Nueve años después de su estreno inicial, pocas cosas nuevas se pueden decir sobre The Last of Us, la odisea de Ellie y Joel a través de unos Estados Unidos desolados, veinte años después del colapso de la civilización. Lo que empieza como un sencillo trabajo de contrabando (sacar de una ciudad militarizada a una niña con un secreto de una importancia capital), se convierte en un viaje de más de un año hacia el Oeste, en una peregrinación secular repleta de desafíos que rememora los mitos del wéstern y el relato paterno-filial que Cormac McCarthy ilustró en su novela La carretera, ganadora del Premio Pulitzer en 2007.
Para Naughty Dog, el estudio californiano que diseñó y produjo la obra, fue un absoluto cambio de paradigma. Venían de cimentar su reputación como uno de los mejores estudios del mundo con la serie Uncharted, las crónicas de un aventurero desenfadado y bonachón repletas de secuencias espectaculares y acción a raudales.
Por todos sus portentos técnicos, Uncharted eran unos juegos ligeros, sencillos y muy, muy divertidos. The Last of Us es la contraparte estilística, la constatación de que el medio quería ahondar en otros registros más literarios, más volcados en los personajes que en los argumentos, más preocupados por el conflicto interno que por el externo, más descarnados y honestos. Fue un triunfo incuestionable, tanto de crítica como de público, llegando a vender más de 20 millones de copias.
Convenció a Sony de asignar grandes presupuestos (por encima de los 100 millones de dólares) a videojuegos narrativos para un jugador, una vertiente que los grandes titanes de la industria estaban atacando por su incapacidad para generar beneficios sostenidos en el tiempo, e inauguró una época dorada para la compañía. Fue uno de los puntales que los videojuegos utilizaron para convencer a la industria cultural y de entretenimiento general de que debían ser tenidos en cuenta de entonces en adelante.
El estreno el año que viene de la adaptación televisiva para HBO, con grandes talentos tanto detrás como delante de las cámaras, certifica su éxito. Sin embargo, ¿qué hay de valor detrás de todo el fenómeno?
The Last of Us es un juego con un conocimiento íntimo de las condiciones necesarias para la manifestación del drama. Es un juego lineal, muy dirigido, obsesionado con crear situaciones de tensión y peligro, ya sea con los enemigos humanos o con los infectados por el hongo Cordyceps. Es también un juego que propone una fricción constante entre personajes, sacando a relucir sus personalidades de manera natural, mostrando una evolución palpable a lo largo de las cuatro estaciones que transcurren durante el relato.
Todo se cimienta en la relación entre Ellie y Joel, unos personajes que siguen siendo tan frescos como hace nueve años, magníficamente interpretados por Ashley Johnson y Troy Baker. Todo el reparto es sencillamente espectacular y nada se ha tenido que cambiar en esta nueva versión en cuanto a las voces, pero las expresiones de sus caras (y de sus ojos) sí se han beneficiado enormemente del salto tecnológico acaecido en la última década, contribuyendo todavía más si cabe al enorme trabajo de los actores.
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Joel y Ellie son dos personajes dispares, inicialmente antagónicos, con experiencias de vida muy diferentes y que sin embargo consiguen establecer un vínculo poderosísimo. Joel, tras los traumáticos sucesos del prólogo, es un superviviente cínico y hasta cierto punto amargado, enfadado con la vida y el mundo. Ellie, probablemente por su juventud, todavía mantiene una cierta mirada de asombro que preserva su inocencia. Entre los dos se produce una transferencia que los cambia hasta la raíz, y esa transformación, para bien o para mal, es digna de presenciarse.
The Last of Us Part I está siendo publicitado como un remake hecho desde cero para PlayStation 5. La terminología para estas actualizaciones de títulos antiguos es tan confusa y tan polisémica que nadie sabe muy bien a qué atenerse muchas veces cuando se blanden términos como remaster o remake. Lo primero que hay que establecer es que, en lo fundamental, el juego es exactamente el mismo, usando el mismo código como base, aunque con unas mejoras que demuestran una gran implicación por parte del estudio. El lavado de cara es notable, con unos gráficos mejorados a todos los niveles.
Los modelos de los personajes aparecen mucho más detallados y, en ocasiones, completamente alterados. Tess aparece ahora como una auténtica superviviente en la cuarentena, con sus líneas de expresión y sus arrugas mucho más marcadas. Los cambios en la iluminación son sencillamente dramáticos. En un mundo donde las fuentes de luz eléctricas han quedado muy limitadas, el sol domina casi todas las escenas, aportando una sensibilidad barroca a muchas de las estancias, con claroscuros y sombras difuminadas por doquier. Las escenas cinemáticas ahora son tiempo real (eran pregrabadas en el original y en la remasterización para PS4), lo que permite también una transición mucho más suave hacia las fases jugables.
Hay miles de detalles increíbles que implementan todas las mejoras que el estudio desarrolló para la segunda parte, como la manera en la que la sangre mana del brazo de Joel cuando es herido y cómo se diluye por la tela de la camisa. Al mismo tiempo, hay algunas facetas que demuestran dónde han optado por ahorrar recursos, como con las animaciones de algunos NPC, que dejan entrever sus orígenes modestos de hace dos generaciones.
Aunque hay ciertos cambios jugables y de mejora de calidad de vida, estos son más bien mínimos. Joel no se mueve con la agilidad de Ellie o Abby en la segunda parte, ni mucho menos. Puede parecer una decepción, pero es necesario entender que algo así alteraría por completo el equilibrio interno del juego, lo que hubiera obligado al estudio a volver a diseñar los escenarios y los combates. La experiencia habría cambiado tanto que ya no sería el mismo juego y lo lógico es que centren sus esfuerzos en hacer una probable tercera parte.
The Last of Us Part I es la mejor manera de experimentar el videojuego que narra la historia de Joel y Ellie. Es un viaje arduo, plagado de violencia pero también de momentos de emoción sincera. Es un juego de momentos que dejan huella, ya sea el impactante prólogo o el radical y hasta cierto punto postmoderno desenlace. Podríamos entrar o no a debatir la pertinencia de este tipo de remakes y si nueve años son suficientes como para volver la vista atrás de esta forma, pero eso sería un tema para otro artículo. Lo que tenemos aquí es el intento por parte de Sony de traer a su hardware más reciente una historia que a principios del año que viene captará la atención de medio mundo con su adaptación televisiva.
HBO ha invertido unos ingentes recursos en la serie, poniendo al timón a Craig Mazin (artífice de Chernobyl) y al propio director del juego, Neil Druckmann, a quien entrevistamos en El Cultural hace poco más de dos años con motivo del estreno de la segunda parte. Con un reparto estelar (Pedro Pascal, Bella Ramsey, Nick Offerman o Anna Torv, entre otros), la serie parece tener todo lo necesario para convertirse en un éxito. Sin embargo, la fuente original siempre será este videojuego y no está de más adecentarlo para presentarlo ante una nueva audiencia.