Too Much Vilas
Lo que diferencia a un poeta verdadero de un epígono es bien sencillo; el poeta verdadero tiene un estilo propio (que puede ser más o menos imitable, pero propio, probablemente más imitable cuanto más propio) mientras que los poemas de un epígono nunca suenan a sí mismo, sino a otros autores o siempre al mismo, según sea buen o mal imitador. Lo que tampoco quita que haya epígonos capaces de un verso verdadero, o de un poema que no desmerezca junto a los de aquel al que imita. Y poco más. Manuel Vilas, que acaba de publicar Gran Vilas (Visor), sin duda tiene estilo.
¿Todo estilo es imitable? Tal vez sea mucho decir. Sería más exacto decir que todo estilo es caricaturizable, susceptible de que tomemos de él los rasgos ya de por sí más exagerados para exagerarlos aún más. Pero lo que hace grande un poema es el detalle (lo mismo que en una escultura o en un cuadro), el matiz: y es en eso (una especie de ADN) donde reside lo que es único del autor original, lo inimitable.
Una vez separados los poetas de los epígonos, los poetas se distinguen por su actitud ante su estilo. Los hay que se dedican a matizarlo, a perfeccionarlo, sin ofrecer grandes variaciones de libro en libro; los hay que luchan contra su estilo, a sabiendas de que saldrán perdiendo, como manera de ensancharlo (no se trata de romperlo, sino de hacerlo más flexible y capaz); y los hay que abusan del consejo cernudiano (“Aquello que te censuren, cultívalo, porque eso eres tú”) y les censuren o no por ello, exageran los rasgos más característicos de su estilo hasta convertirse en su propia caricatura.
El personaje de los poemas de Manuel Vilas está ya en El cielo (DVD, 2000): un personaje que parece dispuesto a zamparse de un bocado toda la felicidad del mundo. En el prólogo a su poesía reunida (Amor, en Visor) Vilas explicita su poética, lo que él llama “esa marca llamada Vilas”: “Un deseo de desenmascaramiento de la realidad social, política, cultural, económica, sentimental de estos primeros años del siglo XXI. A ese desenmascaramiento me he entregado en cuerpo y alma [...]”. Y así, el omnívoro personaje de los poemas de Vilas nos descubre, por ejemplo, que el McDonald's es en realidad un restaurante comunista. En sus mejores momentos (y son muchos) Vilas nos hace pensar en un Álvaro de Campos un poco más campechano y bon vivant, más intuitivo que pensador, eso sí, pero casi siempre lúcido porque en realidad no suele meterse en tantos jardines como los que su poética afirma.
En Gran Vilas, Vilas se mete en esos jardines y además le da nombre al personaje de sus poemas: Vilas. El autor repite cansinamente una y otra vez su propio nombre. Da la impresión de que Vilas ha buscado la caricatura de su propio estilo, pero nos queda la duda de si ha sido una caricatura deliberada. No faltan en Gran Vilas los buenos poemas, aunque también es cierto que resulta peligrosamente evidente la sal gruesa con la que están cocinados: para desenmascarar todo eso que Vilas pretende desenmascarar hace falta algo más que entusiasmo y desparpajo y, si bien Vilas acierta siempre a evitar los rodeos de lo políticamente correcto, no pocas veces lo hace a costa de caer en lo zafio. El personaje de los libros anteriores de Vilas no desenmascara nada, pero acierta al distinguir las cosas importantes de las accesorias, al dar la vuelta a las convenciones para dejarnos que las miremos de otra manera. Tal vez el punto de inflexión de Gran Vilas sea que el autor pasa de ese mostrarnos las cosas de otro modo para que las interpretemos a querer darnos otra interpretación ya masticada. Quien era un simpático e inofensivo vividor, con una cierta munición de teorías de barra de bar, en sus libros anteriores, aquí se convierte en un engreído que pretende que esas mismas ideas sean teorías renovadoras de justicia social, como si el personaje de otros libros hubiera bebido demasiado y no le hubiera sentado bien.
Creo que a Vilas no le sienta bien el cambio. Esa sal gruesa deja en evidencia los mecanismos más débiles de su poesía. Hay muchos contratópicos (que son igual de tópicos) que se podrían haber ahorrado. Sal gruesa y autoparodia involuntaria son los dos ingredientes que más abundan en el que seguramente sea el peor libro de Vilas (y si tenía alguna duda, me lo ha confirmado García Jambrina: a él le parece el mejor). Mejor será no tomarlo muy en serio, esperar a que se le pase la cogorza (¿habrá sido a base de nocilla?) y quedar con él otro día. El buen poeta que es lo merece.