El reboot de Modern Warfare fue un soplo de aire fresco a una franquicia que está a punto de cumplir su vigésimo aniversario. No deja de ser paradójico, porque todo el concepto de esta subsaga apesta a agotamiento creativo. Con Call of Duty 4: Modern Warfare (2007) es realmente cuando realmente todo empezó a carburar y permitió a Activision convertirse en el gigante que es hoy en día. Después de cerrar la trilogía, Infinity Ward, el estudio responsable, intentó explorar nuevos caminos con Ghosts (2013) e Infinite Warfare (2016), pero sus insulsos resultados comerciales llevaron a la empresa matriz a proponerles/forzarles a retomar la marca Modern Warfare.
En vez de hacer una secuela o un remake sin sentido, lo que hicieron fue tomar los personajes y ciertos compases narrativos y hacer un juego nuevo. Es realmente confuso y muestra el poco interés por la historia del medio que tienen estas corporaciones, pero más allá de eso, la verdad es que tanto Call of Duty: Modern Warfare (2019) como Call of Duty: Modern Warfare II (2022) son muy meritorios y merecen ser tenidos en cuenta a pesar de que formen parte de una apisonadora comercial sin parangón.
Tras los eventos de la primera parte que llevaron a la creación del grupo internacional Task Force 141, un ataque quirúrgico acaba con la vida del general iraní Ghorbani (que hace las veces de Solemaini en la ficción) y su lugarteniente de la Fuerza Quds, Hassan, se lanza a financiar el terrorismo en la región, agitando el avispero para que la CIA ordene una operación con marines.
Durante la escaramuza, los soldados descubren un misil de factura americana en posesión de los iraníes, lo que hace saltar todas las alarmas. Una operación en Ámsterdam les pone sobre la pista de Hassan y revela su alianza con el cartel de Las Almas, dedicado al tráfico de drogas y personas a través de la frontera americana. Para hacer frente a las incontables fuerzas del temido cartel, Task Force 141 se alía con las fuerzas especiales mexicanas y una compañía militar privada, dispuestos a cualquier cosa con tal de encontrar el paradero de los otros misiles que han sido sustraídos al ejército.
La campaña de Modern Warfare II mantiene el pulso narrativo de una novela de Tom Clancy durante su conciso metraje. Los hechos se suceden con rapidez, los personajes exhiben el esperable dominio sobre la jerga de inteligencia que puede enmarañar las cosas para los neófitos y hay suficientes piezas en el tablero global como para saltar de un continente a otro en cuestión de minutos. Si funciona es precisamente porque los personajes van más allá de los arquetipos de las producciones militaristas y dejan una impresión indeleble: el capitán Price, Gaz o Alejandro tienen un carisma propio que los convierte en protagonistas memorables, sobre todo cuando las cosas se tuercen.
['Call of Duty Vanguard', el hundimiento]
Aunque la trama apenas deje resquicios para una caracterización más personal, el guion se las ingenia para hacerlo a través de un diálogo muy naturalista, con muchísimos modismos que resaltan el carácter internacional del equipo. Las expresiones irlandesas de Soap que nadie más entiende son descacharrantes, pero todos los actores cumplen con su cometido, tanto en los intercambios más dramáticos de las cinemáticas (de un hiperrealismo sorprendente) como en el compadreo durante las misiones.
En cuanto al diseño de niveles, no resta más que quitarse el sombrero ante lo que Infinity Ward ha vuelto a hacer. Se nota que realmente ponen un cuidado exquisito en el diseño de las campañas y que después de tantos años todavía son capaces de implementar ideas novedosas que mantengan la propuesta jugable relevante. Cada misión tiene un planteamiento único. Ya sea una infiltración anfibia en el puerto de Ámsterdam, el salto al muro de la frontera de Estados Unidos y una persecución entre civiles envalentonados por la segunda enmienda o el abordaje a un convoy en movimiento en Siria donde hay que saltar de vehículo a vehículo al más puro estilo Uncharted 4 (2016).
Cada misión tiene sus mecánicas específicas, lo que hace maravillas para mantener un ritmo fantástico en todo momento. Están especialmente inspiradas la misión de francotiradores en un parque eólico de la costa gallega, donde los disparos se tienen que coordinar para no alertar a la base enemiga, y la huida a través de una masacre llevada a cabo por unos mercenarios criminales, donde Soap, herido y sin armas, debe fabricárselas con objetos cotidianos mientras intenta pasar desapercibido al más puro estilo survival horror.
Call of Duty: Modern Warfare II ha conseguido recaudar mil millones de dólares en tan solo 10 días en el mercado. Infinity Ward porta el verdadero estandarte de una franquicia cuyas dos últimas entregas, la de 2021 y 2020, han decepcionado bastante. Intenta pegarse a la realidad geopolítica actual para ser lo más relevante posible y decir cosas concretas sobre la realidad informativa, aunque a veces su acercamiento pueda resultar tosco y ciertamente chovinista.
['God of War Ragnarök', el fin del mundo a la altura de lo profetizado]
El juego pone el foco en los grupos de mercenarios, su papel clandestino en las guerras modernas y cómo las jerarquías militares de las grandes potencias, incluido Estados Unidos, recurren a ellos para conducir operaciones ilegales, sin respeto alguno por las leyes de la guerra, mientas mantienen las manos limpias ante sus respectivas opiniones públicas. Es un relato más comedido y plausible que los juegos antiguos, que mostraban el estallido de una Tercera Guerra Mundial en suelo americano y un National Mall en llamas, pero el teaser post-créditos da a entender que los ultranacionalistas rusos, desaparecidos en esta entrega, van a volver con fuerza.
Es de suponer que la invasión de Ucrania jugará un papel importante en el siguiente capítulo, pero es legítimo preguntarse si procede diseñar un videojuego sobre algo tan reciente que está poniendo al mundo entero en una tensión que no había experimentado desde la crisis de misiles de Cuba. Call of Duty está siempre ante el mismo precipicio. Por un lado quieren resultar relevantes y romper barreras enarbolando la libertad creativa y asumiendo riesgos, y por otro quieren recompensar a sus accionistas. Veremos cómo evoluciona en el futuro, pero lo que han hecho hasta ahora en esta subsaga específica es muy destacable.