El argumento de Call of Duty: Modern Warfare 2 (2009) empezaba con una de las escenas más controvertidas, analizadas y discutidas de la historia de los videojuegos. En ella, el jugador se infiltraba en una célula de ultranacionalistas rusos en una operación de bandera falsa en la que masacraban a la población civil de un aeropuerto ruso. Nada más comenzar el nivel, Makarov, el antagonista de la trama, da una última instrucción a sus hombres: “Recordad, nada de ruso”. A continuación se sucede una secuencia absolutamente horripilante donde los terroristas ametrallan sin piedad a la multitud, antes de que las fuerzas de asalto táctico lleguen para hacerles frente. El jugador no está obligado a participar en la matanza, pero tampoco puede hacer nada para detenerla.
Al terminar el nivel, Makarov se vuelve hacia él y le descerraja dos tiros a quemarropa, revelando que sabía de su condición de espía de la CIA desde el principio, requiriendo su cuerpo para ejercer como la firma de autor de la operación y así facilitar que el gobierno ruso culpe a los Estados Unidos de la brutalidad, soliviantando a la opinión pública y lanzando una invasión a gran escala de Occidente que da comienzo a la Tercera Guerra Mundial. El nivel fue polémico incluso antes de que se lanzara el juego, lo que llevó a Activision a poner un aviso y a permitir saltárselo por completo sin penalización alguna.
Los rusos siempre han sido los malos en el imaginario de Occidente, una condición que se perpetúa sin remilgos tanto en el cine como en videojuegos. En Call of Duty, de manera específica, la representación villanesca es casi una constante, pintando un panorama desolador: una nación orgullosa, belicosa y, sobre todo, muy manipulable. Hace doce años, los perfiles que dibujaba Modern Warfare 2 eran tan exagerados y las situaciones tan extremas que hacía que la trama entera rayara en el absurdo, facilitando en cierta manera una distancia prudencial entre el juego y la realidad. Sin embargo, en 2022, las astracanadas del pasado se han convertido en situaciones muy serias que exigen una lectura nueva y ponderada.
Hace diez días, el escenario era tenso en la frontera entre Rusia y Ucrania, pero los repetidos avisos de la administración Biden eran recibidos con bastante displicencia por muchos políticos y ciudadanos de la Unión Europea. Ahora, nos enfrentamos a una guerra abierta en suelo continental, con cientos de miles de refugiados, combates feroces y acusaciones sobre el uso de bombas termobáricas. Por si fuera poco, Putin ha puesto sobre la mesa las armas nucleares en una escalada dialéctica que ha escandalizado al mundo. Poco a poco, está completando su proceso de mimetización con los antagonistas de Call of Duty. La secuela de Modern Warfare (2019), el reinicio de la saga, está prevista para finales de este año. La primera entrega trataba la guerra de Siria y el uso de armas químicas contra la población civil. Aun sabiendo que el trabajo en la segunda empezó mucho antes de que sonaran los tambores de guerra, tengo curiosidad por conocer la trama del juego y si las ambiciones imperialistas de Putin están reflejadas de alguna forma. No me extrañaría que así fuera, provocando un maridaje surrealista entre ficción videolúdica y realidad que nunca debería producirse.
La andanada de sanciones económicas contra la Federación Rusa ha llevado a muchas empresas a interrumpir o cancelar sus operaciones en su territorio. Mykhailo Fedorov, vice primer ministro de Ucrania, ha apelado directamente a Xbox y PlayStation a que tomen cartas en el asunto y bloqueen todas las cuentas de los jugadores rusos y bielorrusos. Por lo pronto, EA ya ha anunciado que van a eliminar todos los equipos, los nacionales y los de las ligas, de Rusia y Bielorrusia en FIFA y en NHL. La industria del videojuego tiene una fuerte presencia en Ucrania, con muchos estudios capaces de producir juegos de alto impacto como Metro Exodus (2019) o la secuela de Stalker: Shadow of Chernobyl (2007), que estaba prevista para abril antes de que el estudio la retrasara para diciembre hace unas semanas. Ahora mismo, nadie sabe siquiera si van a poder completar el desarrollo. Muchas compañías como Embracer Group o los polacos de CD Projekt están invirtiendo millones para apoyar a Ucrania en general y a los desarrolladores en particular.
Entre las diferentes industrias de entretenimiento, pocas pueden llegar a ser tan cínicas como la del videojuego. Las grandes editoras se mueven por meros intereses corporativos y rehúyen como de la peste cualquier posicionamiento público con un mínimo de riesgo. Sin embargo, el consenso respecto a tratar a Rusia como un paria puede hacer que se incline la balanza hacia un lado. La petición del vice primer ministro es realmente ambiciosa y significaría cortar de raíz una sólida fuente de ingresos para estas compañías. Veremos hasta dónde llegan sus acciones o si todo se queda en cándidos mensajes de paz y gestos para la galería. También en la industria del videojuego ha llegado la hora de la verdad, de quedar retratado. El mensaje es claro. Nada de ruso.