En 1960, en edición de doscientos ejemplares, con dibujos de Saoul Strindberg y Gregorio Prieto, como número uno y único de la colección Papageno, aparecía uno de los libros más singulares de la poesía española de las últimas décadas. Su título ya avanza que no estamos ante un libro más a la moda del momento: Al oeste del lago Kivú, los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas.



Su autor, Julio Antonio Gómez (Zaragoza, 1933- Las Palmas de Gran Canaria, 1988), director también de aquella fugaz colección, había publicado otro libro anteriormente, El Cantar de los Cantares, en el que actualizaba los escenarios del poema de Salomón. En 1992 la Diputación Provincial de Zaragoza recuperó, en edición de Antonio Pérez Lasheras, la poesía completa de Julio Antonio Gómez junto con una biografía. Ahora, la exquisita editorial zaragozana Los Libros del Señor James (loslibrosdelsr.james@gmail.com) reedita la más singular de sus entregas con un prólogo del propio Pérez Lasheras a la vez que los punzantes y luminosos Euforismos del no menos singular Julien Torma.



¿Qué es lo que hace de Al oeste del lago Kivú, los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas? Yo diría que su vanguardismo inteligente, su surrealismo guiado por una intención clara. El portugués Mário Cesariny decía, más o menos, que el asunto no era escribir poesía surrealista, que surrealista, o se era o no se era. No sé si Julio Antonio Gómez se adscribió en algún lugar al Surrealismo (y reconozco que a mí la existencia de cosas como “Grupo Surrealista de Madrid” me suena a “Formalistas Rusos de Albacete”, algo condenado de antemano al pastichismo emborronado) pero está claro que aunque lo hiciera sería con un punto de vista único y propio. Para Gómez, el surrealismo es una técnica liberadora, y la más adecuada al propósito de su libro, que Pérez Lasheras explica a la perfección en su prólogo (que abunda además en referencias bibliográficas para quien quiera seguir la pista del autor). Dice Pérez Lasheras:



“Tras él, se esconde una profunda inquietud de reproducir el maquinismo a que ha sido sometido el hombre bajo unas condiciones sociales, psicológicas y mentales determinadas. Por un lado, evidentemente, subyacen las circunstancias históricas de la dictadura franquista, su falta de libertad, su sometimiento a unas reglas estrictas e injustas. Sin embargo, existen otros componentes que están presentes, de forma incluso más activa, en el título del poemario. La localización geográfica -lago Kivú- nos lleva a África Central, la temporal -año de la publicación del libro, casi coetánea al momento de su escritura- nos lleva a finales de los cincuenta o principios de los sesenta del pasado siglo, años en que unas excavaciones arqueológicas y los posteriores estudios antropológicos sacaron a la luz los restos de homínidos más antiguos hasta esa época. Este suceso, importante para la confirmación de las teorías darwinianas, se convierte poéticamente en un motivo recurrente y, ante todo, en una ambientación, en un supuesto sobre el que se va a desarrollar la composición: los hombres cumplen su destino marcados por costumbres ancestrales, es preciso levantarse y elevar la mirada para comenzar a comprender que las cosas pueden ser de otra manera, tienen que ser de otra manera, dejar de seguir el rastro de quien nos antecede para cambiar el rumbo que nos lleve a otro lugar”.



Quienes asimilan el surrealismo al banal automatismo (y entre ellos cabría mencionar a muchos de los poetas hodiernos que presumen de surrealistas) tienen aquí una lección de cómo el surrealismo puede ser también un gran medio para explorar y reflexionar sobre la condición humana. Copio un fragmento de la primera sección del libro (o libro primero, como la llamó el autor), “Edifica tu ciudad como en los días de antaño”:



[...] En las escaleras del metro me he sentado

para atarme el cordón de los zapatos.

A mi alrededor, los gorilas

subían y bajaban apresuradamente,

imaginando encuentros, olvidando,

con una flor en la boca,

los gorilas.

Veían pasar a la estupenda

rubia de suaves mejillas perfumadas

y llenaban sus bocas de muslos inventados

y sus manos de senos recién nacidos.



El bosque ha quedado muy triste

después de la fiesta,

botes vacíos de mermelada, canciones

desgarradas sobre los arbustos, besos

olvidados, papeles amarillentos, el bosque

queda esperando por las tardes de lluvia.



Mucho sueño en los conventos

golpeados fieramente por los automóviles,

-¿Qué nos ha sucedido? Ya no me acaricias

como antes. (En tu sexo

anidaba un gozoso montón de golondrinas),

dad, dadme un instante mío,

una pequeña porción de infinito

que pueda poseer, atrapar con todas mis fuerzas,

detenerlo quebrando

por una sola vez

el atroz movimiento implacable

de las constelaciones.



Si la vida está huyendo de la vida,

un gemir de hojas muertas contra las rotondas,

vivir será morir, no lloréis

a los muertos, a las siete

las tiendas dejan caer sus persianas metálicas,

los catedráticos

levantan la vista del diptongo y miran

por los balcones verdes, arrastrando los pies, todos

salimos a la calle, libres.[...]




Para quien no lo conociera hasta ahora, Julio Antonio Gómez es el poeta joven de la temporada.