Estuve en el Monasterio de Las Huelgas la semana pasada, oyendo polifonía primitiva en la impresionante basílica que, 800 años después, siguen presidiendo como si tal cosa, ocupando con sus sepulcros geminados buena parte de la nave central, los dos fundadores, Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Inglaterra. No sé si me gusta la palabra "primitiva", con su aire a Atapuerca (que está al ladito de Las Huelgas, por cierto), a cromañón y a bifaz de sílex. Llamamos polifonía primitiva a las primeras exploraciones de música a varias voces en Occidente, o al menos, las primeras de las que tenemos noticia escrita. Cuesta pensar que los primeros mil años de cristiandad, y el milenio griego anterior, y los egipcios y los sumerios y... hayan sido civilizaciones monódicas, imperios a una sola voz. Siempre me acuerdo de la gracia con que Paul Stookey, el barítono de Peter, Paul and Mary (ya sabéis, el trío folkero de los sesenta y setenta, los de Puff the Magic Dragon), contaba la impresión que le causó la primera vez que oyó a sus padres "harmonize", cantar a dos voces. Fue en el coche familiar y el niño Paul se quedó pasmado. Primero le dio un ataque de risa y luego, en cuanto se le pasaron el pasmo y el espasmo, supo en su infantil sabiduría que su vida acababa de cobrar un sentido nuevo y pleno: había de dedicar el resto de sus días a practicar aquello que sonaba tan divertido.

Yo creo que los monjes ?y los paisanos? del siglo IX y siguientes debieron sentir algo parecido al oír por primera vez a un grupo de cantores cantar en plan órganum, discantus y demás formas de despliegue de la voz en varias líneas. Imagino que distinguirían en seguida las formas oblicuas (una voz haciendo una nota tenida y la otra, la de arriba, aleteando libremente su melodía), las formas paralelas (una voz siguiendo a la otra a distancia fija, en plan Asturias, patria querida), y sobre todo las formas contrarias (una voz imitando en espejo a la otra, si tú subes yo bajo y al revés). O a lo mejor todo eso nació tan poco a poco que no hubo lugar a pasmos ni a espasmos. O a lo mejor no se imaginaban nada. Quién sabe. El hecho es que todos nosotros, los Machaut, Bach, Brahms, Mahler, Webern, Messiaen y Luis de Pablo; los Palestrina, Victoria, Boccherini, Liszt, Bartók y Steve Reich; incluso los Springsteen, Loquillo, Bob Dylan, Brassens, Manolo Escobar y Lluis Llach; y también los Agapito Marazuela, Niña de los Peines y todos los artistas anónimos de la antología de García Matos, todos, casi sin excepción, somos hijos de aquellos cantores (¿y cantoras?) que probaron a imaginar/cantar/oír sonidos superpuestos y los anotaron en códices como el de Las Huelgas. Polifonía hay y ha habido en otros continentes y en otras culturas, pero ninguna de esos afloramientos ha producido algo tan complejo y tan asombrosamente asombroso como El arte de la fuga de Bach o El martillo sin dueño de Boulez.