Aun no tengo claros los motivos de la fascinación que me ha provocado Cinéfilo. El aventurero de las salas oscuras, un peculiar cómic del autor francés Helkavara. Se publicó en Francia en 2017, bajo el título Cinéphilou, y su traducción al español llega ahora de la mano de El Mono Libre. Por un lado, se trata de un gesto de amor a la cinefilia, a esa obsesión por conciliar la realidad con los universos absorbidos en la gran pantalla, aunque semejante conciliación se revele imposible. Por otro lado, es un radical cuestionamiento de la figura en extinción del espectador cinéfilo (el que acude a las salas), retratado en el cómic como un ser solitario, cínico, grotesco y misántropo, un tipo decadente que se ha autoproclamado el guardián invisible de una forma de entender el cine que ya pertenece a otro mundo.
Pero hay un tercer motivo que me mantuvo atrapado en sus viñetas, tan cómicas como dolorosas, incluso desesperanzadas, dibujadas con un extraordinario sentido espacial y caricaturesco. Para mí el cómic es, por encima de todo, una elegía a los vestigios de un tiempo en el que las salas de cine –en este caso, la sala Cinemágiko en la que el protagonista pasa sus días, sobre todo en el vestíbulo– eran los templos de una cultura dinámica, prescriptora de actitudes y pensamientos, ciertamente insustituible. Como hace el protagonista, uno iba al cine pusieran lo que pusieran. ¿Dónde ha quedado esa forma de cruising cultural?
Si algo queda de ello es en los cines de repertorio que retrata Helkavara. Su retrato del paisanaje habitual de estas salas –como puede ser el Cine Doré de Filmoteca– es tan desquiciado y sórdido como absolutamente veraz, incluso realista en su registro satírico. Puedo apostar a que el autor francés ha vivido y convivido en los espacios insalubres (para la mente y el cuerpo) que retrata y con las gentes que lo habitan, pues hasta el olor de las salas oscuras mal ventiladas parece emanar de sus páginas.
La sátira hiperbólica de Helkavara se propone adentrarnos literalmente en la mente de su alopécico y despreciable protagonista, alias Cinéfilo, como la propia portada del cómic claramente expresa. En su anclaje existencial en las instalaciones de Cinemágiko, Cinéfilo pasa sus horas muertas en compañía de John, otro “inquilino” del cine que colecciona todo tipo de objetos relacionados con Catherine Deneuve y que siente atracción por la taquillera del cine.
Uno ha echado en falta la figura del proyeccionista en el retrato del personal de Cinemágiko, pues podría haber dado mucho juego como personaje, si bien es cierto que, por un lado, el proyeccionista no deja de ser una figura fantasmagórica en toda sala cinematográfica, alguien a quien no vemos, y que la historia transcurre en ese punto de transición en el que la proyección analógica ha sido sustituida por la digital (las películas se pueden proyectar incluso en modo remoto) y el cine pasa a manos de otros dueños y otros intereses comerciales.
Uno de los aspectos más interesantes de Cinéfilo, y que de algún modo lo hermana con otras novelas gráficas como El cineasta (Nadar & Julien Frey, 2018) o sobre todo Filmish. Un viaje gráfico por el cine (Edward Ross, 2017), es su forma de emplear determinados hitos del cine, bien sean personajes o secuencias enteras, para expresar sus argumentos. Los diálogos entre cine y cómic en este sentido pueden resultar muy fructíferos.
En un momento dado, Cinéfilo destripa en la cola de taquilla la película Yo, Daniel Blake para chafar la velada de dos espectadoras que critican la programación del cine. Su sinopsis de la película se convierte en una capsula crítica destructiva del cine de Ken Loach: “Va de un viejo pobre que se enamora de una joven pobre que tiene hijos. Ella se prostituye y al viejo le atropella un camión”. El cine francés obviamente ocupa una porción destacable de las obsesiones cinéfilas del cómic –que ilustra una batalla de egos entre Gerard Depardieu y Alain Delon–, y el uso que hace de la película El desconocido del lago de Alain Guiraudie no dejará a nadie indiferente.
El cielo sobre Berlín, Encuentros en la tercera fase, Alien, Titanic, Tiburón o dos páginas enteras dedicadas a Desafío total son solo algunos de los contenidos cinematográficos que Helkavara pone en diálogo con su historia. En el estupendo prólogo a la edición española, Jordi Costa se refiere a los orígenes de la cinefilia como una suerte de “aristocracia de la mirada”, vieja noción asociada a los años veinte del siglo pasado (cuando cineastas como Jean Epstein o Germaine Dullac acuñaron el término) que a día de hoy se ha transformado por completo hasta convertirse en una fuga a la nostalgia, cuando no en una psicopatía que fabrica sociópatas incapaces de conectar con el mundo real, como le ocurre al “energúmeno” que protagoniza el cómic.
Como sostiene Costa, lo más problemático de las páginas del cómic es que lleguemos a sentirnos identificados con Cinéfilo (lo que no es extraño que ocurra en ocasiones) y que quizá lo mejor que nos pueda pasar tras sumergirnos en estas páginas sea “entrar cinéfilo y salir cinéfobo”. En todo caso, saldremos de ellas transformados.