"Tenemos todos estos falsos rituales de reificación inconsciente que son parte de un proyecto colectivo para hacer que las personas nos sintamos irreales porque entonces estaremos dispuestos a invertir en la imposible tarea de convertirnos en reales. El hecho de percibirnos como falsos nos lleva a consumir (…) todos aspiramos a ser grandes compañías porque hemos asimilado el mensaje de que las cosas creadas por empresas son más reales que las creadas por personas reales", dijo Sean Schuster-Craig.
Esta declaración reciente de Sean Schuster-Craig sobre los mecanismos mentales que conducen a esa clase de cosificación a la que sometemos nuestra experiencia vital y pensamiento como parte del juego social, parece un punto de partida pertinente para analizar los porqués de su labor como Jib Kidder. Y es que una manera de interpretar su obra musical y audiovisual es pensarla como una incesante batalla contra la ilusión de ese proyecto colectivo que él menciona: el sistema neoliberal como una red de intercambios materiales, simbólicos y morales destinados a la búsqueda del beneficio personal. Esa segunda naturaleza humana que ha tejido nuestro capitalismo, sobre la que tanto han discutido los teóricos marxistas (y que en los días de los perfiles en redes sociales, el yo como espejo del mundo, las entrevistas de trabajo como juego de seducción, los portales de Sugar babes y daddies y la conversión de lo privado en escaparate, parece tan complicada de negar), se basa en la propagación de una ilusión que muy menudo es llamada “sueños”, si bien no puede estar más lejos de serlo. Esos “sueños” son más bien una falacia en la que articulamos lo que somos mediante fantasías de ser cosas, objetivos, que nuestro sistema social eleva como modelos. El ya viejo y conocido truco de transformar los sujetos en objetos pasivos y determinados y los objetos en sujetos activos y determinantes. SSC cuestiona todo esto, no con soflamas de ruido y provocación, ni mucho menos con letras de denuncia sobre alienación social o fetichismo de la mercancía, sino de una forma mucho más sutil: mediante la búsqueda de los puntos ciegos donde la ilusión se desmorone y la realidad aparezca fragmentada, imposible de reducir a un todo: pedazos de espacio y tiempo de los que ser conscientes en una catarata de acontecimientos. Mediante la aplicación de la experiencia del sueño.
El sueño verdadero
Schuster-Craig es un flipado de los verdaderos sueños, los que tenemos cuando salimos del estado de libertad vigilada, bajo fianza, de la vida consciente. Él parece entenderlos como otro modo de la realidad, un ámbito donde ésta tiene otras normas, sin finalismos, sin intercambios en pos de provecho, sin resoluciones, sin normas fijas y donde, de existir una lógica, ésta es más cercana a la propia del pensamiento lateral. Según ha declarado, ya a los 8 o 9 años soñó con dos series de dígitos (72543 y 54723) a las que atribuyó propiedades mágicas y que luego ha utilizado como una especie de números de la suerte o para conjurar cosas, para desear lo intangible (conjuros que, al parecer, le han funcionado). Lleva un diario de lo que sueña desde los 14 años y ha practicado el sueño lúcido desde los 18. De uno de esos sueños, de hecho, fue de donde salió el nombre con que firma sus obras, Jib Kidder: “pude verlo claramente en la portada de un CD sobre un dibujo de un amputado con las heridas abiertas… nunca lo he considerado un nombre y un apellido sino palabras con un significado de otro tipo.” En realidad Jib Kidder bien podría traducirse como “rollo burlón”.
El collage como método
Naturalmente la técnica artística que más tiene en común con los sueños es el collage de materiales encontrados y ése ha sido su método desde hace muchos años. De modo que, como Jib Kidder, SSC opera con el mismo mecanismo en que al soñar nuestro inconsciente toma muestras de los materiales crudos que almacenamos de la experiencia vital y los recombina para dar lugar a una experiencia de realidad paralela. El catálogo de Jib Kidder reutiliza los pedazos digitales de cultura como realidad. Schuster-Craig trata de explotar su facilidad para encontrar conexiones entre asuntos o materiales dispares, puntos de contacto que no pueden ser plenamente expresados con palabras. Y pegarlos, adherirlos unos junto a otros para encontrar nuevas realidades, narraciones alternativas, es la forma más fácil de explotar esas visiones. Así, acierta cuando afirma que toda su obra “es psicodélica en el sentido en que es profundamente inexplicable de la manera en que lo son los sueños.”
Según ha explicado él mismo, tras una época de trabajo obsesivo con la grabadora de cassette de cuatro pistas, descubrió las mayores posibilidades de los programas de edición de audio. Ello, junto con las del auto-aprendizaje gracias a manuales y tutoriales online en Internet, abrió innumerables puertas a su trabajo. Sobre todo, comenzar a samplear grabaciones existentes fue para él como encontrar el equivalente sonoro de la manipulación de los fragmentos de realidad que hacemos en sueños: “los sueños samplean las cosas de la vida para dar forma a quimeras. Ahora podía construir quimeras de sueño a partir de las cosas que escuchaba en mi vida”. Por ello, lo importante es lo que tiene que ver con el método y con la lógica del sueño y lo de menos el tipo de paleta que elige, que va variando. Incluso la técnica artística: aunque en este blog nos interesa sobre todo su faceta musical, no debe despreciarse el hecho de que la firma Jib Kidder se haya estampado en vídeos, murales de tiza, esculturas o composiciones con Photoshop.
Desde el punto de vista sonoro, sus fuentes han sido de lo más variado: desde las propias improvisaciones instrumentales con la guitarra, el banjo o el piano, al rap underground y descatalogado, los discos del sello Asthmatic Kitty, el country ya añejo o los sonidos de alerta de los ordenadores y otros ruidos domésticos, vulgares, corrientes, sacados de vídeos de internet. Ahora, según cuenta, trabaja en un disco usando el método de collage pero con bucles de feedback y cajas de ritmos. Es igual. La misma mirada al conjunto de su obra nos sitúa ante un collage de muestras tomadas de modo contradictorio, como un conjunto de samples de numerosas corrientes culturales, formas de enfocar a bloques de elementos dispares cuya reunión se provoca para capturar lo más vivo que dicha reunión provoca. No le quitamos razón cuando considera su manera de tratar con dedicación intensiva los bits de sonido como una clase de artesanía, como un arte popular de nuestra digitalizada época.
Surrealismo como nuevo realismo
Naturalmente no está lejos de la ocurrencia de Lautréamont tan celebrada en la fundación del surrealismo literario: “bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”. En los últimos años SSC ha aplicado las técnicas de collage/sampleo a los textos, a las propias palabras. De ahí que sus letras sean esencialmente azarosas y desde luego irracionales. Según ha reconocido, la influencia de Gertrude Stein ha resultado (como en el caso de Trish Keenan) muy importante. Su descubrimiento de la obra de ésta Ser norteamericanos, le hizo ver las posibilidades de “jugar con las palabras como si fueran notas o pintura, y de la repetición para hilar fragmentos simples en algo mucho más complejo”. La obra de Jib Kidder es la de un surrealista 2.0 que no le tiene fe a Freud. El furioso autodidactismo solitario (su ídolo es el artista marginal afroamericano James Hampton) de quien se dedica en cuerpo y alma a ideas que él mismo no comprende bien y que aspira a que su obra no necesite ser interpretada. Para Schuster-Craig, el reino de los sueños no es una representación irreal de lo real ni un trasunto o trasfondo de la realidad que vivimos conscientemente. Es esa forma alternativa de la realidad que mencionábamos arriba, o acaso otra manera de percibir la realidad que se nutre de pedazos, samples de lo que experimentamos en la vida consciente de lo “útil”.
Una parte importante de esa vida consciente de la que Jib Kidder toma sus muestras procede de lo que encuentra en la experiencia digital de internet. Tanto que podría servir a las mil maravillas de ejemplo extremo de la actitud de los artistas de la generación nacida en torno a 1980 (si bien no sabemos en qué año nació Schuster-Craig, los datos que ha dado de su biografía permiten calcular que debió de ser hacia ese año) frente a la híper-abundancia informativa: ese compostar la cultura existente en un no-tiempo donde las nociones de pasado y futuro resultan irrelevantes.
Por ejemplo cuando saca los títulos de una de sus primeras compilaciones musicales, Napkin Bulletproof (2006), de asuntos de emails con spam. O en discos como Lossy Angeles, que tratan íntegramente “sobre Internet, sobre la pérdida de fidelidad en los Media y en la vida moderna en general, sobre la experiencia colectiva de jamais vu con la verdadera realidad de lo real.”
La aglomeración de contenidos que él mismo ha vertido a la Red, como decíamos la semana pasada, tiene un tamaño alucinante. Su acercamiento podría parecer contradictorio con una crítica del sistema de consumo. ¿Combate SSC la sobrecarga de información de nuestro tiempo saturando aún más el servidor de imaginario? Es un modo de verlo, pero quizá sea incompleto. En la era de los invisibles algoritmos de previsión de gustos e intereses, de los programas y redes sociales que filtran los contenidos pensando en lo que supuestamente quiere el usuario y, en suma, de la progresiva uniformización y sesgo de la información dictada por ellos, el proyecto de Jib Kidder propone una salida diferente: desactivar esa parte de la realidad consciente que tanto contribuye a formar la ilusión cosificadora en que se basa el sistema, acercarse con ánimo espigador a la abundancia de información y el basurero de objetos culturales-sociales y darles la vuelta para que se conviertan en pasajes lúcidos hacia los funcionamientos que nuestra mente tiene cuando sueña. En la práctica, de hecho, él emplea sistemas de desbloqueo de los parámetros de búsqueda de contenidos de webs como YouTube para encontrarse con lo inesperado y, a partir de ahí, crear sus collages, sus reuniones y monstruos de Frankenstein.
Así, frente a las visiones perezosas de su obra como la banda sonora perfecta para el placer culpable de pegarse atracones y colocones digitales visitando en YouTube la parte más aberrante y peregrina de Internet, puede verse su trabajo como contra-información, como contra-cultura alternativa. Frente a la saturación de información filtrada por la mano invisible de los algoritmos que nos calculan como máquinas y cosas, SSC propone un posible antídoto: descubrir pasajes al territorio del sueño. Frente a la lógica empresarial, mercantilista, nos plantea desdoblar lo irreal de lo aparentemente real y aplicar la lógica de esa experiencia interior de la que hablaba George Bataille.
“Siempre he usado los discos como el medio de retirarme del mundo exterior con el fin de centrarme más estrechamente en ciertos aspectos de la experiencia interior - la sensación, la memoria, la fantasía”, dijo Sean Schuster-Craig. Nos lo creemos.