Margarit y la música en un cuarto
El poeta fue capaz de caracterizar en cuatro simples versos la música de cámara
Nunca deja de asombrarme la puntería de los poetas. Los buenos no dan simplemente en la diana, sino en el núcleo atómico del asunto, en ese centro superlativo que se mide en nanometros y se resuelve en gigapíxeles. "En el más profundo centro", decía uno de ellos sin necesidad de aspavientos y acertando una vez más. Joan Margarit, que lleva una vida entera disparando dardos exactos, deja caracterizada en cuatro versos una de las especies clave del taxón musical: la música de cámara:
Escuchar música en un cuarto:
un violoncelo, un piano, unos pocos amigos.
Que avance una sonata
mientras en la ventana se oscurece la tarde.
Los amigos tienen que ser pocos, literal o figuradamente, para que pueda tener lugar el milagro de la música oída en común, esa apoteosis de la empatía en la que un grupo de personas comparten en silencio emociones que, en realidad, son de otro: del compositor, del intérprete o del oyente de la butaca de al lado.
De nuevo hallé en la música
la soledad que me salvó en la infancia
La música de cámara como soledad compartida. La soledad como paradoja que va y viene entre el asunto clásico, solitario, del día que se va (que se oscurece) detrás de los cristales y la experiencia de la música íntima, que es, a la vez, común y radicalmente mía. La soledad compartida solo tiene lugar plenamente en la cámara. En la sala grande, se desvanece.
Me resulta difícil escuchar,
entre una multitud, a un gran intérprete.
De todas las formas de expresión, la música es la más propiamente empática. La más cercana a los gestos expresivos, como las sonrisas y los abrazos. Nos permite compartir emociones muy profundas a cambio de no saber nunca qué es exactamente lo que estamos compartiendo. En puridad, al oír música no compartimos emociones, sino solo el hecho de experimentarlas, lo que es ya muchísimo. Las palabras, sin embargo, con sus significantes y significados bien objetivados, articulados y tabulados/estabulados en diccionarios, son demasiado tajantes y explícitas para transmitir yo con ellas unas emociones que no podría jamás objetivar, porque ni siquiera yo las comprendo ni las abarco. De ahí mi alucine con los poetas.
Otra iluminación musical de este poema: la sonata como avance, como ruta dramática que se ha de recorrer. Hay cientos de libros y ensayos que tratan de explicar el concepto de sonata, que está detrás de casi toda la música compuesta desde el último tercio del siglo XVIII hasta hace poco. Hasta hoy, incluso, si se entiende de manera amplia. A Margarit le bastan dos palabras: "¡que avance!". Si la sonata son cosas —a menudo opuestas— que se suceden, la gracia no está en las cosas, sino en su sucesión.
Conciertos se titula este inédito. Aparece como cierre de la antología Viaje hacia la sombra publicada por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional con ocasión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que para Margarit fue antesala del Cervantes.