Hilario Barrero, Libro de familia (El Brocense). Hilario Barrero (Toledo, 1946) dejó España camino de Nueva York en 1978. Eso le ha mantenido lo suficientemente lejos de los círculos poéticos nacionales como para que un libro tan hondo como Libro de familia se publique en una colección de distribución escasa y no en una normalizada. Barrero, excelente traductor (en Pre-Textos se han publicado sus traducciones de Jane Kenyon y Ted Kooser, y La isla de Siltolá acaba de editar su magnífica antología del poema breve norteamericano titulada Lengua de madera) ha aprendido de la poesía norteamericana que a menudo una palabra pequeña dice más cosas que una que comienza en una mayúscula. Poesía de la experiencia (en el mejor sentido de la palabra) y de la mirada, la poesía de Hilario Barrero tiene los rayos x de los que sólo la mejor poesía dispone: esos que nos permiten ver al través el instante que vivimos para entender su emoción y su fragilidad.



Alberto Santamaría, Interior metafísico con galletas (El Gaviero). En su sutil libro El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime (Universidad de Salamanca, 2005) Alberto Santamaría apunta a “un sublime desmoralizante, rebajado, paisajista y tecnológico” norteamericano opuesto (o complementario) al europeo. Sus libros anteriores no escasean en referencias a autores (sobre todo novelistas, pero no solo) norteamericanos, y van de unas referencias a otras con naturalidad. Pero quizás sea en este libro último donde todo eso aparece definitivamente asimilado y decantado, donde más claramente se distingue una voz distinta y propia. Para Santamaría lo sublime no es el oro, sino la parte oxidada del oro; lo sublime puede estar en un supermercado en Benidorm. Un sublime gastado y, también, vivido; un sublime proletario. Hay que aprender a buscar su oro escondido; no hay otra forma de vivir.



Luis Chaves, La máquina de hacer niebla (La isla de Siltolá). El costarricense de 1969 Luis Chaves es uno de los poetas hispanoamericanos más seguidos acá sobre todo desde que en 2004 ganase el premio Fray Luis de León con su libro Chan Marshall, por lo que es seguro que esta amplia antología de su obra despertará un vivo interés. El poema “Heredades número dos” resume bien lo que ofrece su poesía: “La familia no fue / lo que planearon los abuelos. / Lo mismo le pasó a los vecinos. / Se nota en el orden de retirar / los platos de la mesa, en los diminutivos, / en la mancha de aceite en el garaje. / De los vecinos nos enseñaron no hablar. / De los abuelos viene leer la intención de las nubes, / el rencor de clase, / la propensión al cáncer gástrico”.



Frank Báez, Postales (Ediciones Liliputienses). La “Biblioteca de Gulliver” de las cacereñas ediciones Liliputienses tiene como objetivo acercar a algunos nombres fundamentales de la poesía hispanoamericana de hogaño. Ya desde que se publican son libros de coleccionista: su tirada se limita a cincuenta ejemplares. Báez nació en la República Dominicana en 1978, y son muchas las cosas que llaman la atención en este libro suyo. Desde el perequiano recuento final a la ironía de poemas como “Maullido” (No he visto las mejores mentes / de mi generación y ni me interesa”) a su capacidad para anclar el poema en un momento concreto (“Escribo desde el techo de nuestro edificio / mientras el sol se está poniendo / más allá de los árboles y las casas de madera”) para, ampliando su mirada, trascender el momento inicial con hondura y proximidad a un tiempo, pues sus poemas están siempre llenos de pequeños toques realistas que van de lo sociológico a lo antropológico sin dejar de ser nunca líricos. Si aún están a tiempo de hacerse con un ejemplar, no lo duden.



Alberto Carpio, Los comensales (Pre-Textos). Tal vez en este primer libro de Alberto Carpio (Sevilla, 1983) se vean aún las costuras, transparenten un poco de más las influencias, pero en su tono meditativo, poco estridente pero no imititativo, tal vez algo plano aún pero en absoluto torpe, variado en intenciones y en temas, se ve sin duda el aliento de un poeta con mucho por decir. Y algo de ese mucho lo dice ya en esta primera entrega. No se recrea en los gestos que adivina suyos, sino que se busca. Tiene ya los modos y algunas habilidades; habrá que seguirle y el mejor modo de hacerlo es hacerlo desde ya.



Raúl Quinto, Ruido blanco (La Bella Varsovia). El nuevo libro de Raúl Quinto (Murcia, 1978) corre el peligro de las ideas ingeniosas: ser luego capaz de desarrollarla y dar al libro que esa idea motiva cuerpo suficiente como para que sea el libro el que sostiene la idea y no viceversa. Dice la contracubierta: “Ruido blanco: señal aleatoria que contiene todas las frecuencias, todas ellas con la misma potencia. Es el sonido del mundo contemporáneo, donde la suma de todas las voces produce un marasmo informativo, un colapso ensordecedor”. Es lo que el libro de Quinto imita, pero sólo a ráfagas es capaz de ofrecer algo más que la grisura que mimetiza; y la buena idea de conjunto se desvanece como una buena intención en una noche de zapping.