Por el arte
Este cuentode de Emilia Pardo Bazán es todo él música y narra con ironía as pequeñeces de la crítica y el esnobismo del público de la ópera, que no han cambiado mucho en todo este tiempo
Fin de año: tiempo para leer. Cuentos de Emilia Pardo Bazán. Pintura del paisaje y exposición inmisericorde de la miseria, sobre todo moral, a la que están condenados los campesinos y la postración en que vive la mujer. A veces, la sordidez de la vida rural aparece suavizada por el entorno, pero abunda más lo contrario: el verde oscuro del bosque gallego como escenografía húmeda y ominosa que subraya el pesimismo del relato. El trazo se intensifica en el retrato de mujeres fuertes, a veces feroces, dueñas de su destino, como en La mayorazga de Bouzas o Un destripador de antaño.
Pero también hay cuentos luminosos. "Por el arte", de ambiente urbano, es todo él música; concretamente, la del madrileño Teatro Real del XIX y su eco en un pequeño teatro de provincias o, lo que es lo mismo: ópera italiana. Lucia, Barbero, Puritanos, Roberto, Norma, dominio italiano casi total con las excepciones francesas de Africana, Hugonotes y Fausto ("la ópera que siempre llenaba el paraíso, la que sabíamos todos de memoria y tarareábamos enterita, desde la sinfonía a la apoteosis final"). La ópera germánica se tenía como aspiración máxima ("Don Juan era la autoridad suprema, la ópera indiscutible; al nombrar a Don Juan, boca abajo todo el mundo") y, en el fondo, inalcanzable.
La última frase del cuento parece afirmar el puro amor a la música. "Aquí se viene... por el arte", pero no. Es ironía. Quien habla, el empleado de Hacienda Estévez, va al teatro a amagar miraditas con las dos hermanas de la platea cuarta ("a fantasear amores sin riesgo ni compromiso") y, sobre todo, a admirar incansablemente, función tras función, a la soprano de la compañía, la sin par Duchesini. Pero lo que le atrae de ella no es su voz, ¡sino sus incomparables piececitos! Tras "toda una vida de cautela y moderación, consagrada a defenderse del huracán de las pasiones", este probo funcionario sucumbe al fetichismo podofílico. Pardo Bazán se divierte viendo crecer en Estévez "el chichón de la filarmonía" y exponiendo el amago de perversión que da relieve a esta alma, por lo demás, plana. Sonríe también al mostrar las pequeñeces de la crítica y el esnobismo del público de la ópera, que no han cambiado mucho en todo este tiempo.
Luminosos como Por el arte son dos idilios rústicos: Lumbrarada y Cuesta abajo. En este, cuando Esteban rodea con el brazo a Margaridiña y quedan allí, sin romper el silencio, "alumbrados por la luna, que ya no se copiaba en los esteros, sino en la sabana gris de la ría", me acordé del hombre que rodea con su brazo las caderas de la mujer en La noche transfigurada. La distancia es grande en asunto, contexto, estilo y casi todo lo demás, pero la luna transfigurante es la misma y yo, al leer estas últimas frases del cuento, oía una y otra vez los arpegios del sexteto de Schönberg.