Un samurái africano en 'Assassin’s Creed Shadows' desata la última guerra cultural en los videojuegos
La reacción airada al papel protagonista de un hombre negro en una fantasía japonesa pone de manifiesto la hipocresía de unos y otros en un debate interesante.
Pongámonos en antecedentes. Assassin’s Creed lleva desde el año 2007 ambientando títulos en diferentes localizaciones y épocas, con un buen abanico de protagonistas y afrontando todo tipo de temáticas en la que es la franquicia de ficción histórica por excelencia en el mundo de los videojuegos. De la tercera cruzada al renacimiento italiano, de la Revolución Americana a la Francesa pasando por los piratas del Caribe, el Egipto Ptolemaico, la Guerra del Peloponeso y la colonización vikinga de Inglaterra.
Es la franquicia estrella de Ubisoft y tras varios años de relativo silencio, vuelve por todo lo alto este noviembre con una entrega ambientada en el periodo de los estados en guerra del Japón Feudal después de casi una década rehuyéndolo.
Durante todo este tiempo, Ubisoft se ha decantado por protagonistas que pudieran mimetizarse con el entorno (buena parte de la premisa inicial era pasar desapercibido entre multitudes) y que pudieran contar su historia de manera honesta y personal, no como meros turistas de una realidad ajena.
Con esos parámetros han creado figuras icónicas como Connor (hijo de una nativa americana y un inglés), Bayek (proveniente de una larga línea de medjays) o Kassandra (una mercenaria con una situación familiar demencial), entre muchos otros.
Aunque en Assassin’s Creed abundan los personajes históricos, siempre son secundarios, dejando mucho margen de maniobra parar narrar las peripecias de unos protagonistas de ficción que siempre se encuentran en el centro de todos los jaleos, como los Alcántara pero a lo largo y ancho de la historia de la civilización humana.
En Shadows, Ubisoft ha roto esa tendencia y ha optado por dos protagonistas bien diferenciados. El primero es Naoe, una shinobi imaginaria que entronca con la tradición de sigilo de la saga; el segundo es Yasuke, un personaje que realmente existió y que simboliza el acercamiento más directo y brutal en el combate. Nada de subterfugios o pasar desapercibido.
La vida de Yasuke no está muy documentada. Se sabe que llegó a Japón con los jesuitas y que estuvo al servicio de Oda Nobunaga como vasallo durante quince meses, hasta el incidente del templo Honno-ji, donde el señor feudal fue traicionado, terminando de manera prematura sus sueños de unificación nacional. Poca cosa más.
Lo más probable es que fuera el primer africano en pisar tierras japonesas y su piel negra causó fascinación en el propio Nobunaga, que le instó a que se lavara delante de él con fruición para comprobar que no fuera ningún tipo de maquillaje. Encarna como nadie el arquetipo de extraño en tierra extraña y su figura tiene un largo recorrido en la cultura popular, desde luego en animación pero también videojuegos.
Era uno de los jefes finales de Nioh (2017), donde aparecía nombrado como el samurái de obsidiana, aunque no se profundizara mucho en su figura. No cuesta mucho entender por qué los diseñadores narrativos de Ubisoft lo encontraron tan atractivo, pero es indudable que sabían muy bien a lo que se exponían si se decantaban por él.
Estoy firmemente convencido de que esto es una petición expresa del estudio (Ubisoft Quebec) y que con el régimen anterior del consejo editorial, donde Serge Hascoet reinaba con puño de hierro, jamás hubiera entrado en consideración. Los aires de renovación que recorrieron la compañía gala cuando estalló el escándalo hace ya varios años le acabaron beneficiando.
Pero, repito, en Ubisoft no son ingenuos, y prueba de ello es cómo han intentado cubrirse las espaldas. Primero, destacando que es un personaje histórico (jamás se hubieran atrevido a partir de cero con uno de ficción con estas características como sí han hecho con todos los demás). Segundo, equilibrando la balanza con Naoe.
De un lado, tenemos a un hombre negro histórico para encarnar la fantasía samurái. Del otro, a una mujer asiática de ficción para encarnar la fantasía shinobi. Puede que en otro momento de la historia hubiera sido suficiente. Pero no en este. Aquí, hasta Elon Musk ha tenido que dar su opinión, aseverando que las políticas DEI (diversidad, equidad e inclusión) matan el arte.
Varias cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo y muchas veces llegar a la verdad de los asuntos implica un acercamiento mesurado a problemáticas complejas. Pero eso no funciona en Twitter, donde hay demasiados usuarios dedicados al engagement farming, encaramándose a cada controversia sobrevenida para generar likes fáciles sin ningún tipo de discurso elaborado.
El esperpento llegó hasta tal punto que un combatiente se hizo pasar por un profesor japonés de historia para denunciar el juego como una prostitución occidental interesada. Al final se acabó descubriendo el pastel, pero esta misma semana se han presentado 30.000 firmas de jugadores japoneses que exigen que Ubisoft cancele el juego. Por muy absurda que sea la petición (y desde luego que lo es) estas sí parecen legítimas, aunque habrá que ver.
¿Por qué este tema ha explotado con tanta virulencia? Ciertas cuestiones de la diatriba sociopolítica estadounidense pueden llegar a perderse al cruzar el charco, pero a nadie que siga un poco la conversación le puede sorprender.
En el contexto racial americano, las relaciones entre afrodescendientes y asiáticos llevan décadas convertidas en un campo de minas. Los asiáticos (principalmente japoneses y chinos, aunque también coreanos y vietnamitas) encarnan el concepto de model minority, un colectivo que es usado como arma arrojadiza por ciertos sectores conservadores contra las reivindicaciones de la comunidad afroamericana.
Si bien las revueltas de Los Ángeles en el 92 suponen un hito memorable, la tensión ha llegado a un punto de ebullición de manera más reciente por las cuotas de las universidades de élite. Muchos estudiantes asiáticos han denunciado a insituciones de la Ivy League por denegarles la matrícula bajo la premisa (nunca confesada abiertamente) de que ya tenían demasiados representantes de esta minoría y que había que hacer hueco a estudiantes negros, que en teoría pueden acceder con menos méritos a las codiciadas plazas.
El protagonismo de Yasuke se ha presentado como otra forma de borrado del hombre asiático, obligado a dejar paso al hombre negro incluso dentro de su propia ficción histórica. A todo esto hay que añadirle que Japón es un país tremendamente peculiar por su homogeneidad racial, fruto de su insularidad, de siglos de aislamiento autoimpuesto por el shogunato Tokugawa y por su brutal pasado imperial. Las cosas pueden estar cambiando, pero lo hacen lentamente y el racismo contra chinos, coreanos y sobre todo tailandeses y filipinos es bastante acusado.
Yasuke es un personaje conocido, pero más como una curiosidad que como alguien relevante en un periodo vital de la historia de Japón. Ellos mismos han producido cientos de videojuegos sobre el periodo Sengoku centrándose en los grandes protagonistas. Hace cuatro años, Sucker Punch lanzó Ghost of Tsushima con Jin Sakai como personaje jugable. Que alguien intente hacer algo diferente debería ser motivo de celebración.
Uno de los argumentos más nefastos que los defensores de la elección de Yasuke han utilizado es la de despreciar la supuesta historicidad de la saga por la inclusión de los elementos de ciencia ficción que hacen para conectar su profunda mitología. Los juegos desde luego que se toman ciertas licencias para apuntalar su expansiva narrativa, pero el trabajo de documentación que realizan es muy encomiable. La primacía de las mecánicas y de la historia que quieren contar es indiscutible, pero eso no significa que no traten por todos los medios de ser rigurosos en las ambientaciones.
El tema de la diversidad es uno de los campos más activos en las guerras culturales. En cine y en televisión está a la orden del día, sobre todo en narrativas de género (solo hay que comparar el casting y los extras de Juego de Tronos con La Casa del Dragón), pero también en videojuegos. Es imposible sustraerse a esta conversación.
Durante muchos años, la industria hizo todo lo posible por quedarse al margen y acabaron volviéndose odiosos en su misoginia militante. Existe un miedo evidente a ser acusado por uno u otro bando, pero existe margen suficiente para trasladar las convicciones personales de cada uno. Incluso en entornos corporativos fuertemente controlados y jerarquizados.
Hay mucha hipocresía y mala fe entre quienes denuncian una supuesta campaña de borrado o una imposición moralizante. Las pulsiones racistas de quienes dicen estar motivados por su celo histórico están ahí. También los incentivos notables en todo lo relativo al DEI y el complicado mundo de la consultoría cultural, un melón que deberemos desgranar en otra ocasión. Pero tenemos que tener en cuenta que hasta ahora lo único que hemos hecho es responder ante el marketing del juego, no el juego en sí.
No será hasta noviembre cuando podamos juzgar con conocimiento de causa. Ver si tiene sentido el protagonismo de Yasuke y cómo se ha implementado. Si es todo un artificio para recibir parabienes de la progresía internacional o si era una oportunidad única para adentrarse en una perspectiva fundamental para el relato que querían contar. En definitiva, si Elon Musk tiene razón o si la prioridad creativa y artística ha prevalecido.