Al hacer memoria de los temas tratados en La columna de aire a lo largo de 2014 no es difícil darse cuenta de que, sin proponérnoslo, la misma memoria seguramente ha sido el asunto sobre el que más hemos escrito y tratado en estos doce meses. Desde muy diversos puntos de vista.
Por ejemplo, en el post que titulamos Suena memoria vimos cómo la música que nos encandila tiene tal efecto sobre la acción de recordar que se está probando capaz de activar áreas del cerebro que parecían perdidas para siempre en el vacío a pacientes con demencia o Alzhéimer. Dándole vueltas a esto nos preguntamos sobre cómo estará afectando esa nueva música abstracta, de factura muy personal, sofisticada (y algo velada si no hacemos un esfuerzo como oyentes). Música que refleja la enorme complejidad desmemoriada de nuestra época, tan caótica, llena de estímulos y de interferencias, que no es adulta y sigue siendo descendiente del Pop pero ya no es Pop. El sonido de un presente que estalla en millones de moléculas, difícil de relacionar con su pasado así como con un futuro evidente. Pura niebla incandescente.
Así, en su momento nos fijamos en casos de esta clase de nueva música como Ghettoville de Actress, AURORA de Ben Frost, Black Light Spiral (y su apéndice Echo In The Valley) de Untold. Podríamos haber mirado también a Suzi Ecto de Call Super, quizá también a esa primera mitad de Angels & Devils de The Bug, e incluso, hilando más fino, eso sí, a Xen de Arca, Faith In Strangers de Andy Stott o Novos Mistérios de Ninos Du Brasil. Pese a ser éstos algunos de los fragmentos musicales de mayor valor de los publicados este año y de haberlos escuchado con obstinación, se hace complicado recordar algo nítido y evidente de lo que suena en ellos. Porque su pulso no se encuentra en melodías o armonías, ni en uno de esos ritmos o riffs que se nos graban en los surcos cerebrales lo queramos o no, ni desde luego tienen esa facultad nostálgica tan propia de la música pop hasta la fecha: esa capacidad para plasmar una ilusión de presente transformándose en pasado. Más bien parece que impactaran directamente contra nuestro hipocampo, liberando neuroquímicos. Igual que los antiguos rituales de encuentro con lo mágico, lo impenetrable, lo sagrado o la ingesta de sustancias psicoactivas.
Junto a esta música sin aparente anclaje en el recuerdo, en 2014 nos hemos encontrado con músicos pop muy conscientes del papel de la remembranza, tanto en la vida personal como en la propia construcción musical. Como vimos, el recuerdo de lo acontecido es cardinal en otros dos discos que destacan en el año que ahora concluye: el necesariamente muy valorado Benji de Sun Kil Moon y, el mucho más descuidado de lo que en realidad merece, Morning Phase de Beck. Ambos son obras de madurez de autores que ora miran atrás hacia el camino ya recorrido, ora observan la cuesta abajo que se adivina en la siguiente curva. Los dos se despiden de seres queridos a la vez que dicen adiós definitivamente a su juventud para reconciliarse consigo mismos en la aceptación de las propias limitaciones y de las referencias tomadas de la mera Historia del Pop. Son dos discos que, cada uno a su manera y desde la desnudez, niegan la exigencia y competitividad de la innovación formal, estilística, sonora y compositiva y adoptan el rol de artesanos excelentes de un viejo oficio que conocen bien. Podrían parecer antagonistas de los músicos mencionados en el párrafo anterior, sin embargo acceden al mismo tipo de intemporalidad porque su visión impregnada en nostalgia no sólo no reniega del presente sino que lo convierte en aquello que aporta sentido ante la Parca.
La muerte como final común a todos, como absurdo o misterio sin resolver y como la mayor de las violencias contra el ser humano que, por cierto, ha rondado mucha de la música de 2014: ahí está un disco destacado como You’re Dead! de Flying Lotus, el tremendo y tremendista Bestial Burden de Pharmakon, con la independencia y el poder del cuerpo con respecto al yo consciente como protagonista, o los mencionados LPs de Actress y Ben Frost, uno y otro provocados en parte tras la experiencia de sus creadores en la República Democrática del Congo, uno de los lugares del mundo donde muerte y vida permanecen más unidas. En el caso de Actress, además, su Ghettoville fue el cartel de FIN a un proyecto de trayectoria intachable.
La memoria fue asimismo protagonista de la columna sobre el retrohistoricismo pop como un problema del enjuiciamiento crítico de la música del presente. La obsesión con comparar con otras ya hechas en el pasado dan lugar a una visión conservadora, paralizante, incapaz de ver más allá de esa obsolescencia de la música, su ineludible volverse pasado, como cualquier organismo vivo. Ese sistema retro-historicista mediante el cual se desmitifican las nuevas músicas como un listado de referencias históricas, se ha convertido en un problema no tanto para los músicos sino para parte de la crítica, cegada por esa cámara del tesoro de otros tiempos de gloria, incapaz de interpretar correctamente lo que ocurre. Y lo que ocurre es que buena parte de los músicos más aventureros hoy no quieren anticipar el futuro sino leer, traducir con un lenguaje propio y particular lo que perciben en el presente. “No trabajan para que la historia avance hacia un mañana, sino en formular historias del pasado y descripciones del presente alternativas.”, decíamos. Buscan transformar lo invisible en visible. Lo inaudible en audible.
También nos detuvimos durante varias semanas en un caso histórico: el de lo Indie, lo alternativo, en España. En concreto en sus años pre-banda ancha, durante la década de los 90. Lo hicimos, en el fragor de un debate sobre la hipsterización y gentrificación de la cultura más que necesario pero quizá demasiado urgente. Y escribimos con la creencia de que no cabe un presente nuevo ni mucho menos un porvenir que niegue lo ocurrido, que se desembarace del pasado mediante una falsificación, una versión oficial tachada por otra, por muy nueva que pueda ser la que venga.
Precisamente la memoria de lo Indie y de varias de las características estilísticas de sus diferentes ramas ha sido utilizada en discos como los mencionados de Mark Kozelek y Beck Hansen, pero de modo mucho más evidente y en su caso para alcanzar música que huele a nuevo en el destacadísimo Black Metal de Dean Blunt (postpunk y postrock con Indie de los 90) y en otro grande de 2014 como Ruins de Grouper, una vuelta a los básicos lo-fi con un resultado que deja poso. En parecida línea, parte del pop más brillante de 2014 puso su mirada descaradamente en la recuperación de ciertos segmentos del pasado, como es el caso de Salad Days de Mac DeMarco, Too Bright de Perfume Genius, o Trust de 18+. Además, hay otros dos géneros ya veteranos que han sido revisitados. Junto con las diversas nociones de ambient, uno de los ingredientes primarios de la música reciente, en este año que termina las enseñanzas del jazz sobre todo en su faceta más experimental, enajenada y de fusión han seguido en alza. Si en 2013 apareció en discos como los de Laurel Halo y Oneohtrix Point Never, buena parte del encanto de lo publicado este año por Aphex Twin y Flying Lotus está en su acercamiento de forma bien distinta al género vivo más longevo de la música en el presente.
No podemos olvidar en este recuerdo de las apariciones de la memoria como asunto de fondo, que, a través de una lectura de acuerdos y desacuerdos sobre un libro de Luis Boullosa, en otra columna nos encontramos con el árbol del rock en la encrucijada entre mantenerse como música viva o convertirse definitivamente en un folklore anclado en una especie de fantasía de historia ficción cada vez más vetusta y tradicionalista. Un código inventado de fantasía como las lenguas de Tolkien, el Klingon o el Dothraki. Al hilo de esto, a través del caso de Ian Nagoski conocimos la recuperación de un pasado de la música popular que ha sido en gran parte borrado por la Historia de los vencedores: la del rock y derivados de origen anglosajón. La necesidad de la recuperación de lo borrado por ese relato victorioso para que la música popular siga viva y ampliando sus horizontes es tan importante como tratar de evitar que la energía se invierta en la invocación del pasado como genio del hogar para el presente. Vivir en un museo mata. La música popular no puede vivir como una viuda encerrada en una casa llena de recuerdos. Si es tal cosa, será imposible recluirla, pues para existir debe renacer una y otra vez al aire de las calles, lo mismo que la Historia y la memoria.
Eso lo vimos bien cuando las visitas a las afueras del Pop actual con La columna de aire nos condujeron extramuros, lejos del centro del discurso dominante. Allí aprendimos importantes lecciones con emergentes valores de la electrónica etíope como Mikael Seifu y Endeguena Mulu (Ethiopian Records /ER) y junto a Chancha Via Circuito y el pobladísimo entorno del esa internacional latinoamericana mutante folklorista 2.0. Son ejemplos de una creación que se expande por la periferia del sistema cultural tras encontrar un paso entre la recuperación del acervo de los estratos populares autóctonos y su multiplicación mediante herramientas y conceptos instalados en el presente global. Una mecha que prende fuera de los museos y los comercios de los barrios céntricos culturales, alrededor y alejada de éstos. Su resplandor empieza a verse desde todos lados.