pugna que reverbera en los espacios cavernarios del existencialismo, pero, como ya apuntaba Albert Camus, “la lucha por alcanzar la cumbre de la montaña es suficiente para llenar el corazón de cualquier hombre. Uno debe imaginar a Sísifo feliz".
3 -. Nioh 2: Voy a ser sincero. No esperaba nada de esta secuela. El nivel tan descompensado de las expansiones del primero hicieron que las abandonara y ensombreció todos mis recuerdos de la gesta de William Adams en el Japón de finales del período Sengoku. Sin embargo, Team Ninja me ha conquistado con la vuelta de tuerca mecánica tan dramática que ha realizado sobre el núcleo jugable y una historia centrada en el ascenso y caída de Toyotomi Hideyoshi en este Japón feudal donde los yokai recorren los bosques y las montañas de manera cotidiana. Las tres expansiones, mucho más ajustadas esta vez, coronan uno de los títulos tapados del año pero que sin lugar a dudas es al que más horas he dedicado. Versátil y tan profundo que puede llegar a apabullar, pero que hará las delicias de los que no se arredran con facilidad.
2 -. Assassin’s Creed Valhalla: Otro juego que me ha sorprendido muy gratamente. Después de dedicarle más de un centenar de horas a la odisea griega y sus expansiones no creía que la saga pudiera aportarme nada reseñable tan pronto. Y sin embargo, lo ha hecho. Valhalla es cuando Ubisoft ha conseguido por fin aspirar de verdad al ideal RPG, y lo que marca la diferencia es el tremendo salto de calidad que ha dado todo el aspecto literario. La estructura de la aventura de Eivor, en arcos narrativos que reflejan las sagas islandesas, ha sido un acierto sin paliativos. Además, por primera vez en mucho tiempo, parece que los franceses tienen un objetivo claro para ese gran marco que acoge la saga entera. Pero más allá de eso, la Inglaterra del siglo IX es un lugar que clama por ser explorado, que rezuma esoterismo y primitivismo ante la mirada perpetua de los gigantes romanos que una vez la conquistaron y que ahora vigilan las luchas entre sajones y nórdicos por el territorio.
1 -. The Last of Us Part II: Aquí no hay sorpresas. El juego que ha merecido ocupar la primera portada de videojuegos de El Cultural con una entrevista a su director creativo, Neil Druckmann, es el principal ejemplo de lo que pasa cuando unos artistas tienen libertad absoluta para hacer lo que quieren y consideran necesario y el apoyo inquebrantable de los cientos de millones de dólares de una corporación. Un juego valiente que se atreve a llevar a los jugadores al límite con su, en ocasiones, insoportable exploración del ciclo de la violencia y el inasumible coste que impone sobre los hombres y mujeres que se ven atrapados en él. La absoluta perfección audiovisual al servicio de un juego determinado a pegar un puñetazo sobre la mesa, cueste lo que cueste. Ha arrasado en los premios de The Game Awards con siete galardones, incluyendo mejor juego, dirección, narrativa e interpretación a Laura Bailey por su papel de Abby. Merecidísimos todos. Un juego para los anales de la historia, y en mi opinión superior a la ya de por sí imponente primera parte. Lo único que queda por ver si es la HBO y Craig Mazin son capaces de hacer justicia a los personajes en la serie.