De la cueva del Lohengrin de la semana pasada en el Teatro Real, al aire igualmente cavernoso de Cuenca, que no deja de ser, o de haber sido, una gran gruta, formidable bostezo de la tierra, como diría Góngora. No se nota a simple vista, porque el techo está venido abajo catastróficamente y, además, la ciudad se levanta sobre una repisa alta y empinada, pero el hecho es que Cuenca, junto con la mitad de su comarca, es un gran mazico kárstico ahuecado y colapsado por la acción disolvente del agua ácida sobre la roca caliza. Nos lo recuerdan enormes bloques de roca que se desprendieron hace cientos de milenios y aparecen hoy desperdigados por las orillas de los ríos Huécar y Júcar. Colgados de las paredes de los barrancos, se ven bloques igual de enormes, aún por desprender. Cuenca mide el tiempo en eras, lo que nos deja descolocados a nosotros y a nuestras cuitas, tan cortoplacistas ellas. La geodinámica del karst es de por sí catedralicia. Dentro de los macizos de cal se están creando constantemente maravillosas catedrales plagadas de estalactitas y estalagmitas, que luego se secan y se colapsan, como esas iglesias desamortizadas y destechadas que encontramos entre hierbas y zarzas, reducidas a pilares sueltos, arcos desnudos y sillares desplomados y rotos. Cuenca fue, o pudo ser, una gigantesca catedral mucho antes de que existieran las catedrales.

[caption id="attachment_356" width="415"] Tallis Scholas y Schola Antiqua en la Capilla del Espíritu Santo. Foto: SMR Cuenca[/caption]

 

Llegué a la Catedral de Cuenca el Viernes Santo a tiempo de asistir a la mitad de la maratón de rezos —Maitines, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas, con cuasimisa intercalada— que han cantado en la Capilla del Espíritu Santo la Schola Antiqua de Juan Carlos Asensio en la parte de canto llano y los Thallis Scholars de Peter Phillips en la parte de Polifonía, que en este caso comprendía piezas de nuestros primeros espadas —Tomás Luis de Victoria, Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero, Alonso Lobo— y de otros maestros de El Escorial y de Toledo en tiempos de El Greco, que es lo propio del año: Rodrigo de Ceballos, Alonso de Tejada y Martín de Villanueva. Fue un día entero de actos, mitad concierto mitad ceremonia, que reconstruían la cadencia de la liturgia de las horas, el célebre Oficio Divino que ordena y parte el día de los monjes y monjas de los monasterios. No recuerdo muchas experiencias musicales así de impactantes. La Schola Antiqua es un lujo que tenemos en España y que no me canso de admirar. Cantan el gregoriano con toda la pureza, el conocimiento y la eficacia expresiva posible. Esta vez su función era dar la réplica monódica a los episodios polifónicos. Nadie canta la polifonía como los coros ingleses. Ni los alemanes, que mira que tienen buenos coros, ni los holandeses, ni los italianos, ni los franceses... ni los españoles, que ya nos vale, porque los polifonistas del Siglo de Oro representan la cumbre de nuestro producto musical de toda época y la única vez en que nuestros compositores han estado de verdad en la primera fila. Existen ahora grupos españoles que cantan estupendamente, pero los ingleses están a otro nivel. Los Monteverdi de Gardiner, los Sixteen de Christophers, los King de King y tantos otros. Se ve que hay algo en las islas británicas que predispone a sus habitantes a cantar admirablemente motetes a cinco, seis u ocho voces. Será la humedad de las borrascas procedentes del Golfo, será el té, será la acreditada flema, será la tradición anglicana, que está reformada, pero poco, y mantiene un cordoncillo umbilical con la pompa papista y, por lo tanto, con el refinamiento renacentista de la polifonía romana. Será lo que sea, pero hay que aceptarlo con deportividad e invitarles mucho, para disfrutarlos y para ver si se nos pega algo. Esta vez eran los Tallis Scholars y Peter Phillips. Qué pureza en las voces, qué equilibrio permanente, qué impostación tan limpia, tan natural y, al mismo tiempo, tan firme y tan expresiva. Ni una vacilación, ni una nota dudosa, ni un elemento endeble en el coro. Chapeau y volved pronto.

[caption id="attachment_355" width="257"] El Plural Ensemble en la Iglesia de la Merced[/caption]

Además de lo muy viejo, la Semana de Cuenca acoge siempre una porción de lo muy nuevo. El Domingo de Resurrección actuó el Plural Ensemble en la Iglesia de la Merced. El Plural, como suele, sonó señorial. Nivelazo, tanto en grupo como a solo. Esta vez tuvieron parte destacada la viola Ana María Alonso y el pianista Alberto Rosado. La Iglesia de la Merced es uno de los espacios más alucinantes de Cuenca, que no está escasa de ellos. Vieja Iglesia desacralizada, es hoy una biblioteca de cuento, donde un entramado de estanterías, escaleras, altillos y arcos rampantes, todo ello de madera inmaculada, envuelve al espectador y le dispara las evocaciones. Allí, más que sonar, resonó un monográfico Fabián Panisello. Se repuso “L’Officina della resurrezione”, que ya hemos comentado en este blog , y pude oír por primera vez, tres ciclos de canciones de concierto, los “Poemas de Alejandra Pizarnik”, las “Canciones de Silvia”, sobre poemas de Silvia Dabul, y las “Gothic Songs” de Edgar Allan Poe. Son auténticos “Lieder”, pequeños universos con sonoridad propia, ajustados cada uno a su poema cada uno a su manera. Además de profundizar en sus obesiones de siempre (linealidad antigua/nueva, polirritmias, “patterns” orgánicos y “espectros” armónicos de expresión renovada) Panisello crea aquí una estructura formal ad hoc para cada poema, con toda una escalera de formas de vocalización entre el habla y el canto. Cantó el gran barítono Leigh Melrose, protagonista de “L’Officina” y de ese asombroso cuento/torrente que es “The Raven”. Cantó también Laia Falcón, soprano de voz limpia, rica e inteligente. La voz joven del momento.