New, el nuevo disco de Paul McCartney es una declaración de principios desde su misma portada: una foto de neones que parecen inspirados por alguna obra minimal de Dan Flavin y que simplemente insinúan la escritura de ese título, New. Mienten. Ni el disco busca la simplicidad, ni suena a nuevo. Y quizá su principal problema sea esa misma declaración. En él encontramos un esfuerzo notable que llega a enganchar por momentos y que suena perfectamente producido pero que acaba provocando un cierto empacho. Sus composiciones están bastante al nivel de lo se espera de McCartney. Experto con casi sesenta años de práctica, hace uso de toda su sabiduría en moldear sensación y emoción básica en forma de canción de tres minutos y aparece imaginativo, aunque tienda a abusar de la combinación de partes no continuadas y ensambladas. Quizá el tiempo que todo lo puede nos arrebate la razón (con los discos de McCartney suele ocurrir) pero las primeras impresiones son que no consigue ninguna pieza del todo rotunda, inmortal como tantas otras logró del pasado. En cambio se enquista en su necesidad de hacer que sus canciones suenen nítidamente actuales, entre el atrevimiento pseudo indie y la elegancia maisntream de calidad.
New suena a un poco a refrito de estilos, con afán menos retromaniaco que panorámico. En él pueden encontrarse muy sutiles y leves guiños shoegazers o noise, o grunge o trance, EDM, R&B, al neo-soul vía Amy Winehouse y resonancias a cosas muy diversas, a resultas de combinar tantos recursos. De repente uno cree que está escuchando algo así como una emisora de radio tipo Kiss FM de dentro de 15 años con DJs del futuro que hicieran extrañas remezclas superponiendo, no sé, Moby, Crowed House, Michael Jackson, Nirvana, Springsteen, Arcade Fire de Neon Bible, Edwyn Collins, Elvis Costello, Kings of Leon, Wings, los U2 post Achtung Baby, Coldplay y los Beach Boys de la época gloriosa. La proliferación de ideas da como resultado la excesiva división en fragmentos de canciones y de procedimientos en una amalgama por momentos indigesta. Su principal escollo lo encuentra en ese no elegir un camino claro, sino la dispersión, las bombas de racimo, si permiten el símil macabro. El de Alligator no habría resultado un camino a lo nuevo aunque tampoco una mala dirección a seguir. Pero la gran apuesta ganadora posiblemente habría sido quedarse en la onda de Early Days, una gran canción que arranca por la vía de los Cash y Kristofferson e incluso Dylan crepusculares y sin intentar demostrar nada acaba en una épica tan sencilla como efectiva.
Ni el sonriente autoguiño del tema que da título al álbum ni los disfraces de Appreciate, es significativo que la canción más septuagenaria y más lineal de todas las de New sea la que mejor funciona, la que resulta más honesta y pura. Más aún cuando su letra es una especie de ajuste de cuentas con los que generan opinión pública sobre su pasado musical sin conocerlo, y de refilón también con su papel en la historia de los Beatles. Tras recordarse a él y a John como un par de jóvenes vestidos de negro y engominados, dice:
"Ahora todo el mundo parece tener su propia opinión, quién hizo esto y quién aquello, pero no veo cómo pueden recordarlo cuando ellos no estaban por allí."
La paradoja es que esta buena canción en lugar de liberar a McCartney parece describir el problema, ese freno interno que en parte quizá ha acabado por afectar a su obra y que no es otro que la necesidad de apreciación creativa. Si hay un gran río de tinta sobre la carrera de Paul, más allá de la estéril polémica sobre cuál de los dos Beatles principales aportó más (cuestión que huele bastante a muerto pero que sigue distrayendo a la secta de los beatlelianos), es el que habla de las ansias del Sir por establecer una imagen de sí mismo igual en altura a John Lennon. Ese problema de McCartney con la posteridad es identificable según muchos (en los últimos días lo comentaban periodistas como, por ejemplo, Joseba Elola, Juan Puchades y Diego Manrique) como un complejo de inferioridad ante el mito algo mesiánico (martirio incluido) de John. Esta tesis parece difícil de cuestionar, o al menos es lo que transmite desde hace muchos años con palabras y actos públicos. Declaraciones como aquéllas de hace unos años en que Paul se quejaba tímidamente de que en Nowhere Boy, la película de Sam Taylor Wood sobre la adolescencia y los primeros pasos musicales de Lennon, se le retrata más bajo de estatura que a John cuando medían lo mismo, resulta tan freudiano como evidente.
Así, si en algo ha insistido Macca en los últimos tiempos de múltiples formas es en su aportación a la innovación de la música, en una apenas disimulada búsqueda de ser reivindicado como figura principal en cuanto hacedor de lo nuevo, frente a la idea generalizada de que John fue el experimentador y vanguardista. En ese sentido, el tiempo sigue aportando pruebas para un veredicto a su favor. A la vez que salía este nuevo no novedoso disco y de su consiguiente gira promocional, exactamente al mismo tiempo que se hacían nuevos vertidos a ese gran y turbio río de Paul, la Historia y el descubrimiento, se pasaba por alto una noticia interesante a este respecto como es la publicación por el pasado mes del documental Going Undergorund: Paul McCartney, The Beatles and the UK Counter-Culture.
Por lo que puede dilucidarse viendo el trailer y lo que cuentan las diversas reseñas que han visto la luz, se trata de una película que intenta aportar algo más a la cuestión de la relación entre The Beatles con la cabeza de la vanguardia artística y política de su tiempo. Y sobre todo de Paul. Esto no deja de ser una continuación de lo defendido por Barry Miles en la biografía autorizada de Paul titulada Hace muchos años. En una y otra reconstrucción de la Historia se intenta liquidar la cuestión de quién llegó antes a tocar el centro de la diana contracultural si Lennon o McCartney y se extrae la misma conclusión: el papel principal del autor de RAM como mediador, asimilador y adaptador de esa cultura artística y experimental más marginal y underground hacia el mundo luminoso del pop comercial en el que reinaban los Fab Four. En la Columna de Aire rompemos también una lanza a favor de Sir Paul y su rol catalizador de la ruptura con el pasado: Sí, Paul estuvo ahí y en la próxima entrega profundizaremos en los detalles de esa fascinante parte de la historia.
Entre tanto nos queda este disco de tierno alegato sobre la novedad, tan ilusionado como familiar y forzado, pisando huellas dejadas hace años. Junto a él, la sensación de que la auto reivindicación constante del autor de Yesterday no es necesaria hoy. Y que el miedo a formar parte del pasado, Saturno devora a sus hijos, a veces acaba por resultar igual de dañino para la creatividad que la resistencia al futuro.
El vino nuevo y los odres viejos
8 noviembre, 2013
18:05