Los peregrinos europeos se gritaban unos a otros ¡ultreia!, ¡más allá!, al cruzarse camino de Santiago, como diciendo, sigue, hombre, que ya te queda poco. Tomás Marco recuerda ese himno caminero en Codex Calixtinus (Cantus Iacobi), escrita para Rafael Frühbeck de Burgos, que cumple ahora ochenta años, y la Orquesta Nacional. Oí el estreno el domingo pasado por la radio. ¡Qué sería de nosotros sin Radio Clásica! Aquí os pongo el podcast de este concierto, que RTVE mantendrá activo, como suele, unas semanas. La obra es magnífica: una de esas creaciones/reflexiones literalmente extraordinarias con las que Marco obliga al oyente a oír/pensar con arreglo a coordenadas sonoras y artísticas diferentes, ajenas a las convenciones de la musicalidad que, en su particular universo, quedan distorsionadas o, directamente, suspenden su vigencia. Marco utiliza aquí constantemente el himno Dum pater familias, la pieza de música más conocida del Códice Calixtino, y toma como punto de partida dos obras bien conocidas: Carmina burana de Orff y Las bodas de Stravinsky. La primera le venía dada porque iba a sonar también en el concierto, pero le pilla lejos en todo lo demás. La segunda le es mucho más cercana.

Messiaen

Messiaen

 

Pero, entre Orff y Stravinsky, a quien acaba acercándose Marco en esta obra es a Messiaen. La propulsión rítmica que hace avanzar su Codex Calixtinus tiene algo de órffico y de stravinskiano, pero más que a bodas o a fortunas, recuerda a la turangalila, con sus corcheas emparejadas, ruidosas, sobrecargadas y marchadoras, corcheas que andan camino, como los pies de la poesía antigua o los neumas del canto gregoriano. A cada poco, esta marcha ultracoloreada con que avanza el canto jacobeo, cantado por un coro de cuerdas, se ve detenida (distanciada) por una cortina muy marquiana, hecha con apenas dos o tres acordes vacíos y estáticos del piano. Es un borde, o cesura, que sirve para empaquetar al vacío las dos docenas de secciones que tiene la obra. El comienzo, con sus arpegios abiertos de timbal y su piano a contratiempo, es lo más “burana” de todo. Estoy señalando referencias, pero, en realidad, Codex Calixtinus es puramente Marco. Nadie suena como Tomás Marco. Nadie puede —¿ni quiere?— ver la música como él, desde fuera, convirtiéndose en outsider por definición. No es fácil evaluar su obra (ni la de nadie), pero lo seguro es que su punto de vista es único y que, por su misma exterioridad, pone todo lo demás en contexto. Y en cuestión. Sin Tomás Marco, el panorama de la música estaría incompleto.