En el elogio de Péter Eötvös del otro día, me dejé sin subrayar suficientemente el interés que demuestra este gran maestro en ayudar a los jóvenes. Se puede deducir la importancia de esta faceta suya del hecho de que las dos veces que ha venido a Madrid haya trabajado con los jóvenes de la Escuela Reina Sofía, pero la cosa va más allá. El Instituto Internacional Eötvös que ha montado en Budapest está dedicado a ayudar a las nuevas hornadas de compositores y directores. O, muy a menudo, de compositores-directores, porque muchos de ellos son las dos cosas a la vez, una figura, la del compositor-director, un modelo de carrera, que viene caracterizando el panorama musical desde la mitad del siglo pasado.
[caption id="attachment_369" width="450"] Instituto Internacional Eötvös[/caption]
En realidad, la figura completa, signo de los tiempos, retrato de una época, es la del compositor-director-promotor de ensemble. No es que el modelo sea nuevo: pensemos en el viejo Jean-Baptiste Lully en tiempos de Luis XIV, marcando el compás de su propia música —con el pesadísimo bastón que acabaría causándole la muerte— a la Compagnie des Violons de Mademoiselle, de la duquesa de Montpensier, o a la Bande des Petits Violons (“la petite bande”, como la llamaba el rey), conjuntos ambos fundados por Lully. Prácticamente todos los compositores de los siglos siguientes fueron también instrumentistas y, cuando se terciaba, directores, y no pocos se esforzaron en la creación y conservación de orquestas, pequeñas y grandes. Ese modelo empieza a desdibujarse en el XX: el compositor se emancipa del escenario, deja la gloria interpretativa a los virtuosos especializados y se refugia en la mesa de su estudio, donde la música es lápiz, papel y silencio. A partir de ahí, se hizo cada vez más difícil ver a un compositor tocar el piano o el violín, pero aún tomaban la batuta para dirigir su propia música.
[caption id="attachment_370" width="450"] Instituto Internacional Eötvös[/caption]
Era habitual que, si el compositor de una de las obras del programa estaba en la sala, el director del concierto le cediera la batuta para dirigirla y la recuperara luego para seguir con el sinfonión romántico correspondiente. Yo he visto ese espectáculo una sola vez en mi vida: hace poco, en Nantes, cuando Krzysztof Penderecki subió al escenario desde la fila 7 del patio de butacas, dirigió una pieza suya de diez minutos, y se volvió a sentar. Pero la figura del compositor-director-promotor de ensemble a la que me refiero es diferente. El modelo es Pierre Boulez, fundador primero del Domaine Musicale y luego del legendario Ensemble Intercontemporain, a cuyo frente, por cierto, le sustituyó Eötvös. Muchos siguieron su estela. También en España: Joan Guinjoan con el Diabolus in Musica, José Ramón Encinar con el Grupo Koan, Ernest Martínez Izquierdo con el Barcelona 216 y otros que no acuerdo ahora. El Plural Ensemble de Fabián Panisello, alumno predilecto de Eötvös, ha tomado brillantemente el relevo. No sé exactamente qué, pero seguro que esta prevalencia de la figura del compositor director de su propio ensemble significa algo y describe nuestro tiempo. La decisión de Eötvös de dar un empujón a las carreras de estos jóvenes es, en todo caso, admirable.