Dos violines, una viola y un violonchelo. ¿Qué tiene de particular este grupo de cuatro? ¿Por qué cuatro y por qué estos instrumentos y no otros? Hace meses que no puedo dejar de oír cuartetos y de darle vueltas a esta forma de música. Es una obsesión privada, pero qué queréis, de qué voy a escribir sino de lo que me tiene sorbido el seso, aunque sean obviedades. ¿Vamos a descubrir a estas alturas el cuarteto de cuerda? Yo sí, lo siento mucho, y también el Mediterráneo, y la tortilla de patata, si se tercia, aun a riesgo de enfatizar lo obvio o solemnizar lo bobo, como diría Rajoy. Ahí va un énfasis cuartetero.
Yo no sé si todo el mundo se da cuenta de lo raro que es un cuarteto de cuerda. No me refiero a cuatro músicos que, además de ser miembros de orquestas o de dedicarse primordialmente a otros aspectos de la profesión, se reúnen, incluso de manera estable, para tocar cuartetos, y tienen nombre comercial y graban y hacen giras. Eso es magnífico y cuanto más se haga mejor y los poderes públicos harán bien en fomentarlo. Pero yo me refiero a otra realidad musical y personal, muy distinta de las demás: cuatro músicos que un buen día, generalmente en la juventud, deciden formar un cuarteto de cuerda y dedicarse a ello full-time, durante el resto de sus días. Es como casarse, solo que a cuatro. Hasta que la jubilación nos separe. También se parece a la decisión que toma un músico cuando se lanza a hacer carrera de solista, pero no tiene el componente social y, francamente, no creo que vaya por ahí el curso de la historia. Sigue habiendo virtuosos recorriendo los teatros del mundo tocando una y otra vez los conciertos de violín de Mendelssohn, Beethoven, Chaikovsky, Sibelius y vuelta a empezar, pero menos que antes y muchos de ellos hacen además cámara, o incluso orquesta como concertinos.
Mi impresión es que según avance el XXI, declinará definitivamente el star-system de los solistas y se impondrán otras formas de ver la profesión musical. El que no decaerá, creo yo, es el cuarteto de cuerda como modelo de carrera y de vida. Los hay buenos, regulares y malos, como es lógico, pero, en general, un cuarteto de músicos de talento que dedican a diario todo su saber, su sentir y su energía a conseguir un sonido equilibrado y complementario y a frasear a cuatro sin dejar de sonar a uno, constituye una realidad artística inigualable, sin parangón en las demás artes, donde no se puede concebir una creación colectiva así de intensa y de refinada. Además está el repertorio, que es un tesoro, porque parece que los compositores, cuando se ponen a escribir un cuarteto, se dejan de bobadas y vuelcan lo mejorcito que tienen dentro. Pero eso es otro cantar, que da para otro post enfático.