El 24 de junio pasado, Yves Bonnefoy cumplió ochenta y ocho años. Sin embargo, un rápido repaso a su producción bibliográfica de 2011 deja en pañales al más prolífico versificador imberbe. Publicados este año y con su nombre en la portada han aparecido ni más ni menos que (antologías y reediciones, que también las ha habido, así como libros sobre su obra, al margen) tres nuevos libros. El primero de ellos es un acercamiento al artista florentino Alberto Magnelli. En Alberto Magnelli: Pierres, Bonnefoy se centra en los dibujos que en 1938 hizo en Viareggio a modo de trabajo preparatorio para su serie Piedras para elaborar una reflexión acerca de la labor de creación del artista. El segundo, Sousle signe de Baudelaire , es un tomo de más de cuatrocientas páginas en el que Bonnefoy, tal como hiciera antes con Rimbaud en Notre besoin de Rimbaud, recoge los artículos que a lo largo de los años, desde un remoto prólogo para una edición de Las flores del mal, ha ido dedicando al autor que muchos siguen considerando el primer poeta moderno (y entre ellos me cuento, y sólo estaría dispuesto a quitarle el título para dárselo a Rousseau, siguiendo esa intuición de Hugo Friedrich que también le gusta a Antoni Marí). Sous le signe de Baudelaire no ha sido pulido como libro unitario y tiene mucha arenilla circunstancial (al menos podría haberse tomado la molestia de tachar los párrafos en los que da las buenas tardes a su público) pero el acercamiento por oleadas que hace Bonnefoy le lleva a no dejarse prácticamente nada en el tintero, de modo que su libro es a la vez una perfecta iniciación al "caso Baudelaire" y además incluye materiales que satisfarán a sus eruditos, como las disquisiciones de Bonnefoy sobre las iniciales de las dedicatorias del padre del spleen.



El tercero de los libros publicados por Yves Bonnefoy este año es L'heure présente y se trata de una nueva colección de poemas. ¿Pertenece Bonnefoy a esa clase de poetas que dan ya de ancianos sus libros mejores, como Eugénio de Andrade, como su compatriota Claude Roy? Bonnefoy no es ni mucho menos un poeta prolífico. Su primer libro importante, Du mouvement et de l'immobilité de Douve, es de 1953 (en español, Visor publicó en 2002 la traducción de Carlos Piera: Del movimiento y de la inmovilidad de Douve). Su inolvidable Début et fin de la neige es de 1991, y sólo un par de años después, Hiperión publicó Principio y fin de la nieve en traducción no menos inolvidable de Jesús Munárriz. Diez años y alguna entrega menor mediante después, llegó Les planches courbes (en español, Munárriz e Hiperión de nuevo en 2003). En 2008 había aparecido la que era su última entrega hasta el momento, La longue chaine de l'ancre, aún sin traducir al castellano. (Para completar un poco la ficha bibliográfica, digamos que, ensayos aparte -habría que incluir entonces su monumental Diccionario de mitologías-, Pre-Textos publicó una amplia antología titulada Tarea de esperanza traducida por Arturo Carrera).



La larga cadena del ancla y este recién publicado La hora presente tienen algo en común: se trata (como en el caso de esos tomos de ensayo dedicados a Rimbaud y Baudelaire) de libros de acarreo, que reúnen plaquettes y trabajos dispersos publicados previamente en ediciones limitadas. Ninguno de los dos tiene la unidad temática que era habitual en los libros de poemas anteriores de su autor. El serio poeta Bonnefoy parece regresar ahora a lo que de juego tiene siempre la creación poética, y la forma más abundante en este libro es el soneto (en algún caso, como el que luego traduciré, algo libres, eso sí).



El poema que daba título a La larga cadena del ancla era un espléndido poema, a la altura de los mejores momentos de la obra de su autor. Más desesperado, más reflexivo, el que da título a La hora presente parece destinado a ocupar ese mismo lugar, tal vez con menos éxito. Sería injusto (por más que cierto) decir que L'heure présente no es uno de los grandes libros de Bonnefoy. Sí es el más lúdico, probablemente, en cuanto a su composición, por más que eso no quiera decir que haya probado a escribir poemas cómicos, ni siquiera ligeros: la muerte (que "dice no / a toda metáfora") es su tema más frecuente ahora; y las sombras, la incapacidad de reconocerse en las fotografías. Aquí y allá subrayamos nuevos versos ("La única ciencia del jardín es el calmar / por una hora el mal que hay en la herida"). Hay también poemas en prosa e incluso apuntes para una puesta en escena de Hamlet. Como muestra, traduzco este titulado "Una página de Robert Antelme" (quien pasó por los campos de Buchenwald y Dachau):



Prefiero (decía) la paja al mármol,

a mi pequeña Liré

antes que las palabras que no hacen sino vagar de sueño en sueño,

a Ulises ya de vuelta antes que en alta mar.



Y quienes se reconozcan en esta voz

podrán revivir en este declamador

cuanto, contumaz, fue la poesía.

Y el sentido, que no cesa, y la esperanza.



Ya nunca se encuentran en la noche cerrada;

mas para ser, entender es suficiente. La luz

nunca es más intensa que al pisotearla.



Y el fénix está entre ellos. Bate las alas

en el barracón. Su pico de fuego

bebe el cielo en el cuenco de sus manos de ceniza.

El año pasado, Mondadori publicó en Italia un monumental tomo de mil setecientas páginas que recoge la poesía completa de Bonnefoy (con excepción de este libro último) y algunas de sus reflexiones sobre poesía. Lo apunto porque el volumen es bilingüe y una edición similar no existe en Francia. Leer a Bonnefoy nos recuerda el poder consolador de la palabra. Y consolar (más o menos eso viene a decirnos el filósofo Manlio Sgalambro) es la única forma de curación que está a nuestro alcance. Gracias, doctor Bonnefoy, por tanta hora presente convertida en hora eterna.