Cuando, años ha, comencé a navegar por las webs de las librerías anglosajonas en busca de
las novedades poéticas siempre me costaba llegar a ellas; no acaba de acostumbrarme a tener
que buscar la poesía debajo del marbete “Fiction and Literature”. Y es que siempre me ha
parecido que buena parte de la mejor poesía del siglo XX (y de lo que llevamos de XXI) tiene
más de “Non fiction” que de “Fiction”. ¿En qué casilla encaja mejor la poesía de Czeslaw
Milosz, de Zbigniew Herbert, o incluso la de Auden, Ginsberg, y un etcétera demasiado largo
como para que no resulte en absoluto baladí plantearse la cuestión? La poesía de los últimos
decenios ha servido para encauzar buena parte de la mejor reflexión sobre el lugar del
individuo en la historia y sobre cómo esta influye en nuestras vidas, pero también ha sido
un frecuente lugar de autoindagación. ¿Son ficción o no ficción los poemas de Anne Sexton
y Silvia Plath, por ejemplo? ¿Y las Cartas de cumpleaños de Ted Hughes? ¿Y, por ir más lejos,
las Coplas de Jorge Manrique?
El poeta norteamericano (nacido en Indonesia, de origen chino) Li-Young Lee (n. 1957) es de
la estirpe de los poetas que usan su obra para buscar su lugar en el mundo. El poema más
significativo de Mirada adentro, su último libro de poemas, traducido ahora al español por
Enrique Servín (Vaso Roto ediciones) “Autoayuda para refugiados”, es un buen ejemplo de
las virtudes y los riesgos de este modo de entender la poesía. El mayor riesgo, evidente, es
quedarse en el plano testimonial. Y lo que Lee consigue es el mejor ejemplo de cómo se evita.
Además, sería injusto reducir este libro a esta clase de poemas: el mismo procedimiento es
usado para intentar entender la herencia familiar, las relaciones entre padres e hijos e incluso
el universo de la pareja (“Así que somos polvo. Mientras tanto, mi esposa y yo / hacemos la
cama”, dicen dos versos del poema “Preservar”). Toda una lección de poesía y vida, si es que
pueden separarse; poetas como Li-Young Lee nos hacen pensar que son la misma cosa.
Copio como ejemplo la primera de las tres secuencias en que se divide “Autoayuda para
refugiados”:
Si su nombre recuerda a algún país en el que las campanas
eran usadas en los espectáculos
o para anunciar la llegada y la salida de las estaciones
o los cumpleaños de dioses y demonios,
lo mejor será usar ropas simples
al llegar a los Estados Unidos
y tratar de no hablar en voz muy alta.
si además usted ha visto a los soldados
golpear y arrastrar a su propio padre
frente a la puerta de la casa
y arrojarlo a una camioneta puesta en marcha
antes de que su madre lo halara desde la veranda
y escondiera su cara entre sus vestidos,
trate de no juzgar con dureza a su madre.
No le pregunte qué creía, por qué desviaba
los ojos del niño
lejos de la historia
hacia aquel punto en que comienza todo el dolor humano.
Y si usted llega a conocer a alguien
en su país de adopción
y le parece ver en ese rostro
un cielo abierto, la promesa de un comenzar de nuevo,
tal vez eso signifique que usted ha llegado demasiado lejos.