Los maestros zarzueleros de hace siglo y medio se lamentaban de la inexistencia de una ópera española. Afortunadamente, ya no es el caso. Estos días, Fabián Panisello lleva a Viena su Judit de Shimoda, Jorge Fernández Guerra va a estrenar en la Fundación Juan March La muerte y el industrial, Jesús Torres está trabajando en una ópera grande y el Teatro Real acaba de presentar en las Naves del Español en Matadero el estreno de una ópera de Marisa Manchado nada menos que sobre La Regenta, la novela de Leopoldo Alas Clarín, cumbre de la literatura en español.
Lo que se ha estrenado es una versión de cámara preparada ad hoc de una ópera de mayores dimensiones escrita hace decenio y pico. Ninguno de estos cuatro autores es primerizo y hay muchos más. Podemos decir que la creación de ópera está normalizada en España.
La tarea que Marisa Manchado y la libretista, Amelia Valcárcel, han culminado con éxito no era nada fácil. Había que esenciar en menos de hora y media de música personajes tan complejos como los de Ana Ozores —que viene a ser nuestra Ana Karenina— y el canónigo magistral don Fermín de Pas, su confesor, manipulador y enamorado. Para retratarlos, Clarín necesitó en su día mil páginas y finura y talento sin límites.
['La Regenta' en la ópera: historia de una 'violación' grupal decimonónica que sigue hiriendo hoy]
Marisa Manchado lleva muchos años subiendo su música a la escena, con resultados siempre inspiradores. Recuerdo bien El cristal de agua fría, su primera ópera, con libreto de Rosa Montero, que se estrenó en los noventa en la plaza de Lavapiés, en aquella Sala Olimpia que tanto impulso dio a la creación operística española. Recuerdo también Escenas de la vida cotidiana, estupenda ópera de bolsillo de unos años después. Me impresionó vivamente la cantata sinfónico vocal El árbol rosa, que recreaba en música dos cuentos de Emilia Pardo Bazán. La estrenó la ORCAM hace dos años.
En La Regenta, la compositora encuentra la manera de realizar simultáneamente las dos funciones de la música operística: la auxiliar, que hace la transición de escenas y establece el ritmo y el color de cada una, y la esencial que, paralelamente a la palabra —y, a veces, de manera discrepante o complementaria—, narra la historia. La música habla y la música buena convence, aunque no sepamos de qué, y nos arrastra, aunque no sepamos a dónde.
La música habla y la música buena convence, aunque no sepamos de qué, y nos arrastra, aunque no sepamos a dónde
La ópera es un arte total, pero no solo porque combine varias artes, sino porque, gracias a la música, que es tan expresiva como inconcreta, nos cuenta la historia desde varias perspectivas a la vez o desdobla su linealidad en varias dimensiones. La ópera es doblemente total: suma artes y, además, reúne miradas, como los cuadros cubistas o las figuras del antiguo Egipto, que se nos presentan simultáneamente de frente, de tres cuartos y de perfil.
Aquí es donde la música Marisa Manchado brilla, multiplicando más que definiendo personajes y situaciones, con el denominador común de la eficacia y la claridad. Al igual que en filosofía, la claridad en música es una cortesía siempre bienvenida del autor. Que, independientemente de su potencia expresiva y su solidez estructural, las ideas musicales de la compositora se oigan y se aprecien sin demasiado esfuerzo es una de las virtudes de La Regenta. El formato camerístico ayuda si, como es el caso, se resuelve bien.
Una de las virtudes de 'La Regenta' es que las ideas musicales de la compositora se aprecian sin demasiado esfuerzo
El canto alterna expansiones líricas con peroratas silábicas, excursos melismáticos y pasajes abruptos, rotos en grandes saltos. Con esos mimbres y muchos otros, vocales y sinfónicos, Marisa Manchado retrata a los dos insatisfechos que protagonizan esta historia: "¡Qué vida más estúpida", canta Ana, la Regenta, una joven inquieta cuyas inquietudes se ven cercenadas por la opresión gris, beata y misógina de una ciudad de provincias.
"¡Jorge Sandio!", la desprecian cuando le da por escribir. "Mi vida es sórdida", canta por su parte don Fermín, el sacerdote capaz y ambicioso que ha llegado a magistral y tiene dominadas las conciencias de la burguesía local. Su pasión por Ana es egoísta, inviable y mortífera y acabará provocando la destrucción vicaria de su amada.
['La Regenta': aventuras y desventuras de un clásico]
En su hora y media larga de duración, esta ópera va de menos a más. Avanza con su protagonista desde el hastío y la frustración, al adulterio, a la soledad y, finalmente, al asco de una violación por lametones. El último cuarto de hora es magnífico, con el coro aportando al drama distancia griega.
El deseo inmoderado del Magistral da en viudedad y exclusión de la Regenta, que acaba buscando refugio en la catedral para no encontrar más que el beso repugnante de un monaguillo/sapo sobre la losa fría del suelo. La recreación musical y escénica de este final de la novela es un gran acierto. Además de reflexión, el coro aporta un calor afectuoso hacia la protagonista que se opone y compensa la frialdad del enlosado. Hace poco, la gran Ángeles Caso se preguntaba si Leopoldo Alas quería de verdad a Ana Ozores. Clarín, no sé; Marisa Manchado, sí.
[Las dos exitosas versiones de 'La Regenta' para la pantalla]
Además de la compositora y la libretista, todos los creadores de esta Regenta, con los dos directores, Jordi Francés y Bárbara Lluch, a la cabeza, cumplen de sobra. El espacio escénico de Urs Schönebaum es eso, puro espacio y luz, con un solo objeto en medio, la chaise longue donde Ana Ozores vive su soledad, perimetrado por un impoluto balcón desde el que la sociedad la mira, como en los toros o el zoo.
Destacan en el reparto las dos voces protagonistas: María Miro, espectacular en su enorme y difícil papel, y David Oller, que construye un Magistral plenamente convincente. Lucen su talento los dos conjuntos: un grupo tipo sinfonietta (un intérprete por instrumento) de la Orquesta Titular del Teatro Real y el Coro de la ORCAM, que suma otro éxito a su brillante trayectoria.