En 1968, y creo que también en el 69, TVE daba, no sé si a diario, episodios de El Séneca, un personaje que imaginó el viejo José María Pemán. Lo interpretaba Antonio Martelo, secundario de primera que murió repentinamente poco después. Al igual que el filósofo clásico, “el” Séneca (imprescindible el artículo) era sabio, sentencioso y cordobés, pero de ahora, o mejor dicho de cuando la España desarrollista. Era un cordobés de sombrero ídem, silla de enea y patio de azulejos. El Séneca, su sombrero, su voz y sus sentencias se me agarraron a la mente y ahí siguen. No me explico qué hacía yo, con nueve añitos, fijándome en esas cosas. Pedazo de repelente-niño-vicente que debía de ser. He oído que Canal Sur hizo un remake de la serie, no sé con cuánto éxito.
[caption id="attachment_522" width="510"] El Séneca[/caption]El recuerdo de El Séneca se me aviva casi siempre que leo al gran Raúl del Pozo en la última de El Mundo. No tiene nada que ver con Pemán ni en el fondo ni en la forma, pero encuentro algún parentesco en la manera en que ambos se traen la filosofía clásica desde el foro de Roma o el ágora de Atenas a la calle de hoy, en el caso de Del Pozo no cordobesa, sino madrileña, garitera y con cierta pose de maldita. Como hacía el Séneca, o eso me parecía a mí, Raúl del Pozo clava de vez en cuando sentencias de mármol que te dejan temblando. Por ejemplo, en “El ruido de la calle” de ayer. La columna va avanzando en zig-zag entre miserias y tristezas de Gallardón y de otros mandamases del PP cuando, de pronto, ¡zas!, salta una frase cerrada, certera como un dardo de cervecería inglesa, un tratado de estética en quince palabras: «Las ideas solo son verdaderas una temporada, las metáforas multiplican el mundo y duran siglos». Ya no hay que preguntarse qué es el arte ni para qué sirve. Ciencia y arte, conocimiento y poesía, abiertos en canal en línea y media y juzgados implacablemente por sus respectivos efectos y fechas de caducidad. Asombroso.
Veníamos hablando en posts anteriores de la capacidad de las sinfonías —sonidos colectivos carentes de palabras— para expresar cosas concretas, como hacen los lenguajes. Ahora veo (porque la “metáfora” de Del Pozo me parece extrapolable a todas las formas del arte) que la música, con su poderío emocional, despliega la realidad en varias y establece esquemas racionales de alcance y duración universal.