Un club y nada más
"¡Hala, Madrid!, y nada más". Madrid club, no sitio, se entiende. Así suena el estribillo del tercer himno del Real Madrid, con letra de Manuel Jabois (los otros dos: el de siempre y el Cano/Plácido/cuasiPuccini del centenario). No cuajará, porque ya hemos visto aquí lo difícil que es que cuaje un himno de encargo, pero es una pena, porque la fórmula retrata certeramente al club, al subrayar que es el único de los de arriba que es feliz siendo sencillamente un club de fútbol y no desea otra cosa. Los demás se empeñan en “ser más que un club” y, por lo tanto, en “no ser un club”, porque sus miras están en otra cosa, distinta del fútbol. Son clubs con línea editorial. Clubs mensaje.
El Barcelona va por delante en este proceso de enajenación, o de desbordamiento. Ha llegado al punto de sustituir los colores tradicionales del club —“the colours”, la bandera— por los del país de sus sueños. De los sueños de algunos únicamente, porque culés, los hay de todos los colores, desperdigados por España y el mundo. Yo conozco muchos, en los que noto desorientación, cuando no sentimiento de “enfant abandonné”. El Barça lo dice abiertamente, lo tiene pintado en las butacas del estadio, pero hay muchos otros que también son más que un club. El Atlético de Madrid pretende ser la encarnación colectiva del antihéroe, especie de Dustin Hoffman grupal o Antígona carabanchelera, machacada por el destino, más admirable cuanto más perdedora. Al final perderemos, vienen a decir, porque el Universo está hecho así, pero que nadie dude de que somos los buenos. El cholismo es la última formulación de esta moderna visión catártica, en el fondo gilista y extradeportiva, del deporte. Pero el Aleti no nació victimista. Cuando era Atlético de Aviación, del que, como aviador, era socio mi padre, tenía un espíritu deportivo normal, homologable. El Athletic Club de Bilbao tiene su propia forma de ir más allá del fútbol. Ya desde el nombre de la sociedad, que esquiva el castellano ateniéndose a unos orígenes británicos que comparte, evidentemente, con todos los clubs de fútbol del mundo. En el Athletic solo juegan los vascos, “los de casa”, como dirían en CiU. Me imagino el cartel: "Contratación: solo los de aquí. Forasteros, abstenerse". No sé si lo dicen sus estatutos, me figuro que no, porque la discriminación étnica es ilegal. A Anson le gusta decir, para fastidiar, que el Bilbao es el único club puntero que juega con once futbolistas españoles.
Ya he dicho que, musicalmente hablando, el tercer himno del Real Madrid no me hace muy feliz, pero al menos no es cursi, como el segundo, ni suena, como el primero, a caballero años cincuenta con bigote y fijador. “Hala Madrid y nada más”: pura pertenencia, sin esencialismos ni señas de identidad. Como debe ser. Mucho mejor que esa bobada del señorío que no tiene nada de madridista. ¡Cómo va a ser señor el club que veneró en su día a Goyo Benito, célebre cortapiernas, venera aún a Juanito Gómez, que fue espejo de barriobajeros, escupidores y pisacabezas, y mira hoy con simpatía el lado oscuro de Pepe! ¡Qué va! El Madrid no ha sido nunca señor. Ni del régimen. O quizá sí, pero cuando lo eran todos. A ver qué club puede presumir de no haber sido franquista en los años cincuenta. A Arcadi Espada le gusta reproducir, para fastidiar, las portadas francófilas de La Vanguardia, más que partidarias, arrobadas, transidas de fervor adhesivo.
Se dice que el Madrid está a punto de modificar su escudo, ese que se besan las estrellas, para quitarle la cruz, la que corona la corona. Eso sería tirar de línea editorial, modificar mensaje, perder uno de sus dos nombres/alma —el Madrid, el Real— y estropearme el argumento. Pero es distinto, porque el Madrid haría esto por dinero, para venderse mejor a los musulmanes de Abu Dabi, no por emoción extradeportiva.