Comprendo que estoy muy pesado con esto, pero era de esperar. Quedé en volcar aquí mis obsesiones, y las obsesiones son una pesadez para todos menos para el obseso. ¡Otra vez el saltamontes, the grasshopper!, que ya ni siquiera se llama así, porque ha dejado de dar saltitos y vuela ahora un señor kilómetro de alto: es un señor cohete. Se llama F9R, como corresponde a toda una primera etapa de un Falcon 9. Solo le falta la segunda etapa y la carga útil. Y las patas, si os fijáis bien, no son un apaño externo, como antes, sino las mismas patas plegables que llevaba ya puestas el Falcon que voló a la estación espacial internacional hace un mes y cuya primera etapa volvió, desplegó las patas y se posó suavemente, en el mar. La “R”, naturalmente, viene de reusabilidad (con perdón, pero es inútil resistirse, el palabro se impondrá). FR9 es el Falcon 9 reusable, el que cambiará el mundo.

[caption id="attachment_375" width="570"] El Falcon 9R, maniobrando controladamente a más de un kilómetro de altura[/caption]

Carlos Gómez Amat, tantos años crítico musical de El Mundo, suele decir que, para cuando se invente el túnel del tiempo, él se tiene pedido un viaje al 22 de diciembre de 1808, en Viena, en el Teatro An der Wien, para sentarse a ver el increíble concierto de más de cuatro horas en el que Beethoven dirigió los estrenos absolutos de la Quinta Sinfonía, la Sexta, el Cuarto concierto para piano, la Fantasía coral, varios trozos de la Misa en do mayor, el aria Ah, pérfido, y, de propina, una improvisación al piano del propio don Ludwig. Desde el punto de vista de la interpretación musical aquello debió de ser un desastre, sin apenas ensayos, sin calefacción, todo el mundo tocando con abrigo, algunos con guantes, y Beethoven sordo como una tapia. ¡Pero, qué tarde aquella! ¡La historia de la música ocurriendo cruda, allí mismo! No es nadie Carlos Gómez pidiendo.

Pues estoy seguro de que algún Carlos Gómez del siglo veintidós se pedirá un viaje a 2014, o a 2015, para ver nacer el primer cohete de ida y vuelta, capaz de comportarse como un avión de aeropuerto: voy, vuelvo, aterrizo controladamente al ladito de mi hangar, me ponen combustible, la brigadilla de limpieza me da un repaso de quince minutos, los mecánicos, otro de veinte, y a volar otra vez. Elon Musk, mi héroe, el patrón de SpaceX (¡qué fantástico nombre, por una parte apócope de Space Exploration y por otra... no os tengo que explicar a qué suena spacex!) ha dicho hace poco en una asombrosa entrevista que esperan hacer aterrizar controladamente una primera etapa de un Falcon 9 ya en 2014... y mandarla de nuevo al espacio en 2015.

Eso significa quitarle dos ceros al coste de viajar al espacio. Musk ya le ha dado un gran bocado a ese coste. Su Falcon 9 vuela por 50 millones de euros, poco más de un Illaramendi, la mitad de un Bale, la tercera parte de un Neymar y la cuarta de lo que cuestan los vuelos de la competencia. Pero cuando logre la reusabildiad, Musk estará subiendo al espacio unas cuantas toneladas de carga útil por medio millón, casi lo mismo que cuesta el vuelo de un Jumbo a Australia y volver. Ese día quedarán automáticamente arruinados Boeing y Lockheed Martin (que forman la United Launch Alliance, fabricante de los cohetes Delta IV y Atlas V y son los principales contratistas del Pentágono), además de los rusos de Roscosmos y los franceses de Arianespace.

Os lo tengo dicho: es la historia ocurriendo delante de nuestras narices. Es como estar en Detroit, el 27 de septiembre de 1908 (¡cien años exactos después de lo del An der Wien!), de pie, a las puertas de la fábrica, viendo salir de la primera cadena de montaje el primer ejemplar del Ford T y, con él, para bien o para mal, viendo nacer los tiempos modernos de Chaplin, deshumanizados o no. No sé por qué no estamos abriendo los telediarios con Musk y sus reusabilidades.

[caption id="attachment_374" width="570"] La cadena de montaje de Henry Ford[/caption]

Lo más bonito es la sonrisa negacionista de los competidores. Robert Cleave, presidente de Lockheed, duda de que «el paradigma de la reusabilidad sea viable técnica y económicamente en el futuro cercano». Al hombre le encanta decir “paradigma”. Y otro que tal baila: Stephane Israel, presidente ejecutivo de Arianespace. A éste le van más los horizontes que los paradigmas. «La reusabiliad no está en el horizonte de nuestra compañía para las próximas décadas», dijo hace poco. Y se quedó tan ancho.