Cintas: de vuelta sin haberse ido
27 noviembre, 2013
10:05
Hace casi seis años tuve una experiencia que me hizo pensar varias cosas sobre el punto en que estaba mi relación con la música. Mi reproductor de mp3, el único dispositivo digital portátil con el que contaba por aquel entonces, murió y con ello se frenó en buena parte la catarata de música de variado pelaje que me administraba en vena en los trayectos a pie o en transporte público atravesando la gran ciudad. Escribí algo sobre ello que aún puede leerse aquí, pero en resumidas cuentas lo que ocurrió a continuación es que, tras pasar el síndrome de abstinencia y comprobar como se limpiaba mi cerebro, redescubrí cierta intensidad musical al volver a escuchar mis viejas cintas. Recurrí a ellos por necesidad y de repente esos enseres aparentemente incómodos, limitados y malsonantes reavivaron cierta forma de vivir la música, de meterme en ella, de habitarla y dejar que ocupara su propio espacio cada vez que apretaba el botón de Play. No fue un rapto de nostalgia por mi adolescencia o infancia, tampoco un ejercicio de esnobismo esteta en torno a un formato vintage ni un súbito y firme posicionamiento en pos de lo analógico o cualquiera de esas encarnaciones ridículas de lo auténtico. Fue algo puramente funcional que inmediatamente, para mi sorpresa, se convirtió en emocional pero no sentimental, de la clase de emocionalidad sensible que tejen los grandes sentimientos o lo religioso. A ello contribuyeron varias cosas pero resultó esencial el hecho de que me vi más o menos obligado a llevar poca cantidad de música conmigo y a oírla del tirón, sin apenas posibilidad de saltar y hacer zapping. La incomodidad, la falta de flexibilidad del dispositivo, me devolvió una manera de escuchar que, no lo sabía, pero había casi perdido y olvidado.
Desde entonces he prestado atención al resurgir de la cinta magnética a diversos niveles (grabación, formato y soporte). Por supuesto, la edición de cassettes (casetes, según la RAE) nunca se fue. Durante todo este tiempo desde el comienzo de su declive como formato de almacenamiento musical durante la primera mitad de los 90 (coincidiendo con el auge del CD también como soporte para la grabación casera, CD-R) en que se fue volviendo marginal en el mundo del pop occidental, las cajitas compactas siguieron siendo esenciales en vastos mercados del tercer mundo. A lo largo de Oriente medio, el Magreb, el gigantesco mercado de India y otras partes de Asia y África, la cassette siguió formando parte del paisaje elemental igual que la música callejera o la radio y en mucha mayor medida que los medios digitales. En España, siempre con un pie en esa frontera con lo tercermundista (para bien y para mal), la cultura cassette se desplegó a su manera en los expendedores de las gasolineras y los cajones de esas grandes superficies y cadenas de tiendas de discos que proliferaron durante los 80. Todo un mundo fascinante que apenas se ha explorado todavía y que da para mucho. Ya se atisba que llegará su momento. Valga como pista el que hace unas semanas pudo verse una edición del programa de TVE Cachitos de Hierro y Cromo dedicado al asunto.
Pero en general en el mundo occidental, fueron las escondidas corrientes subterráneas de las músicas para minorías a contracorriente de la cultura oficial, el llamado underground, lo que mantuvo la llama encendida durante unos cuantos años. En cierta manera es como si tal clase de sellos de música experimental, unipersonal, punk, metal o extrema hubieran devuelto con su lealtad el favor al formato. Y es que desde que se convirtiera en grabable y replicable en casa la cassette fue esencial para esa clase de sellos y músicos. Como cuenta Neil Strauss en su ensayo Putting the Net Over Networking del libro (aún sin edición en castellano) The Cassette Mythos (Autonomedia, 1990), desde finales de los 70 el formato de cinta casera permitió el desarrollo de una red musical hasta entonces impensable.
Proyectos únicos como los de Barry y Eve Pilcher o Paul Kelday, el pionerísimo norteamericano R. Stevie Moore con su Cassette Club, una factoría de música personal en cassettes autoeditados que podían adquirirse por correo desde 1971, o de bandas experimentales como los californianos The Residents. Luego los alemanes Faust o los británicos Throbbing Gristle, alrededor de las cuales se montó toda una red de cassettes por correo que incluía la publicación de otros grupos (las primeras cassettes de Clock DVA o de Cabaret Voltaire fueron publicadas por Throbbing Gristle) y la publicación de innumerables directos a las bravas. En el mismo paralelo, los checoslovacos The Plastic People of the Universe usaron la cassette para intentar vencer la censura y en Europa proliferaban sellos como Insane Music en Bélgica, Vec en Holanda, Voicespondence Magazine en Canadá, Archivo Sonoro en Italia o Ylem en Japan. Rough Trade creaba su subsello de cintas Rough Tapes y el rock progresivo y la primera electrónica europea cruzaba el charco gracias a distribuidoras como Eurock. En EEUU las revistas fueron esenciales: OP, Option, Sound Choice, Factsheet 5, Unsound abrieron la senda que luego siguieron Electronic Cottage, Gajoob o Autoreverse. En este sentido cabe destacar el sello Sub Pop que empezó en 1979 como fanzine de cassettes de rock alternativo (Subterranean pop).
Siguiendo la estela que iniciara el mail-art en los 50, durante los 70 las cintas se habían convertido en el vehículo, el cauce y el motor de la libertad musical. En los 80 las pequeñas fueron la forma más rápida, económica y sencilla para compartir música y saltarse intermediarios. El Walkman de Sony (1979), los equipos de coche y los grandes reproductores a pilas (las boombox o loros, por estos pagos) las convirtieron en las surtidoras de experiencias musicales completamente diferentes. Los radiocasetes de doble pletina permitieron al público empezar a saltarse las barreras de su propia pasividad para interactuar creando sus propias recetas. Facilitó que el consumidor de música se convirtiera en generador de música. El cassette fue el formato idóneo para el punk, el metal (sobre todo en sus extremos como es el caso del black metal), el hardcore, la experimentación ruidista y, naturalmente, el reggae y el Hip Hop. En el bloque del Este tan sólo la cultura cassette propagada por sellos como RED tapes desde la algo más permisiva Polonia facilitaron cierta circulación.
Pero volviendo a mi particular epifanía de hace seis años, desde entonces ha crecido enormemente el fenómeno de recuperación del formato. Aquella era una época en que se hablaba de las cintas en libros como el de Thurston Moore Mix Tape: The Art of Cassette Culture o en esa maravilla de trabajo antropológico que es Gracias por la música donde Xavier Carbonell y Joaquín Gáñez recuperan 700 y pico portadas para sus copias caseras en CD y cassette realizadas por gente de todo tipo. Mientras, salían al mercado cosas con la forma y el dibujo de una cassette. En este tiempo su apreciación ha pasado de ser guiño al objeto y su forma del pasado a verdadera solución práctica y cambio de hábitos de consumo. Sobre todo resulta asombrosa la cantidad de sellos que actualmente publican (exclusivamente o no) en este viejo formato. Hasta el punto de que el pasado septiembre, el mismo día en que la cinta compacta cumplía 50 años de su lanzamiento por Philips, tuvo lugar el primer Cassette Store Day, un evento a imagen del día de las tiendas de vinilos. El evento fue organizado en principio por unos pocos sellos de cintas de Londres pero en seguida se vio desbordado y se volvió plurinacional, llegándose al extremo de que grupos "grandes" como Animal Collective, Flaming Lips, Deerhunter y otros notables como Los Campesinos!, Guided by Voices, At the Drive-In, The Pastels, Xiu Xiu o Haim se unieran a la fiesta de la mano de grandes sellos indies como Bella Union. Igualmente da que pensar el éxito de la financiación colectiva (25.467 dólares de 333 mecenas vía Kickstarter) del documental Cassette de los neoyorquinos Zack Taylor y Seth Smoot. Ya puede verse algún trailer y promete ser interesante.
¿Qué está ocurriendo? ¿A qué se debe este resurgir de la edición en cassetes en el último lustro y, sobre todo qué pasa para que el cauce ultra minoritario se esté viendo ensanchado hasta ocupar un ancho de banda significativo de eso llamado indie? Está claro que no es la primera vez. De hecho posiblemente cabe situar el principio del Indie en Gran Bretaña en aquella cinta miscelánea C86 que publicara NME con Primal Scream, The Soup Dragons, The Pastels, McCarthy o The Wedding Present y, antes, en EEUU con las primeras cintas de K Records. Pero la multiplicación en cientos de sellos nuevos que siguen emergiendo para dar salida a raras bandas rock, pop, electrónica realmente parece ser un fenómeno nuevo. Algunos de los últimos músicos interesantes que se han abierto paso con propuestas singulares y de escucha exigente provienen de estos nuevos sellos o al menos han dado pasos antes por ahí que por medios más globales. Julia Holter, Laurel Halo, Oneohtrix Point Never (los tres en el sello de cassette de Burlington, NNA Tapes), Ariel Pink (el principal émulo de R. Stevie Moore, que antes de ser conocido, y desde 1996, grabó un puñado de cientos de canciones en cintas), empezaron con cassetes. También es el caso de los héroes de ese amasijo estilístico que se llamó Chillwave como Washed Out o Neon Indian.
Y más llamativo aún que consagrados y masivos del indie se apunten desde sus sellos discográficos a la tendencia de modo industrial y masivo (para lo que son las tiradas habituales en este formato). Además de esa mencionada participación de éstos en el primer Cassette Store Day, ¿cómo explicar el “cassingle” de Alien Days con que MGMT anticiparon su álbum más reciente? ¿Ha vuelto el cassette al juego del pop debido a la recesión? ¿Es una fase más de lo retromaniaco? ¿Qué tiene de reacción ante la velocidad líquida de la época digital? ¿Qué conexión hay con la crisis de los intermediarios? ¿Es una vuelta de tuerca más del negocio en horas bajas de vender música grabada? ¿Cuánto hay de moda y de tontería esnob? ¿Es realmente un movimiento hacia atrás? Muchas preguntas en que pensar. Merecerán, pronto, otra columna de aire.