La Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) es una institución respetable por origen (la fundó, con otros, don Ruperto Chapí) y finalidad (hace viable la profesión de creador), pero desde hace años está llena de trampas e invadida de tramposos. Sus gestores la han tenido asfixiada, agarrándola por el cuello. Ojalá pueda enderezarla Pilar Jurado, su actual presidenta. Es una mujer fuerte, música polifacética y compositora de prestigio. En todo caso, quienes no tienen culpa de que la SGAE ande en coplas son los compositores, estafados muchos de ellos por quienes debían defenderlos, y menos aún los jóvenes. Ayer oí la música de cuatro de ellos, los finalistas del XXX Premio Jóvenes Compositores Fundación SGAE-CNDM que, efectivamente, lleva 30 años sirviendo de trampolín para los compositores que empiezan. Ojalá dure otros 30, por lo menos. Con el Premio SGAE se dieron a conocer Agustín Charles, Mauricio Sotelo, José María Sánchez Verdú, Jesús Torres y muchos otros compositores de éxito, incluida la propia Pilar Jurado.
Hay que prestar atención a lo que cantan, miran y sienten los compositores de ahora. ¿Quién, si no ellos, va a atrapar el espíritu de esta época nuestra, cambiante y sorprendente? Todas lo han sido (hace dos mil años ya gritaba Cicerón ¡qué tiempos!), pero esta, más. Tenemos que abrir en el aire la música de los compositores nuevos para que ascienda a más profunda, como quería Alberti que sucediera con el canto de los poetas.
El Primer Premio se lo llevó David Cantalejo por La noche de Walpurgis, una historia sonora de brujas, danzas y chispas que dan a lugar a hogueras tipo noche de San Juan, pero mes y pico antes y en bosques del norte en vez de en playas del sur. La traducción musical de todo ello me pareció admirablemente hecha. Me despertó mucho interés Overthinking Ic, de la jovencísima María del Pilar Miralles, que ganó el segundo premio. Ella describe su obra como un contenedor de reciclaje (antes papelera), lleno de ideas descartadas. Como plan formal me parece potente, pero el resultado sonoro no es una estructura-follón, sino una música integrada y prometedora en la que la energía rítmica hace de columna vertebral.
Antón Alcalde, tercer premio, habla de «ruinosa memoria de una canción», como clave de su Firefly (after Tokio Blues). La canción en cuestión es «Norwegian wood», de los Beatles, donde sonó por primera vez el sitar de George Harrison. La canción va en el título de la famosa novela de Haruki Murakami. Finalmente, Bruno Angelo, mención de honor, estrenó Res nata: reflexión ontológica sobre el ornamento. Metafísica, el ser y la nada, el adorno como sustancia insustancial... Parecería pesado o pomposo, pero no, porque resulta que estos contrastes lógicos, tal como los ha imaginado Angelo, funcionan bien al oído: alternancia de culebreos nerviosos con acordes largos, sutiles como armónicos. En música, el concepto de adorno es fecundísimo. Prácticamente todo lo que hay en una partitura se puede entender como ornamento.
La interpretación de estos cuatro estrenos correspondió a Koan 2, sucesor del legendario Grupo Koan, y al fundador de ambos, el maestro José Ramón Encinar, que tantísima música nueva tiene abierta en el aire.