Hay gente joven que escribe cosas que parecen poemas y luego hay poetas jóvenes, que desde muy temprano dan muestra de un talento fuera de lo común y aunque sus primeras entregas puedan tener aún márgenes balbuceantes algo en su núcleo hace prever una explosión a no mucho tardar y nos deja ya prueba de genio. Seguramente a esta segunda clase pertenezca la bielorrusa (naturalizada norteamericana) Valzhyna Mort, nacida hace tan poco como en 1981 en Minsk. Su primer libro, Soy tan fina como tus pestañas, ya mereció elogios de la crítica en varios países y su primer libro publicado en Estados Unidos, Fábrica de lágrimas, fue recibido en las páginas del New Yorker con estas palabras: “Mort se esfuerza en ser una enviada de su país natal, escribiendo vociferante hasta la alarma sobre su lucha para establecer una identidad clara para Bielorrusia y su lenguaje”. Su último libro, Cuerpo completo, lo ha escrito directamente en inglés. Sus poemas demuestran el doble afán imprescindible: no tanto mostrar como buscar su visión, su lugar del mundo, y ahondar en la búsqueda de esas estructuras poéticas que Denise Levertov llamaba “no reciclables”.



FÁBRICA DE LÁGRIMAS

Y de nuevo según el informe anual

los mayores resultados de productividad han sido alcanzados

por la Fábrica de Lágrimas.



Mientras el Departamento de Transportes se gastaba los talones

mientras el Departamento de Asuntos del Corazón

latía de forma histérica

la Fábrica de Lágrimas trabajaba en turnos nocturnos

marcando nuevos records

incluso en vacaciones.



Mientras el Centro de Refinería Alimenticia

intentaba digerir una nueva catástrofe

la Fábrica de Lágrimas adoptaba una nueva tecnología

económicamente ventajosa para reciclar

los desechos del pasado

(recuerdos, básicamente).



Los retratos de los empleados del año

colgaban del Muro de las Lágrimas.



Soy el recipiente de los trabajadores de la heroica Fábrica de Lágrimas.

Tengo callos en los ojos.

Tengo fracturas complejas en mis mejillas.

Recibo mi sueldo del producto que manufacturo.

Soy feliz con lo que tengo.




BIELORRUSO, 1

ni siquiera nuestras madres tienen idea de dónde nacimos

de cómo abrimos sus piernas para escurrirnos al mundo

del mismo modo que uno se arrastra bajo las ruinas tras un bombardeo

no podemos decir cuáles de nosotros eran niños o niñas

nos atiborramos de basura pensando que era pan

y nuestro futuro

un gimnasta en el hilo finísimo del horizonte

se exhibía allí

en el lugar más alto

asco



crecimos en un país donde

tu primera puerta está trazada con tiza

después con la oscuridad un tanque llega

y nadie vuelve a verte

más que en esos automóviles en los que ni

hombres armados ni

un vagabundo con una guadaña

es así como al amor le gustaba visitarnos

y secuestrarnos tapados



gratis total sólo en los baños públicos

donde por unas monedas a nadie le importaba qué hacíamos

afrontábamos el calor del verano la nieve del invierno

cuando descubrimos que nosotros mismos éramos el lenguaje

y nos quitaron la lengua comenzamos a hablar con los ojos

cuando nos arrancaron los ojos hablamos con las manos

cuando nos cortaron las manos conversamos con los dedos de los pies

cuando nos dispararon en las piernas movimos nuestras cabezas para sí

y las agitamos para no y cuando se comieron nuestras cabezas vivas

nos arrastramos hasta los vientres de nuestras madres durmientes

como en refugios antiaéreos

para nacer de nuevo

y allá en el horizonte el gimnasta de nuestro futuro

saltaba a través del aro abrasador

del sol




AMOR

El sonido más humano que un cuerpo puede oír:

alguien que se lava los dientes por la noche al otro lado del recibidor.

Incluso la langosta escucha confusa.

También ella, tumbada en un colchón desnudo sobre el suelo,

se sorprende de cuánto de su cuerpo hay en ese sonido,

como si acabara de darse cuenta de que tiene brazos.



El escupitajo escurriéndose por el lavabo

también lo cuenta como cuerpo.

El lazo de saliva sobre su coño

también lo cuenta como cuerpo.



Una maleta del cuerpo marcada

con pegatinas de cicatrices de cada lugar.

Se mete dentro

y se envía, se envía, se envía

a través de cantinas tras gasolineras, a través de mares,

a través de las manos de hombres de uniforme azul,

se envía urgente para tomar el primer camión de reparto.



Cuando se sienta bajo su falta

se ve impelida a confesarse.



Al otro lado del muro su vecino lee nombres de medicinas.

y ella piensa que el vecino cuenta piedras preciosas:

amiodarona, zofenopril, metropolol, mexifin.

Oh sí, ella heredará esas joyas.

Se pondrá esas joyas sobre la boca para ocultar su gesto.



Pero por ahora

se lava los dientes y la langosta permanece en silencio.

Se tumba en el recibidor oliendo

su ropa de todo el día tirada en el suelo del baño,

mientras su sudor emerge de los rincones del algodón

y se dispersa, se multiplica

como cucarachas.