La columna de aire por Abel Hernández

El problema del historicismo pop: el Saturno postmoderno

7 febrero, 2014 18:51

[caption id="attachment_406" width="540"] El artista Jeremy Deller explicando las conexiones entre el Acid House y las brass bands.[/caption]

Existen unas cuantas interpretaciones sobre el significado del archiconocido cuadro de Goya Saturno devorando a un hijo y sobre el mismo mito antiguo, mezcla de varias tradiciones, en que está basado. La más extendida habla simplemente de una metáfora del paso del tiempo. Pero más allá de ésa hay otra que introduce un matiz: significa lo viejo devorando a lo nuevo, el septuagenario (Saturno o Cronos era el patrón de los septuagenarios) matando a sus hijos recién nacidos antes de que cualquiera de ellos lo destrone.

Pese a todo, pese al mal de archivo y la ampliación a cada segundo de esa planta de desguace de los recuerdos que es el caché de la World Wide Web, o quizá precisamente debido a la misma inercia que ese banco de recuerdos recientes suma a la inercia general de esta época frenética, vivimos con la memoria frágil o a corto plazo. No podía ser menos cuando el aquí y ahora se ha instalado como premisa de ideas, construcciones de la realidad y afectos varios. Eso explica a la perfección la necesidad de vivir pendientes del despliegue de lo histórico y sigue siendo el elemento esencial de cualquier análisis sobre la música actual. Tendemos a ver la historia del Pop como una flecha disparada en cierto momento por vete a saber quién (¿un Adán musical?) que en su vuelo sin fin da lugar a una sucesión de inventos musicales de músicos e industria que dan lugar a estilos nuevos, que a su vez dan lugar a productos y a modas entre el público, etc. Una carretera de único sentido o una vía de tren de alta velocidad de cuyo cauce no se puede escapar. Así, en estos días proliferan los cuadros sinópticos, los números de revistas o las fiestas o los discos especiales de aniversario, las líneas de tiempo interactivas, los gráficos retrospectivos y comparativos sobre asuntos como formatos, ventas o surgimiento de estilos. Y sobre todo ello destaca un debate en publicaciones especializadas sobre música que no deja de tratar el tema de la obsesión por lo retro y su impacto en los discos que van saliendo. Uno de los últimos y más interesantes artículos en ver la luz ha sido publicado hace unas semanas por James Parker y Nicholas Croggon en la web Tiny Mix Tapes. En él articulan un discurso polémico donde detectan el problema de la música actual, no tanto en su anclaje en el pasado sino en la falta de descubrimiento e interpretación adecuada por parte de una crítica que sí vive obsesionada por ese pasado. Lo que James Parker y Nicholas Croggon afirman en El problema de la crítica musical actual: retromanía, retro-historicismo e historia es que, especialmente desde que en 2011 Simon Reynolds diera forma de manera penetrante a esa noción de “retromanía” que estaba en el aire (la que dice que la música actual está obsesionada como nunca antes por repetir su pasado reciente), una parte importante de la crítica musical ha quedado definitivamente obnubilada con esa clase de interpretación de la música. James Parker y Nicholas Croggon describen este sistema como retro-historicismo, mediante el cual se desmitifica con aparente erudición todas y cada una de las músicas actuales como nada más que una lista de referencias históricas, reduciendo en muchas ocasiones la crítica musical a un ejercicio mecánico en la pesca de influencias. Esta clase de crítico sería como uno de esos tipos que van por la playa con un detector de metales buscando sólo eso y básicamente se dedicaría a buscar los puntos de contacto del presente con el pasado más o menos cercano. Para Parker y Croggon el retro–historicismo no continúa el proyecto crítico de Reynolds sino la deprimente forma de acercarse a la música que precisamente ese autor británico pone en tela de juicio. El retro-historicismo implica el abandono de la tarea crítica y oculta un compromiso ideológico que nos vuelve sordos a lo más interesante de la mejor música que se está publicando ahora. El problema según Croggon y Parker está en la idea de que sólo la novedad absoluta permite avanzar en el progreso histórico, eso que lleva a pensar que la mejor música es la que sitúa al oyente frente al shock de lo “nuevo”. Sin prestar atención a que precisamente los músicos actuales más interesantes están dejando de lado, como ya hicieran los más aventureros de los vanguardistas del siglo pasado, la búsqueda de hacer la música del futuro. Esa clase de músicos rechazan ser inventivos u originales como principal objetivo, para articular un lenguaje propio, una visión particular. De hecho se centran en hacer a su propia manera aquella música que cualquier aficionado puede hacer y lo que encuentran es una música que no resulte obsoleta inmediatamente, dentro de la espiral de aceleración de la sociedad de hiperconsumo de la que forman parte. No trabajan para que la historia avance hacia un mañana, sino en formular historias del pasado y descripciones del presente alternativas. A cambio la crítica retro-historicista, concluyen, “omite lo mejor de la música actual simplemente porque no tiene los instrumentos críticos para articular lo que está bien y resulta interesante en ella.” Al margen de su visión concreta de la música actual y los ejemplos (en mi opinión no del todo convincentes) que ponen de músicos que cuestionan el continuo histórico (citan al entorno del sello Ghost Box Records con el proyecto de su cofundador Jim Jupp, Belbury Poly a la cabeza, o las huestes del vaporwave), resulta cuando menos una llamada de atención la manera en que explican algo que se le suele olvidar a esta frágil memoria nuestra: que el efecto renovador de la música depende del que escucha y que una visión con gafas retro-historicistas no permitirá ver lo que se escape a ello. Lo más extraño de todo esto quizá sea que el supuesto progresismo de la crítica que escribe y escribe a la sombra del gigante Saturno en su eterna pausa para comer, no deja de resultar más postmoderno que otra cosa, y por tanto poco tiene de progresista. Decía Gilles Lipovetsky en su ya treintañero libro La era del vacío, que la era postmoderna se caracterizaría por el “agotamiento del impulso modernista hacia el futuro, desencanto y monotonía de lo nuevo, cansancio de una sociedad que consiguió neutralizar en la apatía aquello en que se funda: el cambio.”  No falló. Para Lipovetsky la dificultad para leer con perspectiva lo que sucede en presente, la innovación y su confusión con lo nuevo no son signos propios del proyecto moderno y progresista sino propios de la postmodernidad. La mirada retro-historicista no puede ver más allá de esa obsolescencia de la música, su inevitable convertirse en pasado. Entre la abundancia de lanzamientos discográficos, de nombres y de formas, toma la vía conservadora. En realidad es un oído empachado por el exceso de consumo y afectado del vértigo del pasado musical que no sabe moverse entre el abismo de lo que va conquistando el presente. Si los autores del artículo de Tiny Mix Tapes tienen razón, el retro-historicismo que invade la escucha de personas más o menos especializadas sería un movimiento paralizador. El ánimo comparativo constante con el pasado se haría desde un presente que ignora qué, cómo y por qué sucedió realmente ese pasado con el que no deja de compararlo. También se puede ver de otra manera: ¿No será que el Pop se ve de una manera en su tiempo presente y se revele con otra forma cuando ha pasado cierto tiempo? ¿Es sólo un documento de su sociedad, un intérprete perfecto (una actriz, un bailarín) del poder de su tiempo o es algo más? Lo complicado de la música pop, como todo lo popular en esta época en que la vida aparece sometida a la liquidez económica en sus múltiples formas de palo y zanahoria (hedonismo consumista y conquistas del individuo, guerra global, precarietado, etc.), podría estar en su doble acepción: por un lado es producto y excremento del sistema y por otro tiene el poder de facilitarnos experiencias particulares liberalizadoras y utópicas. Incluso el análisis más despiadado de la época más anodina o tranquila expone que también tuvo resistencia, agrietamiento de lo establecido, búsqueda de liberación. Lo bueno de la música actual quizá no esté tanto en su creación de lo nuevo como en su cuestionamiento de lo viejo, en su salida por los resquicios del bloque de la historia según nos es contada y la contamos. En la música de hoy quizá las emergencias de descubrimiento, de resistencia e incluso de contrapoder son menos detectables pero una de las cosas que formula esa música es en qué consiste esa resistencia a lo marcado, al margen de su valor histórico, al margen de su posible influencia en el futuro. Si se le presta la debida atención a ésta, incluso la que no parece nada nueva puede que esté describiendo los rasgos de nuestra jaula. Aquí cabe hacerse una pregunta fastidiosa: ¿no será la visión postmoderna aburrida por el presente y camuflada entre las ramitas de una falsamente progresista obsesión por el pasado lo que está mirando el paisaje musical actual como ese presente continuo y bucle del consumo y obsolescencia, ese fin de la historia, que nos quiere vender la ideología ultra liberal y neocón? Desde la antigüedad el ser humano vive obsesionado por su pasado y teme que éste sea destruido. Se aferra a él. Lo curioso es cómo el gigante que canibaliza ese presente, el gigante de la melancolía y lo zombi (lo no muerto pero esclavo de su nuevo dueño), hoy a menudo nos infunde más confianza con sus fauces abiertas llenas de carne cruda que los nuevos hijos del tiempo.

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Image: Jaime de Armiñán

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