Juanjo Guillem y la Orquesta Joven de Andalucía. Foto: Rafa Martín.

Juanjo Guillem y la Orquesta Joven de Andalucía. Foto: Rafa Martín.

Qué raro es todo!

Un Año Nuevo diferente

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No todo va a ser Viena, Musikverein y los Strauss. El CNDM acaba de celebrar su Año Nuevo en el Auditorio Nacional de Música en Madrid con un concierto diferente, a base de percusión teatral, trances mayas y las nueve sinfonías de Beethoven que Louis Andriessen (1939 - 2021) desacralizó hasta dejarlas a medio camino entre una sinfonía-collage tipo Berio, de corrosividad difusa, y una canción protesta tipo Lachenmann, concreta como una bomba lapa.

Más de medio siglo después de las efemérides beethovenianas de 1970, para las que está escrito, este popurrí suena, más que otra cosa, a gamberrada, aunque, mirado por detrás, puede adquirir sentido como bandera del movimiento descolonizador, que está llegando a nuestros conservatorios.

A lo mejor es paranoia mía, pero me parece estar oyendo ya gritos ominosos: ¡Fuera Beethoven de las aulas!, ¡por qué más créditos al clave de Johann Sebastian Bach que al pandero del chamán! En todo caso, el CNDM encargó la divertida irreverencia de Andriessen a la Orquesta Joven de Andalucía dirigida por Jaume Santonja, quienes la llevaron a cabo con toda solvencia, como el resto del programa.

Pasados estos 8 minutos de sinfonía conceptual, el concierto cambió de rumbo para entrar en los dominios de la percusión y de la dramaturgia, primero escénica y luego cinematográfica. El compositor y director Péter Eötvös (19442024), a quien nunca lloraremos bastante, tenía la habilidad, muy húngara, de pasar por encima de estilos y convenciones y llegar directamente a la almendra de las cosas, al quid de la cuestión. Heredó ese talento de sus mayores, Ligeti y Bartók.

Sus obras, no solo las óperas, son todas teatro de una forma u otra, porque Eötvös vivió infectado por el virus de la representación. En Speaking Drums, para percusión y orquesta, los percusionistas, además de hablar, tienen que enseñar a hablar a sus instrumentos, que terminan dialogando por su cuenta. Nada de prima la musica e poi le parole ni viceversa. Aquí, palabra y música confluyen.

El trío Neopercusión. Foto: Rafa Martín.

El trío Neopercusión. Foto: Rafa Martín.

En los albores de la humanidad, las palabras nacieron, seguramente, como precipitaciones concretas de sonidos prelingüísticos, que hoy llamaríamos vocalidades instrumentales. Eötvös recorre aquí el camino opuesto: hace que el verbo se haga música. Es una encarnación misteriosa que mutila la palabra, porque, al confiarla a un tom-tom o a una marimba, le amputa su significado propio, pero, a la vez, la multiplica, porque la abre a otros mil significados potenciales.

El otro día, en el Auditorio, el alquimista de estas transmutaciones sonoras fue Juanjo Guillem y el grupo que fundó, Neopercusión, hace ahora 30 años, lo que merece celebración aparte. Junto a sus colegas Rafael Gálvez y Nerea Vera y con la orquesta detrás, Guillem asombró al público y se lo metió en el bolsillo.

Su despliegue de musicalidad incluyó un grandioso solo de timbal. Los tres neopercusionistas salieron muchas veces a saludar y dieron de propina un fragmento de Drama, para tres pares de címbalos chinos (y voces de los cimbaleros), de Wenjing Huo.

Luego, como fin de fiesta, la OJA, con estos 3 percusionistas de lujo incorporados a su 10 propios, interpretó La noche de los mayas, la partitura para el cine del mexicano Silvestre Revueltas. En la última noche, el maestro Santonja bajó los brazos durante la larguísima tamborrada de los 13 percutas. Lo gozaron más incluso que el público, al que solo le faltó levantarse a bailar.