Nombre de rey godo y aura de rey neto («director de orquesta por la gracia de Dios», le coronó Antonio Fernández-Cid, su crítico amigo). Argenta, apellido de plata y espuma, apropiado al agosto éste tan gongorino que está viviendo mi blog: Donde espumoso el mar sicïliano / el pie argenta de plata al Lilibeo, escribe don Luis al principio del Polifemo. Tres siglos después, Gerardo Diego, al final de su soneto a Ataúlfo, recuerda ese fotograma de Góngora, recoge la palabra argenta como si fuera un conchita playera y la pone a sonar: En la playa desierta, arpa tumbada, / rasga y rasga la ola alborotada / su glisando de espuma: Argenta, Argenta.
No se puede decir que Ataúlfo Argenta llegara a reinar en el reino de las orquestas. Tenía auctoritas y potestas de sobra, pero no le dio tiempo. Sus años de esplendor, entre 1949 y 1957, le sirvieron para recibir del gran Pérez Casas la Orquesta Nacional, hacerla sonar maravillosamente y darse a conocer en el mundo como candidato a delfín de Furtwängler, Toscanini, Ansermet y demás armiños reinantes. Se murió en enero de 1958, con lo que su candidatura quedó en tal, su figura se volvió mito y sus elogios se llenaron de subjuntivos y condicionales. Las poquísimas grabaciones que nos han quedado de él, zarzuela aparte, nos hacen tirarnos de los pelos. ¡Qué Heroica de Beethoven, qué Sinfonietta de Ernesto Halffter! ¡Qué pena y qué rabia! Santander, de la que el castreño Argenta era hijo predilecto, le dedica con motivo de su centenario una exposición,  preparada por Jesús Ruiz Mantilla, en la Plaza Porticada, donde había ya de siempre una placa conmemorativa de las nueve sinfonías de Beethoven que él dirigió allí de una tacada hace 60 años. El Ayuntamiento anuncia que va a convertir en Ataúlfo Argenta la calle llamada hasta ahora General Mola. La Universidad Menéndez Pelayo y la propia Asociación Cultural Plaza Porticada le han dedicado un curso, donde me ha tocado intervenir. También el Festival Internacional de Santander recuerda a Argenta.

¡Ojo al FIS, que empieza nueva etapa! Este primer Festival con Jaime Martín de director no es representativo. Como suele pasar, es una mezcla de herencias y de carencias. Compromisos de atrás y ni un duro en la caja. Martín se ha salido por la tangente, declarando el FIS 2013 territorio joven, oportunidad de oro para que los nuevos valores se dan a conocer. Hasta ahora, la jugada le está saliendo redonda. De Jaime Martín podemos esperar mucho, porque es un musicazo. Como flautista ha conquistado Londres, que es mucho conquistar. Como director, me dejó pasmado su Sinfonietta y aún más su Serenata en re mayor de Brahms. Curioso, ¿no?, Ernesto y Brahms, caballos de batalla de Ataúlfo y de Jaime. No me pillaréis haciendo comparaciones. No digo más que esto: dadle un rato de vuestro oído a Jaime Martín. Vale la pena.