Vino al Museo Reina Sofía el Ensemble Modern y nos dejó fascinados desde el primer acorde. ¡Qué sonido, oiga! Potente, nítido, cargado de sentido y de emoción. Era un orgullo verles tocar bajo la batuta de Fabián Panisello, un músico nuestro. Bueno, batuta en realidad no, porque Panisello practica una dirección muy bouleziana, de manos limpias y vacías. Un gesto preciso, cortante, que sitúa a cada nota en su sitio y en su peso. El Panisello director ha madurado en los últimos años y se ha puesto a la par del otro, el compositor. Ambos están ahora a la altura de cualquiera, en la primera fila internacional. Hace un par de semanas disfrutábamos aquí de la excursión que hizo este maestro, acompañando al poeta Erri de Luca, por el valle de los huesos, de la tumba y la ultratumba, de la resurrección, del polvo revertido en carne, tuba mirum y todo eso. En esta ocasión, el viaje no era a ningún lugar, ni real ni poético, sino a una sonoridad. Al sonido grave y al ultragrave. Panisello hizo al Modern sacar del almacén sus instrumentos gigantes: un requetecontraclarinete, un saxo hiperbajo y un contraforte, que es una especie de contrafagot modernizado. ¡Qué enormes preciosidades! ¡Qué anchuras inabarcables! Solo con verlas gozábamos ya. Con eso y alguna otra contribución grave (contrabajo propiamente dicho, trombón, bombo raspado con bola de goma) y el resto del grupo en función de contraste, Panisello construyó un bonito estudio de ritmo y de música oscura. Al negro acústico le pasa como al visual, que cuando es negro negro, si lo miramos al bies y nos fijamos en los brillos y las irisaciones, se vuelve blanco, o incluso de mil colores. Solstice se llama la obra, porque celebra una noche de San Juan en la Patagonia. Era encargo del grupo. Que el Ensemble Modern te invite a dirigir y te encargue y te estrene una obra es, desde una perspectiva de carrera, o gremial si preferís, lo más de lo más. Panisello va como un cohete.
[caption id="attachment_174" width="360"] Elena Mendoza[/caption]
Antes, otra estupenda compositora española, Elena Mendoza, que vive en Berlín, hizo sonar Relato improbable, una obra con acordeonista/recitador en la que el texto de Onetti se rompe en dos mitades: la semántica y la fonética, lo que duplica su expresividad. La obra prepara y preludia una ópera, Las ciudades de las mentiras: permanezcan atentos a sus pantallas. Sonó además Kaffer de Enno Poppe, compositor de éxito. La verdad es que me dejó poca huella en el oído, seguramente por culpa mía. Sí me movió, en cambio, Veil III, de Bernd Franke, donde resucita el azar controlado, aquella técnica que tanto juego le dio a Lutoslawski hace tres o cuatro decenios (¡y le sigue dando a nuestro Halffter!). Como entonces al polaco, a Franke la aleatoriedad le suena muy bonita. Por mediación de Panisello y el Modern, se entiende.