La Unión Europea es un gran negocio, pero se nos ha olvidado que no nació para eso, sino para acabar con cien años de guerra entre Alemania y Francia. ¿Quién se acuerda hoy de la minería estratégica del Ruhr y del Sarre? El canciller Adenauer y el presidente De Gaulle acordaron crear la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), primer estadio de la Europa Unida, para explotar esas cuencas mineras conjuntamente, lo que impedía la carrera de armamentos y volcaba a la derecha la disyuntiva cañones o mantequilla.
La Europa de los agricultores y los mercaderes lleva 70 años (España, va para 40) sentada sobre una gigantesca montaña de mantequilla. Ahora vuelven los cañones. Afectado de Lebensraum —la paranoia homicida del espacio vital—, Putin ha sacado de su hibernación inesperadamente al oso alemán, que ha voceado ¡rearme! al salir de la osera.
Ver escrito "rearme" tan cerca de "alemán" da escalofríos, pero no debería, porque esta Alemania es muy distinta de aquella. Lo sabe todo el que haya viajado un poco. Ya veremos lo que trae el futuro, pero a mí me tranquiliza lo que veo en el espejo musical. Alemania sigue siendo la meca de la música. El faro musical germánico sobrevivió a la desnazificación. Se permitió pasar por la lavandería a músicos que habían hecho carrera en la época nazi, como Karajan, y algunos judíos de brillo planetario, como Yehudi Menuhin o Daniel Barenboim, bendijeron la reconciliación. Otros, como Arthur Rubinstein, no perdonaron nunca.
Las escuelas superiores de música alemanas, las célebres Musikhochschulen, siguen hoy en lo alto del escalafón de la calidad y la exigencia, pero también de la diversidad. Sus sedes están en Berlín, Múnich, Colonia y demás ciudades y las sufraga enteramente el contribuyente alemán, pero sus alumnos provienen del mundo entero. Hay profusión de asiáticos, eslavos, británicos, beneluxianos, escandinavos, mediterráneos y americanos, sobre todo latinos, con los alemanes en minoría.
El mismo Berlín que machacó primero las carreras de Schönberg y Schreker por no ser arios y exterminó luego a multitud de músicos por lo mismo, o por practicar arte "bolchevique" o "degenerado", se esforzó a la vuelta de la guerra por abrirse atrayendo talento extranjero. Entre otros muchos, nuestro Luis de Pablo residió allí invitado por el Senado berlinés. El público alemán, a diferencia del español, ha podido asistir a representaciones de las tres óperas de Cristóbal Halffter: Don Quijote, Lázaro y Novela de ajedrez.
La gran maquinaria musical austroalemana ha acogido a otros músicos nuestros, como José Luis de Delás, Manuel Hidalgo o Arturo Tamayo, que se establecieron respectivamente en Colonia, Stuttgart y Friburgo, y ha hecho posibles las brillantes carreras de Mauricio Sotelo y José María Sánchez-Verdú. Las instituciones alemanas parecen estar vacunadas más eficazmente que las de otros países contra el patriotismo identitario, que hoy está en auge en todas partes, goteando sangre, como siempre.