Rima interna por Martín López-Vega

La dinastía (Óscar) Hahn

27 febrero, 2012 01:00

Decía un humorista inglés, haciendo gala de la guasa que se le suponía por su cargo, que la humanidad se divide en dos mitades: la de quienes dividen a la humanidad en dos mitades, y la otra. Y esa anécdota la usa uno para evitar caer en dualidades facilonas, pero al final lo hace igualmente aunque se sienta disculpado por haber comenzado con un chiste. En fin, ustedes me perdonarán la generalización (a veces ayuda) que voy a cometer al decir que hay, a grandes rasgos, dos clases de poetas: los que nos ayudan a conocernos llevándonos al límite, exigiéndonos; y los que lo hacen logrando que nos reconozcamos, que nos miremos a nosotros mismos como si fuéramos un espejo.

Algunos poetas son de ambas clases a un 50%: así, por ejemplo, John Ashbery, de quien sin embargo muchos entienden apenas la primera parte (o ninguna: el otro día me tiré un buen rato riéndome a cuenta de un artículo de un poeta catalán en el que decía que a Ashbery es que no hacía falta entenderlo). En el caso del poeta chileno Óscar Hahn (n. 1938) el porcentaje que más abunda es el del poeta que nos ayuda a reconocernos, pero no en lo obvio (entonces no sería el gran poeta que es) sino en los resquicios de realidad. En los momentos en los que la vida nos empuja a abandonarnos a la rutina, la poesía de Hahn nos enseña que ahí también hay un camino que nos salva, un detalle que adquiere categoría de símbolo y de aviso, un camino que en la revelación de una grisura abre una ruta nueva a la luz. Así en este "Iowa City", una de las dos secuencias de "Paisajes de invierno":

El invierno arrastra sus piernas en la nieve

y no llega nunca a la puerta de salida

Árboles desgreñados

como Francine a las ocho de la mañana

La primavera picotea el huevo por dentro

pero no consigue romper la cáscara

Como una taza de café humeante

exhalo bocanadas de niebla

Nunca seré más viejo que en este invierno


Cada una de las imágenes de este poema tiene el espíritu revelador de un haiku, su hermosura sencilla (que no simple, como parecen creer algunos) pero es al mismo tiempo un escalón, un pesado y resbaladizo y bello escalón repleto de nieve que nos conduce al umbral del significado del poema, de ese invierno interior que se despliega en esas imágenes hermosísimas ("Árboles desgreñados / como Francine a las ocho de la mañana") capaces de reunir en un par de versos el mundo interior y el exterior, tanto físicamente (el toque hogareño de la mujer despeinada, el inhóspito de los árboles azotados por el viento) como anímicamente. Hahn no es un simbolista porque es muchísimas cosas más, porque esa lección la interiorizó y siguió adelante.

Ese poema, al igual que el resto de su obra (breve) se recogió en 2009 en el volumen Archivo expiatorio. Poesías completas (1961-2009) con un prólogo de Luis García Montero que es mitad prólogo, mitad conversación con Hahn. "Mi interés en el pensamiento de Heráclito", responde el poeta chileno a una pregunta del español, "tiene que ver con la 'coincidencia de los opuestos'. Algunos de los opuestos que hay en mi poesía son: amor/muerte, vida/literatura, fantástico/realista, consciente/inconsciente. Estas oposiciones no sólo 'co-inciden' en mis poemas, sino que además son neutralizadas de una manera semejante a como lo hace la literatura fantástica". He ahí otra lección de este poeta: que no hay mayor matiz que admitir que todo es uno y nada, que dos opuestos no son más que dos posturas, dos gestos de una misma cosa.

Después de ese tomo pequeño y gigante (con dibujo de cubierta del gran Imanol Bértolo, por cierto), Fondo de Cultura Económica (qué hermosa colección de poesía) edita ahora el nuevo libro de Hahn, La primera oscuridad. Un libro en el que demuestra encontrarse en plena forma y seguir siendo capaz de ahondar sin repetirse en sus temas de siempre, de abrir campo a preocupaciones y guiños nuevos. La primera oscuridad nos produce la misma inquietud que sabernos vigilados. Hahn sigue buscando aquello que nos acecha en la realidad, el envés de la realidad. El poema que abre el libro, "Cosas que se escuchan", es uno de los más hermosos que ha escrito:

Qué extraño es sentir el sonido de la lluvia

cuando no está lloviendo

mirar por la ventana las calles secas

y sentir el sonido incesante de la lluvia

Ahora escucho el crujido de una silla mecedora

Alguien teje alguien se para

alguien entra con unas tazas de té

alguien hace ruido con la vajilla

Qué extraño es sentir el quejido

de una silla mecedora

cuando nadie se está meciendo

el tintinear de la vajilla

cuando nadie está poniendo la mesa

la algarabía de los invitados

cuando las sillas están vacías

y el sonido de la lluvia

el persistente sonido de la lluvia

cuando no está lloviendo

Todos los instantes del tiempo, nos dice Hahn, se repiten en este, y este ha existido siempre y se repetirá ya sin descanso. Por eso es en el ahora que vuelve al planeta Tierra dentro de tres mil años para encontrarse con unos extraños mutantes que tienen los ojos atrofiados pero "pueden ver y pensar / con cada célula de su piel" (y están aquí y ahora, sólo hay que saber distinguirlos, encontrar el acceso a esa dimensión): "time future contained in time past", escribió Eliot y copia Hahn. Un circo sin jefe de pista en el que todas las funciones se representan al mismo tiempo, una habitación en la que aguardamos agazapados la visita de un extraño que somos nosotros mismos.

Que Oscar Hahn es uno de los más hondos poetas que escriben ahora mismo en castellano no es ninguna novedad. Que además siga creciendo es la noticia: creciendo dentro de nosotros como un árbol luminoso que nos otorga el fruto (tan deseado que no nos atrevemos a pedirlo) del autoconocimiento. La poesía china clásica tuvo la dinastía Han; nosotros tenemos la dinastía Óscar Hahn.

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