Eötvös en Madrid
Péter Eötvös, el gran compositor y director húngaro, el primogénito y heredero de los grandes maestros de Darmstadt, el primer director del Ensemble Intercontemporain post-Boulez, ha estado una semana larga en Madrid, dejando al público del Auditorio Nacional y del Auditorio Sony con la sensación de haber visto y oído a una leyenda viva de la música europea. No era la primera vez que venía. Ya había estado hace cinco años, estrenando el Octeto que le había encargado Paloma O’Shea.
[caption id="attachment_364" width="450"] Péter Eötvös: seriedad y sonrisa[/caption]
En su segunda venida ha dirigido a la Sinfonietta de la Escuela Reina Sofía y al Plural Ensemble en tres conciertazos que serán difíciles de olvidar, por la calidad de las interpretaciones y por la originalidad de la música. No es nada fácil ser original en estos tiempo (¡tampoco lo había sido en ninguno de los anteriores!). Eötvös lo es: su música suena a Hungría, pero, por encima de todo, suena a Eötvös, a su mezcla personal de seriedad formal y sonrisa expresiva. Como compositor, procede siempre con exactitud, pero a la vez es enamoradizo y, en cuanto se descuida, acaba enredándose en los aspectos más carnales de la música: colores vivos y ritmos y armonías transparentes que el oído recibe con naturalidad. La música de Eötvös tiene todo el impulso y la militancia de la modernidad, pero es bonita. (Y nada más verla en la pantalla me pregunto por qué he escrito esta adversativa: ¿de verdad quiero decir ”pero”?). El oyente se entrega a esta música sin acabar de saber si lo que le fascina es su envergadura estética o su guiño naif. Estos días hemos oído Shadows (1995), donde el maestro Eötvös se las arregla para dibujar sombras, no con luces, sino con sonidos; Steine (1990), un homenaje a Boulez donde Eötvös consigue hacernos, no ya sonreír, sino reír del todo y disfrutar genuinamente de este arte maravilloso; y Sonata per sei (2006), especie de extensión de la Sonata para dos pianos y percusión de Bartók. El maestro se pasó también por La Quinta de Mahler —la olla donde se cuecen todos los guisos musicales jugosos de Madrid— para presentar, a los pocos días de la muerte de Gabriel García Márquez, el CD de Love and Other Demons, su última ópera, escrita sobre la novela de igual nombre y estrenada en Glyndebourne. La historia de la niña Sierva María de Todos los Ángeles, su infección rábica, exorcismo y seducción, lleva consigo una densidad de conflictos y una variedad de elementos mágicos que el maestro Eötvös convierte en hallazgos musicales admirables. Sortudos los de Glyndebourne, operómanos de oído despierto y afición al picnic. Nuestro Teatro Real se quedó sin estrenar una ópera nueva de Eötvös por ese empeño que pone cada nuevo amo del Teatro en machacar cuidadosamente los proyectos del anterior. Eso lo hacen en el Serengueti los leones macho al hacerse cargo de una manada nueva: en la primera media hora, persiguen y matan a todos los cachorros, porque llevan los genes del sultán anterior en vez de los suyos. Es horrible pero se comprende, porque son leones, criaturas sin conocimiento.
[caption id="attachment_365" width="450"] Individuo alfa del Serengueti sopesando opciones[/caption]