'Dragon Age: The Veilguard', deicidio 'woke' al ritmo de Hans Zimmer
- La esperada continuación de la saga nos llega con un escenario apocalíptico y una ración doble de diversidad que lo ha situado en el epicentro de las guerras culturales.
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Bioware tuvo entre los años 1998 y 2012 una época gloriosa donde fueron capaces de crear algunos de los juegos más celebrados de la historia. Su especialidad, juegos de rol que supieron evolucionar desde unos inicios muy marcados por las reglas de papel y bolígrafo (Baldur’s Gate, Neverwinter Nights) a una acción más directa y visceral (Mass Effect).
Sin embargo, con la salida de los fundadores del estudio, los médicos Ray Muzyka y Greg Zeschuk, algo se rompió. Aunque Dragon: Age Inquisition se llevó el trofeo inaugural de los Game Awards en 2014(un mal año desde todos los puntos de vista), el título acusó una hinchazón dramática que apartó el foco de los puntos fuertes del estudio y reveló una falta de confianza preocupante.
Las dudas y la ausencia de una dirección clara les terminó de explotar en la cara con dos fracasos consecutivos que casi se llevan por delante al estudio: los de Mass Effect: Andromeda (2017) y Anthem (2019). Este Dragon Age de hecho ha padecido dos reinicios completos durante su desarrollo y una rotación de personal dramática. A pesar de todo, ¿puede Bioware redimirse ante su propia comunidad y conjurar la magia de antaño?
Han pasado diez años desde los hechos de Dragon Age: Inquisition, donde Solas, uno de los leales compañeros del protagonista, se reveló como el ancestral dios élfico de las mentiras y la traición. Varric y Rook siguen su rastro hasta Minrathous, la capital del imperio de Tevinter, e interrumpen el ritual con el que trataba de destruir el Velo, la separación entre el mundo físico y la dimensión de los demonios.
Aunque consiguen sortear el desastre, en el proceso liberan a dos congéneres de Solas contra los que lanzó una rebelión de siglos hace eones y encarceló a traición. Con Varric fuera de combate, Rook debe reclutar a un equipo de operativos competentes con los que seguir la pista a una pareja de deidades dispuesta a reclamar su dominio sobre Thedas y esclavizar a todos sus habitantes como en un pasado que ya nadie recuerda.
Por mucho que el marketing de Electronic Arts se haya empeñado en presentar The Veilguard como un punto de entrada perfectamente válido en la franquicia, la realidad es que el juego es una continuación directa a los eventos de Inquisition y los neófitos se verán irremediablemente perdidos. No solo da por supuesto una familiaridad notable con muchos de sus personajes, sino con el complejísimo entramado socio-político de las naciones de Thedas, repleta de facciones que luchan por el poder, tanto desde las sombras como a plena luz del día.
Aunque a primera vista Dragon Age pueda parecer una ambientación de fantasía bastante derivativa de Tolkien y Moorcock, tiene ciertas cualidades que le permiten configurar una identidad propia, como la manera en que refleja la cultura y tradiciones de la Europa medieval en sus respectivas naciones.
Si los tres primeros juegos se centraron en el sur del continente (Ferelden, Orlais y las Marcas Libres), The Veilguard se desarrolla en el norte: Tevinter, Nevarra, Antiva, Rivan y los Anderfelds. Es una selección muy variada que desecha por completo el planteamiento de mundo abierto de Inquisition (tan deficiente) para optar por niveles más lineales, más constreñidos, pero repleto de secretos y detalles muy interesantes que estimulan el ánimo explorador. Sin duda, una de las decisiones más inspiradas.
Si por algo Bioware se hizo un nombre durante su época dorada antes mencionada fue por su excelencia narrativa, y más concretamente por su increíble habilidad para construir personajes entrañables. Ya fueran Garrus y Wrex de Mass Effect, Leliana y Morrigan de Dragon Age o Bastilla de Knights of the Old Republic, el grupo de compañeros era tan potente que conseguía enraizar y establecer genuinas relaciones emocionales con el jugador cuando las tramas principales corrían el peligro de perderse en la abstracción de su propia épica.
Aunque Bioware ha querido volver al mismo esquema con este juego, los resultados son dispares. Pero antes hay que abordar el principal escollo que nos han puesto en el camino. Las primeras 15 horas del juego son con mucha diferencia las peores. Es un slow burn de manual. Requiere mucha paciencia. Del reparto principal no se salva ni uno. Todos ofrecen su peor versión al principio, con algunos como Bellara o Emmrich situándose claramente en la categoría de insufribles.
Estos dos personajes de hecho parece que se han escapado de una serie infantil de Disney Channel y desentonan por completo en la fantasía ultraviolenta y oscura de Dragon Age, que desde Origins (2009) había tenido el grimdark como una de sus señas de identidad.
Más adelante, las cosas empiezan a encajar. He de confesar que estaba lleno de dudas hasta el final del primer acto. El asedio de Weisshaupt es una secuencia monumental donde Bioware tira la casa por la ventana y transmite el poder horripilante de unos dioses élficos retorcidos por milenios de encierro.
Los valores de producción son altísimos y nos retrotrae a los momentos más intensos de la trilogía Mass Effect, transmitiendo una sensación de enormidad y de caos absoluto ante una catástrofe inaudita. Es un momento sobrecogedor que termina por convencernos de que el viaje merece la pena a pesar de su comienzo pantanoso. Los compañeros se empiezan a abrir, exhiben una mayor profundidad psicológica y se alejan de las caricaturas iniciales, aunque no siempre con la misma efectividad.
Epicentro de la guerra cultural
Dragon Age: The Veilguard ha sido durante las últimas semanas el epicentro de las guerras culturales que asolan en estos momentos el discurso en torno a los videojuegos. Ha habido un intento genuino de boicot por parte de ciertos influencers que buscan que se cumpla el eslógan Go woke, go broke ante lo que consideraban un panfleto diseñado por un comité marxista cuya única función era garantizar el seguimiento de los principios DEI (diversidad, equidad e inclusión en sus siglas en inglés).
Bioware siempre ha sido un estudio bastante progresista. Ya en el primer Dragon Age se podían mantener relaciones homosexuales e incluso en juegos anteriores había referencias más implícitas. Cuestiones que hoy en día resultan prevalentes en cualquier RPG. Sin embargo, hay que reconocer que aquí han ido mucho más lejos que cualquier otro estudio al incluir un editor de personajes (para diseñar nuestro protagonista) que incluye, entre otras muchas opciones, la posibilidad de incorporar cicatrices de masectomía radical para indicar una operación de cambio de sexo.
Por otro lado, la trama que gira en torno a Taash se centra en su proceso de salida del armario como persona no binaria. Hay muchas conversaciones en torno a sentirse a gusto o no dentro de su propia piel, las expectativas de su madre y sus comentarios manipuladores, el uso de los pronombres adecuados (ese they en singular), cuestiones más abstractas sobre feminidad normativa o más pedestres como el uso del maquillaje o el vestuario.
La pulsión por la inclusividad no se queda allí, sino que permea todo el juego y se revela en toda suerte de detalles, como la prótesis de pierna que usa Neve para andar, una mujer que se presenta con una sexualidad asertiva. La inclusión de discapacitados en ambientaciones fantásticas es uno de los debates que inflaman el género ahora mismo y está claro que Bioware tiene su opinión al respecto.
Corinne Busche, que se ha hecho cargo de la dirección creativa del título, es una mujer trans, por lo que ninguna de estas líneas narrativas y estéticas pueden sorprender, pero es indudable que el juego sigue una línea política muy definida y que lo aborda con un dogmatismo que a más de uno se le va a atragantar.
En líneas generales, Dragon Age: The Veilguard no es la feel good comeback story que habríamos deseado para Bioware. El combate es muy efectista, pero desecha la estrategia de antaño para centrarse en la acción. No tiene la profundidad necesaria para soportar las más de 50 horas de metraje y termina por volverse monótono a más no poder. Tarda demasiado tiempo en arrancar y la calidad de sus diálogos es bastante irregular, alternando momentos inspirados con frases insulsas, manidas y ramplonas.
Sin embargo, es el mejor juego de Bioware desde por lo menos Mass Effect 3 (2012) y muestra a un estudio dispuesto a concentrar sus esfuerzos en todo aquello que lo encumbró en el pasado en vez de seguir haciendo experimentos malhadados tratando de perseguir tendencias de mercado, ya sean los mundos abiertos o los juegos como servicio.
Consigue brillar en los momentos de épica desatada con una faceta audiovisual despampanante donde lucen especialmente las composiciones de Hans Zimmer y Lorne Balfe. Es un paso en la buena dirección y me llena de esperanza respecto a un futurible regreso a Mass Effect.
Dragon Age: The Veilguard
Estudio: Bioware
Editora: Electronic Arts
Direccción creativa: Corinne Busche
País: Canadá
Plataformas: PC, PlayStation 4, Xbox Series