Como género musical, el himno de club de fútbol (o de cualquier otro amor) es dificilísimo. No hay manera de acertar. Un buen himno se tiene o no se tiene, la historia en sus azares te lo ha legado o no, pero no es algo que se pueda fácilmente mandar hacer de encargo. Los himnos que funcionan (sea “De las glorias deportivas...”, “Allons enfants de la patrie...”, “Tot el camp es un clam” o nuestra refinada marcha real: “Lolo, lolo, lololololololololo lo lo lo....”) son indistintamente buenos o malos en cuanto poemas y piezas de música, y la razón de que arraiguen no tiene absolutamente nada que ver con su calidad. Lo cual es un lío, porque a ver cómo encargas algo diciendo «no te preocupes si te sale mediocre, lo importante es que funcione». Un himno puede ser tranquilamente malo (la idea de que la bandera del Madrid “no empaña”, no responde a la ausencia de vaho ni a ninguna metáfora audaz, sino a que a los autores no se les ocurrió mejor consonante para “España”) o incluso malísimo, pero lo que no puede ser de ninguna manera es cursi.

Cursi es el que intenta mostrarse como lo que no es. Lo contrario es la elegancia. Elegante es que el se mira al espejo, comprende lo que ve, sea lo que sea, y convive con ello sin intentar ocultarlo. Elegancia es lo mismo que naturalidad. El gesto de mantener estirado el meñique al levantar la taza no tiene nada de reprobable en sí, pero lo rechazamos porque no es espontáneo, sino fruto de un esfuerzo por afectar un refinamiento que no se tiene. El elegante agarra la taza como le da la gana, según su historia personal y su costumbre, discretamente por el asa o a dos manos y toqueteando los bordes. Y mira que bien en ambos casos. No es cuestión de clase ni de educación, sino de naturalidad. Cursi puede ser una marquesa de labios salchicha y elegante puede ser un clochard que te mira con serenidad, sintiéndose tan digno como tú o más.

[caption id="attachment_411" width="560"] Plácido Domingo cantando el himno del centenario del Real Madrid previo a un partido de Champions[/caption]

Esto va en opiniones, pero a mí, el himno del centenario del Real Madrid —campo de estrellas, juegas en verso...— me parece cursi. Sobre todo, en comparación con el otro, el de las mocitas madrileñas que van felices y risueñas porque juega su Madrid. Me gusta su aire simplón y garbancero, su tenor honesto de la época, José de Aguilar, su maestro Cisneros y su sonido Cifesa. Creo que retrata bien el alma del equipo, que es barriobajero como todos los de fútbol. A pesar de la ensoñación noble de algunos de sus versos, el himno irradia una cutrez honesta, asumida, que es lo propio de este club de fútbol a pesar de toda su gloria, de sus diez copas de Europa, de su enormidad como marca comercial, de su superestadio y de todo lo demás. El Madrid es esencialmente cutre, igual que todos los demás, desde el Manchester United hasta el Yeclano: mientras no elevemos el fair-play del fútbol hasta la mitad, por lo menos, del que reina en el rugby, mientras no desparezcan de los campos de juego los leñeros, los que embisten con la cabeza, los piscineros, los quejicas («¡Jo, árbitro, mira éste!») y, sobre todo, los fingidores («¡Ay, cómo me duele!»), no saldremos los futboleros de la categoría de quinquis, con perdón para el admirable grupo étnico-gremial de los hojalateros o quincalleros, y nuestro himno debe sonar en consecuencia.

No entiendo la fijación pucciniana de nuestro Presidente, el gran Florentino, ser superior, a quien admiro de veras y a quien agradezco de todo corazón esta Décima que nos ha hecho ganar a fuerza de tesón. Pero su himno es una cursilada, qué le vamos a hacer. Se lo encargó a un músico cursi, porque afecta ser lo que no es. José María Cano —33 por ciento de Mecano—, era un músico pop de gigantesca envergadura, pero no le gustaba lo que veía en el espejo. Quiso hacerse clásico, no sé por qué, aprendió rápidamente el oficio y cuando alcanzó la categoría de subpuccini, se asombró de que el milieu clásico no se rindiera a sus pies. Bueno, se le rindió Plácido. El Madrid del siglo XXI es, quién lo hubiera dicho, verista. Inmediatamente antes de cada partido, la megafonía del Bernabeu encadena a Pavarotti cantando el “Nessun dorma” del Puccini-Puccini con Plácido Domingo cantando el “Hala, Madrid” del Puccini-Cano. Al pobre “De las glorias deportivas” lo ponen al final, en un rincón y en versión reducida. Lo esconden, como hacen los adinerados cursis con los parientes pobres. Mal asunto.

Mejor pinta tiene el tercer himno, el que le acaban de encargar a Manuel Jabois y al músico Red One, pero no sé si saldrá adelante. A lo mejor sí, porque, como diría un comentarista deportivo, tiene calle. Bien lo de «Hala, Madrid, y nada más», fórmula clara y esenciadita. La música es agobiantemente repetitiva, lo que quizá funcione. Veremos.